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Lecciones de las elecciones en Colombia

El paisaje electoral tras la batalla política muestra a las claras el descrédito de la política tradicional en Colombia, pero especialmente de los dos grandes partidos tradicionales, liberales y conservadores, el desafecto de los colombianos hacia una buena parte de su clase política y el entierro definitivo del uribismo

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análisis

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La victoria del candidato de la izquierda, Gustavo Petro, tan esperada como anunciada por todas las encuestas, coloca a Colombia ante un gran cambio que tiene una dimensión histórica casi única en los dos siglos transcurridos desde la independencia. Nunca en la historia de este país la izquierda había estado tan cerca de alcanzar el gobierno y poner en marcha un profundo proceso de transformación social, política y económica, tal como ha anunciado hasta la saciedad su candidato presidencial y otros componentes del denominado Pacto Histórico, la gran coalición que ha ganado estas elecciones y que obtuvo el primer puesto en las legislativas de marzo.

Los grandes derrotados de la noche electoral transcendental que vivió este país el pasado domingo son los partidos tradicionales, pero especialmente los conservadores y los liberales, que habían apoyado al candidato de la derecha, Fico Gutiérrez, y cuyos resultados han sido paupérrimos: apenas el 23% de los votos y a casi un millón de votos de distancia del outsider Rodolfo Hernández, la gran sorpresa de estas elecciones y el candidato que competirá en la segunda vuelta con Petro por la presidencia. En total, el voto de los candidatos contrarios al establecimiento superó el 75%, mientras que los candidatos del mismo apenas llegaron al 25%.

Aparte de la derrota clara, rotunda y contundente de los partidos tradicionales, los grandes caudillos de la política colombiana, como el candidato de la indefinición ideológica, Sergio Fajardo, que apenas supera el 4% de los votos, y el ex presidente liberal César Gaviria, que fue uno de los principales apoyos del derrotado Fico, salen muy malparados y desautorizados por un electorado que ha preferido el cambio a la continuidad hedionda de una clase política deleznable y corrompida hasta la médula. 

El fracaso de un sistema político

El sistema político colombiano se ha caracterizado durante décadas por una corrupción galopante, la pervivencia de una élite absolutamente insensible ante una realidad social absolutamente injusta y miserable, la marginación de amplias capas de la población del juego social y político y la utilización de todas las formas, incluida la violencia, para acallar toda forma de disidencia y seguir ejerciendo el poder por parte de una casta política exclusivista, clasista, extractivista y racista. 

El desafecto de millones de colombianos hacia esta forma de gobernar, casi despótica y alejada de la inmensa mayoría de los intereses de los ciudadanos, ha tenido su respuesta en las urnas tras décadas de frustraciones, trampas desde el gobierno y un poder político ajeno a los destinos de un país anclado en el subdesarrollo social e incapaz de sumarse a la modernidad de una vez por todas.

La élite social, política y económica colombiana vivía sobre un volcán que ahora ha entrado en erupción y apenas se entera de lo que ocurre después de años de vivir de espaldas a la realidad de su país. Petro ha sido el catalizador de un cambio que ya no se podía detener y que había tenido sus grandes expresiones en las masivas protestas sociales de hace un año, en las que participaron millones de jóvenes excluidos y desamparados ante la falta de expectativas en todos los órdenes de la vida. 

Decadencia, ocaso y muerte del uribismo

Otra de las consecuencias claras de esta cita con las urnas ha sido el fracaso del uribismo, cuyo descarado apoyo a Fico quedó al descubierto durante la campaña electoral aunque el ex presidente Alvaro Uribe se negara a hacerlo explícitamente durante la misma y prefirió mantenerse al margen, en la creencia (cierta) de que su apoyo podría dañarle. Aunque ni el silencio de Uribe le ayudó a la remontada, a Fico lo que  realmente le ha dañado es la pésima gestión del actual presidente, Iván Duque, nombrado por Uribe a dedo y que se ha revelado como el maestro de la ineptitud suprema. La decadencia y ocaso del uribismo ya se había mostrado con fuerza en las elecciones legislativas celebradas en marzo, en que el partido de Uribe, el Centro Democrático, pasó de ser la primera fuerza política a colocarse en quinta posición y perder un tercio de sus senadores.

Sin un liderazgo claro al frente del uribismo, un notable desgaste tras años de una gestión de gobierno errática por parte de Duque y un presidente Uribe cada vez más cuestionado por su forma de dirigir el partido, el Centro Democrático (CD) ha mostrado su irrelevancia en estas elecciones y la pérdida de influencia en la sociedad colombiana. Uribe ha cometido en los últimos años gravísimos errores, tales como haber colocado a Juan Manuel Santos, hace doce años, como candidato del uribismo y después a Duque, quizá el peor presidente de la historia de Colombia y el gobernante que ha generado un mayor malestar y desilusión en la sociedad colombiana en las últimas décadas, sobre entre los más jóvenes y los sectores sociales más desfavorecidos.

Lejos de haber creado un partido moderno, con un equipo eficaz al frente y una organización sólida, funcional y extendida territorialmente, el partido de Uribe se convirtió en una suerte de secta caudillista donde para medrar simplemente bastaba con no cuestionar al gran líder o rendirle una pleitesía rayana al lacayismo. La derecha colombiana, al perder uno de los pilares donde radicaba su fuerza, el CD, tendrá que realizar un ejercicio de catarsis colectiva, buscar nuevos responsables al frente más allá del caudillismo político y conformar un verdadero equipo al frente que sea percibido por la sociedad como una alternativa real y viable, algo que ahora no ocurre. De ganar Petro la segunda vuelta y llegar a la Presidencia, algo no descartable en estos momentos, el uribismo quedará definitivamente enterrado tras tantos años de sórdida decadencia.

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