La pobreza es uno de los grandes problemas a los que se enfrenta la sociedad con especial gravedad si afecta a niños y niñas. Andalucía es con un 39,1%, la tercera comunidad autónoma con mayor porcentaje de pobreza infantil, detrás de Extremadura (47,8%) y Canarias con casi un 40%, según un estudio elaborado por la consultora AIS Group en base a sus indicadores Habits. De cara a esta realidad se ha publicado el libro La pobreza vivida: experiencia de niños, niñas y adolescentes en Andalucíafruto de una investigación cualitativa realizada por la socióloga Ainhoa Rodríguez García de Cortázar, que recoge los testimonios y opiniones de 53 niños y niñas de varias provincias andaluzas, con edades comprendidas entre los 10 y los 18 años, de diferentes entornos sociales y con diversos orígenes étnicos.

Este proyecto ha sido encargado por la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación de la Junta de Andalucía al Observatorio de la Infancia en Andalucía para poner de manifiesto un problema que 3 de cada 10 niños y niñas andaluces pueden sufrir. “El principal aporte de esta monografía, el más novedoso, es que muestra las percepciones, emociones y vivencias de niñas, niños y adolescentes con dificultades económicas en Andalucía”, explican en un comunicado emitido por el Observatorio. Además, destacan “la revisión de la literatura científica sobre el impacto de la pobreza en la infancia y ofrece datos cuantitativos del alcance y la gravedad de la pobreza infantil en la comunidad andaluza, en España y en la Unión Europa”.

La publicación está ilustrada con dibujos y pinturas del alumnado del CEIP ‘Ibarburu’ de Dos Hermanas (Sevilla), un centro con mayoría de alumnado de etnia gitana en situación de exclusión social. El director del centro, Raúl Gómez Ferrete, considera que “la escuela pública es el único modo que tiene la población infantil pobre para poder romper con las dinámicas de exclusión”. En este sentido defiende “la necesidad de garantizar e impulsar la educación de 0 a 3 años para las familias en situación de pobreza” y señala “las elevadas cifras de absentismo escolar (casi un 40% anual) como un freno para poder salir de la situación de pobreza que se encuentran”.

Resultados de la investigación: situación desfavorecida, consecuencias y emociones

El informe revela que las niñas, niños y adolescentes participantes en la investigación viven en entornos empobrecidos. Sus padres o madres están en situación de desempleo o trabajan en sectores precarizados y las condiciones de habitabilidad de sus hogares empeoraron con la crisis económica. Algunos niños y niñas viven hacinados, otros pasan temporadas sin electricidad o sin agua corrientes y hay quienes han sufrido desahucios. También destaca que habitan en barrios humildes, desfavorecidos y estigmatizados donde el deterioro, la suciedad, la falta de equipamientos y el abandono institucional se hacen palpables. De igual forma, a la mayoría de participantes les preocupa la inseguridad y la violencia cotidiana en los barrios en los que la venta de droga está normalizada. Generalmente reciben ayudas para alimentación, bien por medio de comedores escolares bien por medio de asociaciones o entidades religiosas. En ocasiones, las familias cuentan con prestaciones no contributivas o cobran el subsidio por desempleo.

En relación a cómo afecta la pobreza a estos niños, niñas y adolescentes se han señalado varias consecuencias. La privación alimentaria es una de las primeras en opinión de los y las participantes en el estudio, pues “el empobrecimiento condiciona los hábitos alimentarios en sus familias, y algunas adolescentes cuentan cómo han tenido que dejar de desayunar o reducir sus raciones para garantizar que sus hermanos pequeños o familiares puedan comer”. Por otro lado, la vestimenta se presenta como un “símbolo de estatus” y si esta no es variada, está vieja o pasada de moda, resulta un indicador de la pobreza y motivo de burla en el entorno escolar.

Generalmente, las niñas, niños y adolescentes creen que la pobreza afecta a la salud y que está relacionada con un mayor riesgo de enfermedades respiratorias o cardiovasculares, así como con estrés y depresión. A veces, según el comunicado, reconocen tener dificultades para pagar determinados tratamientos médicos especializados y comparten las críticas a los recortes en sanidad. Entre sus emociones más recurrentes están la tristeza por el sufrimiento de la situación de sus padres, los sentimientos de soledad, humillación, desprecio, rabia o envidia ligados a la pobreza y la inferioridad por su posición económica en comparación con los demás. El miedo es otra de las emociones habituales por episodios de violencia física y quienes son de origen extranjero expresan temor por el racismo y la xenofobia. Algunos sufren al pensar que sus padres, que están en prisión, han sacrificado su libertad por ellas y ellos.

El empobrecimiento también ha afectado a las relaciones familiares de los participantes y afirman que son bastante frecuentes las discusiones, gritos y peleas dentro de casa. En lo referente al tiempo libre, las personas participantes solo van a las excursiones escolares y actividades gratuitas o muy baratas. En la adolescencia, la falta de dinero para tomar algo, ir al cine o a un concierto les acaba afectando en sus relaciones sociales y acrecienta su aislamiento. Asimismo, gran parte de las niñas, niños y adolecentes consultados no tienen ordenador con ADSL, por lo que utilizan el móvil para realizar los deberes, un hecho que les dificulta su formación escolar y puede generarles problemas de visión. Además, muchos no cuentan con un espacio tranquilo para tal fin y, en el caso de las chicas, han dejado de concentrarse en el estudio por asumir responsabilidades en los cuidados de la casa. Varios de los consultados reconocen la desmotivación que les llega por parte de amistades y familiares para que dejen de estudiar.

En cuanto a los riesgos asociados a la pobreza, su entorno opina que los niños y niñas tienen mayor probabilidad de vivir episodios de violencia física o sexual y menor protección institucional. Por otro lado, las separaciones familiares o la retirada de custodia es otro de los riesgos que se perciben. Para los menores migrantes no acompañados participantes en la investigación su principal riesgo es no encontrar un empleo y quedarse en la calle cuando cumplan los 18 años. Y todos ellos perciben aporofobia en su entorno, es decir, el desprecio o rechazo hacia personas en situación de pobreza, concluye el comunicado.

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