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Lope y sus Doroteas, entre el clasicismo y el rap

Antonio Illán Illán
Antonio Illán Illán
Escritor. Licenciado en Filosofía y Letras. Catedrático (jubilado) de Enseñanza Secundaria de Lengua Castellana y Literatura. Ha desempeñado diversos puestos en la Administración. Tiene publicaciones de poesía, narrativa y ensayo. Colaborador cultural en medios de comunicación (prensa, radio y televisión), con más de 2.000 artículos publicados. Crítico de teatro en el diario ABC Castilla-La Mancha.
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Título: Lope y sus Doroteas o cuando Lope quiere, quiere. Autor: Ignacio Amestoy. Dirección: Ainhoa Amestoy. Intérpretes: Ángel Solo, Lidia Otón, Nora Hernández y Daniel Migueláñez. Músicas: Fetén Fetén, David Velasco, Andrea Falconieri, John Playford, Joseph Marset, Johann Christian Schickhardt y Tomás Luis de Victoria (con la asesoría de Juan Cañas). Vestuario y escenografía: Elisa Sanz. Iluminación: Marta Graña. Producción: Estival Producciones. Escenario: Claustro del Pozo en el IES San Isidro de Madrid.

El teatro también es para el verano. En Madrid no falla la escena ni en el caluroso mes de agosto. Y si algunas salas cierran, ahí está la programación Veranos de la Villa para ofrecernos alguna joyita como esta de Lope y sus Doroteas, del muy prolífico dramaturgo Ignacio Amestoy.

Sabido es que La Dorotea, “acción en prosa” en cinco actos, publicada en Madrid en 1632, de Lope Félix de Vega Carpio, es una de las obras mayores del Fénix de los Ingenios. Tiene gran importancia para conocer la biografía del poeta porque están aquí representados sus amores juveniles con una de las múltiples mujeres que tejieron una red de relaciones en su vida, Elena Osorio. Acaso podamos decir de La Dorotea que es la creación más personal y profunda de Lope, la única que no se resiente de su facilidad compositiva que le llevaba con frecuencia a tirar de improvisaciones. Esta es la obra que le acompañó de por vida, pues la inició en su juventud y llegó a ponerla fin tres años antes de su muerte. No discuto que tenga algo de bioficción, aunque Lope siempre había defendido la libertad de su fantasía. Y en ella también deja entrever sus fuentes: La Celestina y La Eufrosina. Lo que es del todo seguro es que Lope vierte en La Dorotea su mundo sentimental, moral y literario; y también los diversos elementos de su poesía, el amor hacia la forma ornamentada y la rapidez del ímpetu lírico, su pasión literaria y su fiebre de vida, su erotismo y el sentido de la soledad humana. Todo ello, fusionado y equilibrado, confiere a sus personajes una profundidad psicológica insólita en Lope, que hace de La Dorotea una obra maestra.

Este conocimiento de la vida y obra del autor clásico es lo que lleva a Ignacio Amestoy a escribir en su pieza un verdadero homenaje al Lope más humano, a la vez que apasionado de la creación literaria. Nos presenta a un Lope que, mientras redacta sus obras de madurez, recuerda las aventuras sentimentales vividas; y, al mismo tiempo, su hija pequeña, Antonia Clara, que le acompaña como secretaria, copista y hasta como generadora de ideas, también experimenta un proceso de rebelión, que la apartará de su lado, al igual que le arrebataron violentamente a Elena Osorio.

