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Los Girasoles ciegos

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Las máquinas comenzaron el trabajo al amanecer. Los inversores sabían que gran parte del pueblo estaba en contra de una macrogranja en la que iban a criar más de 2000 cerdos. Y aunque en el pueblo no había más de treinta personas en esa época del año, cualquier precaución era poca. Así que mejor empezar a explanar pronto, por si acaso.

Todos los permisos estaban en regla. La Diputación y la Junta habían aceptado de buena gana el proyecto desde el primer momento (para eso están los amigos, para echar una mano). Para el Ayuntamiento, contrario desde el primer día a la instalación, siempre había caminos de convicción: chantaje, compra de voluntades, o extorsión si todo lo demás fallaba. La dignidad y los principios suelen acabar abandonando a quienes tienen algo que ocultar. Y el alcalde, un soltero que vivía con su madre, era amigo de frecuentar el lupanar de la comarca. Y le gustaba el sado. Así que un vídeo de una de sus visitas privadas en la que una chica mulata era tratada con excesiva pasión, y una difusión manipulada sobre xenofobia y racismo, además de un cheque con 15.000 euros, hizo que la dignidad del alcalde saltara por la ventana y que abriera paso a los permisos para la granja.

Habían pasado varios años y cientos de miles de cerdos por la cochiquera cuando todos los temores y vaticinios de quienes se habían opuesto a la explotación ganadera, se hicieron realidad. Los purines de los residuos fecales de los cerdos se habían filtrado en el subsuelo y habían contaminado todos los acuíferos de la zona. Los habitantes del Valle de los Horros, estaban enfermando masivamente por beber agua del grifo contaminada. Todos parecían tenerlo claro. Era la granja lo que enfermaba a los habitantes. Porque había personas que no viviendo en la localidad, también enfermaban cuando visitaban el pueblo. Pero la Junta negaba la mayor y decía que los análisis del agua eran normales. Los responsables sanitarios cuando eran preguntados ni negaban, ni afirmaban y siempre respondían que todo estaba en fase de estudio y a la espera de resultados. Pero los vómitos, la fiebre alta, la diarrea y los calambres eran síntomas comunes a todos los enfermos y la evidencia de que algo grave estaba pasando. Los vecinos reclamaban el precinto de los depósitos de agua de la localidad y que un camión cisterna suministrara agua potable. Pero la Junta se negaba constantemente basándose en los supuestos análisis negativos.

Como pasaban los días y las autoridades no ponían solución, incluido el médico del pueblo quién a pesar de no dar abasto en la consulta y los claros síntomas de Cólera que presentaban la mayor parte de los habitantes, seguía las consignas de la Junta, Cipriano, un tipo que siempre había sido tratado como un loco porque no comía carne y buscaba hierbas con las que curar catarros y otras enfermedades, acudió a un conocido curandero que se acercó al pueblo. Este lo primero que hizo fue prohibirle beber agua del grifo que sustituyó por un brebaje anaranjado preparado por él. En pocos días, la fiebre fue bajando y los vómitos y la diarrea despareciendo. Aún persistían los calambres pero la evolución era muy favorable. Cuando se corrió la voz, todos los enfermos siguieron los consejos del curandero. Así que todos empezaron la mejoría.

Pero la alegría no duró mucho. Unos veinte días más tarde, Cipriano y los demás seguían bebiendo la pócima anaranjada. Para depurar, les había dicho el curandero. Primero fue Cipriano el que entró en coma aquejado de un fallo multiorgánico. Su hígado estaba inflamado y sus riñones dejaron de funcionar. Poco a poco todos los demás sufrieron el mismo colapso.

El médico del pueblo empezó culpabilizar de lo que estaba pasando al miedo que llevaban provocando los ecologistas desde que empezaron a construir la granja. Miedo que, según él, se había ido incrementando conforme la gente empezó a caer enferma. Aborrecía a los ecologistas y pregonaba que ellos eran los culpables de que la gente se hubiera puesto en manos de un charlatán.

La esposa de Cipriano, sin embargo, le recordó que antes del charlatán las personas ya estaban enfermas y que ni él, ni las autoridades de la Junta habían hecho nada por acabar con la principal causante de las fiebres, los vómitos, las diarreas y los calambres de los vecinos: la macrogranja porcina.

 


Los Girasoles ciegos

 

Hace unos días estuve viendo en Madrid, en el Teatro del Barrio, a Patxi Freytez en una estupenda adaptación de Los girasoles Ciegos de Alberto Méndez titulada “1940 Manuscrito encontrado en el olvido”. Una obra que aún podéis ir a ver el 31 de enero, el 1 y el 2 de febrero en la misma sala y que espero que acabe en una gira teatral nacional porque tanto Patxi como Marta Gómez, Xisca Ferrá, Miguel Álvarez, Leticia Alejos y Vera González están soberbios en una función complicada de la que solo puedo decir que tiene el mejor de los piropos que una obra de teatro puede tener: cuando sales de la función, muchos creen que lo que han visto es real.

