Fátima Báñez, ministra de Empleo y Seguridad, ha declarado recientemente en sede parlamentaria, a buen seguro presa de fiebre agosteña aguda, que el empleo en España va a las mil maravillas. Estamos viviendo, aunque solo feligreses muy ultras del PP lo adviertan, una recuperación “sólida, sana y social” (sic) en la que los trabajos de calidad proliferan como setas y ya superan con mucho a los de antes de la crisis.

Esta España va bien de inconfundible aroma aznariano es la que venden a troche y moche las huestes de la derecha para tapar la realidad profunda del país. Este afán proselitista de Báñez hunde sus raíces en su irredenta fe católica. Se rumorea que la ministra forma parte del tridente cristiano más irreductible del Gobierno junto a Guindos (del Opus Dei) y Zoido. Dicen que la fe puede mover montañas, pero los datos muestran una realidad muy distante de las mentiras políticas de Fátima Báñez. Fe y realidad, por enésima ocasión, chocan entre sí. Vayamos al grano.

Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), actualmente hay menos trabajo en España que cuando llegó al poder el PP de Rajoy a finales de 2011. Se han evaporado 3,7 millones de horas, sin tener en cuenta la economía sumergida, cómputo que equivale a una reducción de 60.000 empleos de jornadas de 8 horas diarias por año en el periodo de tiempo que va de 2011 a 2016. En 2011 se trabajaron más de 597 millones de horas anuales, mientras que en 2016 alcanzaron la cifra de casi 594 millones de horas. Para cualquiera de las dos cifras apuntadas se necesita una plantilla fija de más de 9 millones de trabajadores, aunque en realidad el trabajo total se reparte entre 22-23 millones de personas debido a los empleos a tiempo parcial y contratos en precario por horas, días o semanas. Otro dato relevante es la caída de dos puntos en la tasa de actividad, que pone en relación a los activos con los parados, que era del 60 por ciento en 2011 y a día de hoy es del 58 por ciento.

 

Millones de horas extra

Si hablamos de horas extraordinarias remuneradas, en este caso se observa un alza desde las 130 millones realizadas durante 2011 hasta las 133 millones contabilizadas en 2016. Esas cantidades corresponden aproximadamente a unos dos millones de trabajadores suplementarios, si se hubieran contratado, con jornadas completas que cubrirían todo el año. Esas horas no han supuesto ninguna bajada del paro porque fueron trabajadas por empleados de plantilla. En este mismo capítulo se estima que las horas extras no pagadas, es decir que le salen gratis a las empresas, suponen entre un 45 y un 60 por ciento de las sí abonadas en nómina, lo cual agrega otros dos millones de empleos que quedan sin salir al mercado por cuestiones estructurales del sistema económico y del margen de beneficio empresarial.

O sea, dicho a lo bruto, el paro en España se podría erradicar si el total de trabajo efectivo se adjudicara a un solo empleado, pero la compleja realidad desbarata este situación ideal por diferentes causas. Tendríamos que pensar en una sociedad radicalmente distinta donde el trabajo primara por encima de los intereses empresariales. El paro como tal es un instrumento para que los trabajadores compitan entre sí y actúe como moderador a la baja de los salarios, a a la vez que se obliga a los empleados con contrato a atenuar sus reivindicaciones sociales, trabajar más por menos (llámenlo productividad o explotación) y a regalar una suma añadida a la empresa vía horas extras, pagadas o no. Las remuneradas para aumentar un poco su nómina y las obligadas por las circunstancias para no ser despedidos en la siguiente remodelación empresarial. De esta manera, manteniendo el desempleo estructural en niveles sujetos a los vaivenes económicos, los beneficios del capital permanecen en nichos más que aceptables para sus accionistas. Y si se contraen en demasía acuden a las ayudas públicas directas o indirectas e incluso tirando por caminos ilegales: reformas laborales, bonificaciones, exacciones fiscales, ingeniería financiera o paraísos off shore.

Hay paro porque así lo quiere el sistema económico. Y cualquier proclama de crecimiento no es más que una ficción ideológica con réditos políticos que nada es sin un reparto equitativo de la riqueza generada. Y, por supuesto, no todo es el PIB, que no refleja más que un artificio que no contempla la calidad de vida real, los daños ambientales y los aspectos inmateriales de la vida: equidad, felicidad, solidaridad, convivencia y cuidados interpersonales.

Hagamos una incursión rápida por otros datos más tangibles para desmontar el sueño primaveral en pleno estío de la ministra Báñez.

