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Leila Guerriero y el don de ver lo traspuesto

La periodista argentina recoge en ‘Teoría de la gravedad’ una selección de columnas publicadas en los últimos cinco años en ‘El País’

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análisis

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Lo mejor que se puede decir de una periodista es lo que le ha dicho a Leila Guerriero (Junín, Argentina, 1967) Pedro Mairal, compatriota y colega de aventuras literarias: que ve incluso lo que no se ve. Y ya es decir. Esa es la capacidad innata que tiene la escritura de esta premiada autora de una docena de libros, entre los que destacan Los suicidas del fin del mundo, Una historia sencilla y Opus Gelber.

Las columnas recopiladas en Teoría de la gravedad, publicada por Libros del Asteroide con prólogo de Mairal, fueron publicadas desde el año 2014 en el diario El País. Además de editora y reportera, Guerriero ejerce el columnismo periodístico con profusión y periodicidad. Advierte el autor de La uruguaya que pudiera parecer que las columnas de su compatriota van apegadas a su biografía de forma indeleble. Pero no es así aunque lo parezca. Por la sencilla razón de que ella ya ha salido del foco y deja que el lector disfrute con la escena confeccionada. Una maestría al alcance de muy pocos dotados para esto llamado columnismo en el proceloso mundo del periodismo. Dice Mairal que la autora de estos retales de realidades “hace sentir al lector como un intruso con palpitaciones. Nos deja su silla vacía como si pudiéramos ser ella por un instante”.

Y por si fuese poco todo esto, Guerriero lo consigue con la brevedad como arma de doble filo, esa misma cualidad de la que adolecen muchos literatos, que no logran domar jamás en sus dilatadas trayectorias de largas y profusas historias. Nunca una palabra menos es una palabra de sobra. Otro tanto más que sumar al estilo personalísimo de la autora argentina, que en la columna El pacto, con la que comienza esta selección, se pregunta con asombro: “Vengo aquí. Saqueo mi vida. ¿Para qué la quieren? Yo, a veces, la prendería fuego”.

Tono sombrío y poético

Ese tono sombrío y poético no la abandona en ningún instante, ni tampoco el ritmo endiablado del que dota sus textos, que parecen no querer acabar nunca hasta que llega el punto y final, y con él una sensación de placidez y al mismo tiempo de frustración por lo etéreo de todo lo vital. “Supongo que creen que la vida les va a durar toda la vida. Que la alegría les va a durar toda la vida. Supongo que suponen que nunca estarán unidos a cada una de las horas por el hilo flojo de la desesperación”, escribe en la columna Supongo. Y así todo. Además de bello e intenso, su columnismo es profundamente desasosegante, como un poema en permanente estado de digestión mental.

 

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