En esa obra, se habla del miedo a perder dos veces. De morir dos veces. De dar el gusto a los ganadores para regocijarse en el sufrimiento del vencido. En este país estamos muy acostumbrados a ello. Perdimos una guerra. Volvimos a perderla cuando el dictador murió en la cama y seguimos perdiéndola día a día cuando, quiénes han sido referencia de la izquierda acaban acomodándose y participando del discurso de los malévolos triunfadores que disfrutan viendo como seguimos siendo perdedores. Tanto que, siendo mayoría, seguimos insistiendo en perder a causa de nuestras disputas sobre el dedo en lugar de sobre la luna.

Escuchaba el otro día a Iñaky Gabilondo, ese que fue maestro de periodistas, faro espiritual de la integridad periodística y profesional admirado por todos, y que, en los últimos meses, no sé muy bien si como consecuencia de la edad (que nos hace a todos conservadores y empezar a soltar lo primero que se nos viene a la cabeza, como los críos, sin filtros de hipocresía, ni de cinismo) o porque definitivamente se ha pasado al bando de los propietarios de esa que ha sido su casa durante unas cuantas décadas, cómo culpabilizaba del auge de los de la COZ (V O X) a los desmanes del independentismo catalán. Esto hubiera sido algo intrascendente si no fuera porque el sábado en la misma cadena otro de esos tipos que se autodenominan expertos en periodismo político (y que en realidad solo son correveidiles serviciales) soltó la misma idea. El auge de los de la COZ ha nacido con el independentismo catalán y se irá (y lo decía con una grave despreocupación) en el momento que el tema catalán se solucione. (Por supuesto, para él, la solución es la del nacionalismo español, no la que puedan querer los catalanes).

Seguimos siendo perdedores. Y por ello, seguimos asumiendo el discurso de los sátrapas que durante cuarenta años masacraron a todo aquel que pudiera suponer un peligro para sus intereses (ideológicos pero sobre todo económicos). Porque si parece claro que muchos de los cuatrocientos mil andaluces que le han dado alas a la parte más beligerante de los fascistas, lo han hecho víctimas de una coyuntura mediática guerracivilista en la que la enfermedad real se ha obviado y ha sido sustituida por una ficticia, no lo es menos que el fascismo ha estado latente todos estos años y que es la situación actual de pobreza, carencia de futuro, imbecilidad social promocionada desde la escuela privada subvencionada con los fondos de nuestros impuestos y la corrupción sistemática y endémica de los distintos gobiernos del PP (y del PSOE) así como la demencial catástrofe judicial acontecida por la impunidad y la endogamia de un sistema arrastrado por la misma corrupción política, la que ha llevado a la enfermedad del desencanto, al “a por ellos” y a centrar el problema en el dedo convirtiéndolo en un enemigo común, dejando de lado la luna y el problema serio. Y para eso están los medios de incomunicación, perversión y manipulación de masas, para encauzar ese enfado social hacia la inmigración y los catalanes, y aunque ninguno de los dos suponga ningún peligro para el día a día de los ciudadanos, es el señuelo eficaz para que el pueblo pueda desfogar su ira.

Como en la obra de Los Girasoles Ciegos, equivocamos las decisiones, primero por tomar caminos erróneos y después, cuando nos damos cuenta, porque ya no hay remedio. La involución es de tal calibre que no podemos salir de la misma y acabamos muriendo de inanición. Llevamos siglos padeciendo de incultura y lo que es peor de soberbia iletrada. Nos creemos mejores cuanto más idiotas somos. Nos jactamos de no leer. Nos sentimos orgullosos de sentimientos primarios como cuando estábamos en la caverna. Ahora la tribu es la nación y nuestro estandarte un trozo de tela de colores. Y defendemos nuestra tribu con tanto ahínco, que somos capaces de llevarlo hasta la muerte. Pero es una defensa sin sentido. Cuando no hay caza dentro de nuestro territorio y otros penetran llevando consigo enormes rebaños, lo lógico es aceptarlos y no luchar para que no entren. El sistema de hijoputismo que ha agravado la situación en el momento que ha llegado a su fase más avasalladora (la especulativa) es el mal de nuestro mundo. Un mal empeorado por la coyuntura peculiar de un país en el que tradicionalmente el trabajo era cosa de pobres y siempre ha optado por la picaresca, el robo y el engaño como forma rápida de crear estatus social.

Se que muchos de vosotros queridos lectores no tenéis twitter, pero os recomiendo que leáis este artículo en diario.16 en el que, a partir de un hilo de twitter, Eduardo Garzón resume el clientelismo, la desvergüenza y el comportamiento “mafioso” de los políticos en España (en este caso es del Santander con el PSOE, pero seguro que el BBVA y el PP es más de lo mismo).

Que nuestra sociedad vaya directa al precipicio de la autodestrucción, no es por culpa de que unos señores quieran independizarse. Ni tampoco de que otros quieran venir a este país para evitar la muerte en el suyo. Ni porque las mujeres se empoderen. La autodestrucción es consecuencia de esa constante actuación de perdedores que nos lleva a tomar decisiones equivocadas en luchas intestinas por cosas que solo importan cuando ya tienes asegurada la supervivencia. Luchar por un dedo con un padrastro abierto, cuando tienes todas las extremidades con infección es de estúpidos.

Al fascismo se le derrota con bienestar social, derechos humanos, libertades democráticas, trabajo y salario dignos, feminismo y dignidad.

Salud, república y más escuelas públicas y laicas.

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