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Los indultos, esa injusticia anacrónica

Julián Molina Illán
Julián Molina Illán
Psicólogo, Fisioterapeuta, Enfermero, Filólogo, e Historiador del Arte.
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análisis

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Siempre ha habido indultos. Desde la época antigua. Cuando no existía división de poderes y el derecho de castigar (ius puniendi) era tributario de una persona (Jefe, Rey, Cacique, Amo, Dictador, Líder…etc), era bastante lógico que quien se atribuía ese poder divino, lo hiciera también con el derecho a perdonar. La arbitrariedad estaba a la orden del día en toda la Historia previa a la Revolución Francesa, y aún después, en tantos lugares del mundo. Enmendar la Justicia a voluntad era algo imperativo del poder absoluto. Otro asunto, aparte de la conveniencia política del indulto mismo, es la desigualdad que se desprende del indulto personalizado, y la imposibilidad de los indultos generales (algo bastante parecido a la amnistía, por cierto). También hay que tener en cuenta que aún hoy se estima que el 20% de las personas encarceladas son inocentes ¿Cuántos inocentes habría en épocas anteriores a la existencia de la dactiloscopia, el ADN, y las modernas técnicas de investigación policial? Probablemente más del 50%. En este orden de cosas, y en una época (segunda mitad del siglo XIX) de múltiples pronunciamientos militares (y políticos…) se entendió como necesaria una ley de indultos que corrigiese los múltiples desequilibrios de un naciente sistema judicial (insisto, sin división de poderes).

Sin embargo, desde 1870 hasta hoy las cosas han cambiado, para bien. Existe división de poderes, estado de derecho, respeto a las sentencias y disposiciones judiciales, y todo un sistema garantista de los derechos individuales y colectivos, y también un sistema social y democrático que permite cambiar y actualizar las leyes para hacerlas más apropiadas para los tiempos que corren. Lo que no tiene sentido es cuestionar la propia Ley al esquivar su cumplimiento, y hacerlo, además, por conveniencia política, o dicho de otro modo, para beneficiar a los amigos. O bien, para beneficiar a los no tan amigos, a cambio de la devolución del favor cuando resulte conveniente.

El juez Baltasar Garzón acaba de cumplir sus 11 años de inhabilitación. Los ha cumplido como un hombre, sin beneficiarse de indultos o favores de ningún tipo. Y somos muchos los que consideramos que fue condenado injustamente por sus enemigos políticos. Lógico era que no lo indultaran. Ahora, sin embargo, a los que trataron de cargarse este país los van a indultar. Debe ser porque en el fondo son buena gente…

Desde mi punto de vista no hay delitos mejores o peores, ni personas mejores o peores. Hay delitos, y personas. Y hay un Código Penal extraordinariamente obsoleto, y profundamente injusto. La herramienta de la que se dota a los jueces para que desarrollen su labor, que nos protege a todos y a todas, es una herramienta infame que hay que reformar, adaptar, modernizar, y ponerla a disposición de los jueces, que, sin lugar a la menor duda, la utilizarán de manera extraordinaria. También hay que prever reducciones de penas (que ya están contempladas en realidad) en los casos en los que la persona demuestre que ya no es un peligro para la sociedad y haya hecho, sin la menor duda, hábito de enmienda. Dicho todo esto groso modo. Ahora bien, lo que no podemos permitir es el autosabotaje de enmendar las decisiones judiciales para beneficiar a los amigos, atentando contra nuestro estado de derecho y nuestro ordenamiento jurídico. La división de poderes debe ser sagrada. La independencia de los jueces y las juezas, más todavía. Y los políticos, por favor, que mantengan sus manos lejos de la Justicia, que bastante tienen con lo suyo.

Los indultos son un vestigio del pasado precientífico y absolutista. Enmendar la Justicia, y hacerlo además arbitrariamente, es un error mayúsculo. Acabemos con los indultos, todos ellos, y dotemos de medios a la Justicia para hacerla más ágil, ecuménica y moderna. Y por favor, gratuita. Ésta debería ser la preocupación del gobierno. Un saludo a todo el mundo.

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