Lope y sus Doroteas, foto del ensayo general 2

En ese contexto, al que se une la ama de llaves, o algo más, Lorenza Sánchez y el pretendiente y raptor con consentimiento de Antonia Clara, Cristóbal Tenorio, Ignacio Amestoy aprovecha en su drama para dar un repaso al panorama histórico cultural de la época, entre los reyes Felipe III y Felipe IV. Por supuesto, todo gira en torno a Lope y a algunos de los personajes que tuvieron esencial relación con su vida: el duque de Sessa, el joven Calderón, el rey Felipe IV, el ingeniero Cosimo Lotti, Juana de Guardo, sor Marcela de San Félix, Marta de Nevares y don Cristóbal Tenorio y, cómo no, la referencia a todas las mujeres de su vida en una escena antológica, casi esproncediana, en la que contempla el cortejo de su propio entierro, donde las va identificando. Pero Lope y sus Doroteas es mucho más en la pluma de un Amestoy en plena forma que es capaz de traernos el Siglo de Oro a la actualidad y presentarnos en ocasiones un Lope a ritmo de rap. No son ajenas a esta pintoresca y ucrónica visión las citas varias de Zorrilla, Espronceda, Shakespeare y del mismísimo Frank Sinatra. El engranaje entre lo real histórico y lo distópico ficcionado encaja perfectamente y se logra revelar un Lope al que le entendemos todos, tanto los que leemos a los clásicos, como los que escuchan a Quevedo (el joven cantante canario de este verano) o a Rosalía. La ironía y el sentido del humor inteligente y muy bien hilado nos llevan a situaciones que provocan, si no la carcajada, sí la sonrisa y la reflexión y, en todo caso, el disfrute.

La pieza teatral ofrece un buen fundamento que, por supuesto, es mejorado con una puesta en escena atrevida, trepidante, equilibrada, con mucho movimiento de actores, que no da respiro al relajo. La introducción de música de todo tiempo, la inclusión de rap, los momentos de bailes y danzas son elementos que aligeran la historia que se cuenta y ayudan a mantener el hilo y cambiar de universo el discurso y tanto da ya un Lope del XVII o un motero del XXI. Ainhoa Amestoy ha realizado un trabajo de dirección muy pulcro en el conjunto y muy pensado en los detalles, desde el movimiento de unas manos, los recursos expresivos del gesto, la ocupación de la escena o el hablar comiendo pipas. Logra, además crear un verdadero contraste en el contexto con la presencia del casi pijo, en la dicción en sus formas, la de vestir incluida, del personaje que encarna al Lope joven y a Cristóbal Tenorio. Los sorpresivos toques de modernidad hacen que el espectáculo sea más atractivo, divertido y fresco.

Y el teatro es interpretación, ahí reside su verdad. Los dos actores y las dos actrices estuvieron magníficos. Unidos por una complicidad que hace más creíbles a los personajes que encarnan. Ángel Solo borda un Lope ameno, vital, y pleno de fuerza y empatía, realizó una interpretación potente y tan talentosa como para hacer creíbles y objetivas todas las facetas de un personaje tan complejo como Lope de Vega. Lidia Otón encarna con brillantez una Lorenza Sánchez en cuerpo y alma capaz de bajar a la tierra el espíritu de Lope o de celestinear para que Antonia Clara se encuentre con su amor y se fugue con él.  Nora Hernández lleva a cabo un papel, el de Antonia Clara, hija o sobrina de Lope, en el que tiene que dar cuerpo a la ambivalencia de tener que ser fuerte, delicada, inocente, cordial y con fiereza, fingidora y veraz, y siempre lo hace bien, sin altibajos con un empaque excelente. Daniel Migueláñez es el contraste en el contexto, el diferente, la modernidad, la actualidad, y es capaz de pintar con justeza ese personaje que tanto se aleja de los clásicos, aunque que no desentona en esta obra.

En Lope y sus Doroteas encontramos un magnífico texto de un autor reconocido, una dramaturgia potenciadora de los efectos teatrales, una puesta en escena dinámica y unas interpretaciones brillantes. Teatro del bueno que entretiene, enseña y al que dan ganas de volver.

El público, que llenaba el recinto del Claustro del Pozo del IES San Isidro, aplaudió con ganas el buen trabajo de los intérpretes y del equipo de Estival Producciones.

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