Las siete pléyades y tú

Si todos nacemos con una estrella, ¿cuál será la nuestra? ¿será pequeña y casi invisible o resplandecerá como las Pléyades?

Cuenta la leyenda que las siete hijas del titán Atlas y Pléyome fueron convertidas en estrellas por la mano salvadora de Zeus, para protegerlas de las garras de Orión, y es por eso se hallan junto a su constelación. Pero una de ellas, Mérope, se enamoró de un mortal, Sísifo y pudo escapar. Por ello, en el cielo solo se ven seis de las siete hermanas.

Dicen los astrólogos que, junto la Vía Láctea, este grupo de estrellas es capaz de verse con un ojo bien entrenado, y que el mejor momento de verlas es en otoño e invierno. Ya sabéis estamos en buen momento para ello.

Mezclar el magnetismo del cielo con estas jóvenes estrellas que nacieron en la era de los dinosaurios y, que aún podemos ver, me lleva a un pensamiento sobre sobre los límites del hombre “en el cielo están las respuestas por inaccesible e infinito y en el amor infinito que en él subyace”

La compasión de Zeus y el amor de Mérope, le salvan de la muerte deseada por Orión quizás por motivos como la ira, el odio, la envidia, el deseo… ¡vaya usted a saber lo que sentía para desear hacerles daño!

Miramos al cielo en busca de la belleza, de la infinitud, del magnetismo que transmite y de respuestas, incluso pensamos que en un lugar muy especial se encuentran quienes tanto amamos, miramos en la esperanza de una vida eterna o reencarnación. Pero también lo hacemos, suspirando y elevando plegarias al cielo para tener ayuda en los avatares de la vida, esos que, en su afán de sorprendernos, nos atropellan.

En esa belleza que no es hueca ni inútil, la hermosura que edifica monumentos que trascienden al paso de los tiempos, es en la que vemos que las vicisitudes cobran sentido. Todas las culturas hemos buscado en las estrellas respuestas, incluso guía como los Magos de Oriente. Les han puesto nombres, y existe una teoría que es la Teoría del Evangelio en las estrellas.  Según la misma, y en palabras de Frances Rolleston: “las constelaciones representan los vestigios de un evangelio primitivo que dio Dios a los primeros hombres.  Dios presentó Su plan de salvación a Adán, y tanto Adán como sus primeros descendientes preservaron ese conocimiento por medio de darles nombre a las constelaciones y estrellas. Con la llegada de la Palabra escrita de Dios, el mensaje del evangelio en las estrellas ya no fue necesario y cayó en desuso. Con el paso del tiempo, el hombre impío pervirtió el evangelio original en las estrellas, mezclándolo con mitología pagana y, finalmente, convirtiéndolo en la religión de astrología”.

Una vez más se busca en un ser superior, la creación del universo y, en él la energía que lo transmite de generación en generación, que no es otra que el amor.

Todos incluso los más puristas y escépticos, buscamos una respuesta al sentido del comienzo y del final de esta aventura que es nacer para morir. Y con el paso de los años, se desecha esa belleza hueca que se arruga y adolece de inmortalidad, para ir llenando los cajones del alma de esos sentimientos que derivan en la paz interior, en el bienestar de la conciencia y el cuerpo. Cada vez existen más métodos para logar el conocimiento propio para ser nuestra mejor versión ante el ajeno, siendo nuestro Zeus salvador, la toma de conciencia de que tras la ida no llevaremos un camión de mudanzas, sino un alma llena de amor.

Hoy os escribo esta carta para recordarnos que mirar al cielo nos hace ser admiradores y parte del universo.