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Lo que el “trifachito” esconde

Los españoles tienen derecho a conocer el contenido del pacto firmado por PP, Ciudadanos y Vox y seguir con el juego de las ocultaciones supone un fraude a la democracia

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análisis

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¿Qué cosa tan terrible han pactado PP, Ciudadanos y Vox que puede ser un escándalo de llegar a saberlo la opinión pública? El partido de Santiago Abascal, que se siente traicionado por sus socios, ha amenazado con airear el contenido de un documento que se está guardando en el máximo secreto hasta el último minuto, un caso de intolerable falta de transparencia inédito en la historia de nuestra democracia. Resulta evidente que en las últimas horas el partido verde está presionando a los dos integrantes del “trifachito” madrileño: o populares y naranjas dan lo que piden a los ultras o se sabrán las componendas, los contubernios y los cambalaches que han quedado por escrito, en negro sobre blanco, tras las arduas negociaciones de las últimas semanas.

Hasta ahora, de ese acuerdo se sabe poco más que se gestó en un hotel, a escondidas, con nocturnidad y un domingo por la tarde, precisamente el día que la prensa está fuera de juego. Un pacto entre bambalinas que no es de recibo en un Estado de Derecho, ya que los ciudadanos tienen derecho a saber qué es lo que negocian sus representantes políticos, aquellos a los que han elegido en las urnas. Pero ese pequeño detalle, esa exigencia de transparencia que debe regir en toda democracia de calidad, no parece importarle lo más mínimo a las derechas. Otro tic antidemocrático, uno más que sumar a la larga lista del bloque ultraconservador.

El acuerdo, cerrado en fin de semana y deprisa y corriendo, solo tenía un objetivo: impedir que se formaran ayuntamientos de izquierdas en toda España y tratar de repartir la tarta del poder entre las derechas. Hoy esa alianza a tres, que ni siquiera ha cumplido un mes de vida, corre el peligro de quedarse en un “concebido no nacido”, como diría Isabel Díaz Ayuso. La entente empieza a resquebrajarse, demostrándose así que negociar con un partido declaradamente neofranquista ni es tan fácil como se pensaba ni es tan buen negocio para un partido que se pretende liberal, moderno y democrático. Chalanear con la extrema derecha pasa factura y si no que se lo pregunten a Albert Rivera, que en apenas 24 horas, y tras la rebelión de Manuel Valls (disgustado por el flirteo con Vox) ha visto cómo saltaba por los aires su estructura de partido en Cataluña.

De momento, el contenido del famoso pacto firmado por ese ménage à trois nada ortodoxo sigue siendo un misterio, lo cual no impide que cada día que pasa aumente la vergüenza y el grado de estafa hacia el pueblo español, que exige saber lo que se está decidiendo a sus espaldas. Lo único cierto es que, según se desprende de las declaraciones de los portavoces de cada partido, el texto en cuestión ha dado lugar a tres interpretaciones distintas, una por cada agente firmante, lo cual lleva a pensar que el documento fue redactado de una forma ambigua y abierta precisamente para que pareciera que se decía mucho cuando en realidad no se decía nada.

Así no extraña, por tanto, que mientras el Partido Popular asegura que el pacto no concede poder efectivo a Vox, el partido ultra jura y perjura que el documento le da concejalías municipales y consejerías de gobiernos regionales. Pero, sin duda, quien riza el rizo de lo grotesco es Ciudadanos, que sigue negando que haya firmado nada con el partido verde cuando es conocido que el papel de marras va encabezado con el logotipo de las tres formaciones interesadas. Es decir, los naranjas o bien fueron abducidos por los ultraderechistas y no se enteraron de nada o no sabían lo que firmaban o ahora están jugando al despiste y a la ocultación, un arte que se le da bastante bien a Rivera, vista la destreza que tiene para sacarse conejos de la chistera y pruebas falsas contra Pedro Sánchez en los debates televisivos.

De modo que a estas alturas del thriller el enfado de Vox es mayúsculo porque cree que le han dado gato por liebre. El punto crítico se registró el pasado lunes, cuando la candidata a la presidencia regional, Rocío Monasterio, se levantaba de la mesa de negociación y cancelaba todo contacto hasta nueva orden. La portavoz verde debió ver algo que no le cuadraba, algún trilerismo político que no le gustó demasiado mientras su compañero Ortega Smith, el patriota engominado de los tirantes con la bandera de España, advirtió de que habría “consecuencias tristísimas”, mientras confesaba estar “hasta las narices de vetos y cordones sanitarios”. Lógico: a nadie le gusta que lo traten como un apestado.

Poco a poco, y con cuentagotas, se ha ido sabiendo que el mayor grado de fricción llegó tras conocerse que no habría concejalías para Vox en el Ayuntamiento de Madrid, al tiempo que el popular José Luis Martínez-Almeida ofrecía a los ultras el “caramelo” de consolación de las Juntas de Distrito, un dulce que a los de Abascal les supo amargo. Según Vox, el documento firmado recoge claramente que tocarían poder real en el consistorio madrileño y ahí es donde está la clave del misterioso asunto: ¿por qué no enseñan el papel de una puñetera vez y nos dejamos de tonterías? Seguir con el ocultismo y la intriga no solo es una falta de respeto a los votantes, sino que debería ser delictivo.

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