 

Aumento de los contratos temporales

En 2001 había 4,4 millones de personas registradas (23 por ciento) como paradas en el INEM o 5,2 millones si nos atenemos a las estadísticas de la Encuesta de Población Activa (EPA). En ese año se firmaron 14,4 millones de contratos laborales, de los cuales solo el 7,7 por ciento fueron con carácter indefinido.

Los últimos datos de 2017 indican que los parados registrados se elevan a 3,3 millones (18 por ciento) o 3,9 millones si nos fiamos de la EPA. En 2016 se extendieron 20 millones de contratos, con duración determinada o temporales y a tiempo parcial el 82 por ciento del total, unos cinco millones y medio más que en 2011 lo que da idea de la precarización laboral en aumento y el reparto de las horas trabajadas entre la mano de obra empleada. Las estadísticas acusan este movimiento de modo falso: a más contratos temporales, más baja el desempleo, si bien las horas trabajadas se reducen y la misma tarea la desempeñan mayor número de personas. Esta treta estadística visualiza menos paro, pero no la distribución estructural de cada empleo, esto es, el salario de una persona lo cobran ahora varios trabajadores, menguando su capacidad adquisitiva todos.

El resumen rápido de esta maraña de datos señala que con Rajoy, Báñez y el PP el trabajo a tiempo completo se ha aminorado en unas 25.000 personas y el empleo a tiempo parcial se ha incrementado en unos 380.000 trabajadores, quedando el registro absoluto respectivamente en 15,6 millones de trabajadores y 2,8 millones de contratados laborales. Comentario: la precariedad se ha instalado como normalidad en el mundo del trabajo. Y las expectativas son de crecimiento sostenido.

En 2011 el salario medio anual no llegaba por poco a los 23.000 euros anuales, siendo el más frecuente de 15.500 euros. Uno de cada tres trabajadores cobraba una suma igual o inferior a 1.000 euros al mes.

 

Más trabajadores pobres

Saltemos a 2016: el sueldo medio por año había subido a casi 27.000 euros, mientras que el más mayoritario alcanzaba la cota de 16.500 euros. Eso sí, según la Agencia Tributaria el 60 por ciento de los trabajadores eran mileuristas o percibían emolumentos en nómina por debajo de esa cantidad mítica. El fenómeno social del trabajador pobre se advierte de manera más que elocuente en este dato del INE: 9,4 millones de trabajadores no superan los 8.200 euros de renta al año.

En su informe sobre el estado social de la nación hecho público este mismo año, la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales habla de una pobreza crónica en España que afecta a 20 millones de habitantes, calificando de severo el riesgo de pobreza para 3 millones de personas.

Abundando en el estigma de la desigualdad, la European Anti Poverty Network (EAPN) consideraba que en 2011 12,7 millones de personas tenían una situación vital susceptible de conducirlos a la pobreza. En 2016 aumentaba esa cifra en 200.000 personas.

Hasta el Banco de España no tiene más remedio que rendirse a la evidencia. En su Encuesta Financiera de las Familias publicada este año aunque con datos referidos a 2014, ya con una trayectoria de tres años de políticas neoliberales del PP, indica que el 25 por ciento más acomodado de nuestro país atesora el 74 por ciento del patrimonio y de la riqueza, percibiendo el 42 por ciento de la renta nacional, mientras que amplio sector de 25 por ciento menos afortunado recibía el 16 por ciento de la renta generada en España. Los más pobres ya acumulan deudas superiores al valor de sus escasos patrimonios.

 

Suben los beneficios empresariales

Asimismo con estudios del Banco de España de 2016 hemos sabido que los beneficios de las grandes empresas escalan a un ritmo del 13 por ciento anual. Por el contrario, la masa salarial en su conjunto se queda rezagada en algo más de un 3 por ciento. En esos fríos porcentajes radican la desigualdad creciente, la precariedad laboral y el paro estructural que impide que uno de cada 10 trabajadores no pueda sufragar una cesta alimenticia básica de 350 euros al mes.

Es de sobra conocida la afición y fe de la ministra Fátima Báñez a la virgen del Rocío. No parece que esta entente religiosa haya hecho mucho bien a España. Los milagros imposibles y las mentiras políticas son el peor menú para la inmensa mayoría de la clase trabajadora en España. Pero claro ella y los ricos comen a la carta. Y esa carta suculenta es la que nutre al neoliberalismo depredador de sus amigos capitalistas. Es de la que comen doña Fátima y el PP. De ahí sus discursos triunfalistas y falaces. Una mentira mil veces repetida puede convertirse en verdad absoluta.

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