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La voz dormida despierta emociones reales

Título: La voz dormida. Autor: Dulce Chacón. Adaptación de la novela: Cayetana Cabezas. Dirección: Julián Fuentes Reta. Intérpretes: Laura Toledo y Ángel Gótor. Música y espacio sonoro: Luis Paniagua. Escenografía y vestuario: Laura Ferrón. Iluminación: Joseph Mercurio. Producción: Salvador Collado.

Antonio Illán Illán
Antonio Illán Illán
Escritor. Licenciado en Filosofía y Letras. Catedrático (jubilado) de Enseñanza Secundaria de Lengua Castellana y Literatura. Ha desempeñado diversos puestos en la Administración. Tiene publicaciones de poesía, narrativa y ensayo. Colaborador cultural en medios de comunicación (prensa, radio y televisión), con más de 2.000 artículos publicados. Crítico de teatro en el diario ABC Castilla-La Mancha.
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análisis

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Laura Toledo, con memoria, fuerza, naturalidad y emoción, levanta teatralmente un texto que no ha perdido los fundamentos narrativos de los que le dotó su autora, la recordada Dulce Chacón, y que se han mantenido en el monólogo planteado por la adaptadora Cayetana Cabezas.

“La voz dormida” es a la vez una obra pequeña y grande; es pequeña por lo que tiene de modesta, sencilla, cercana, entrañable y porque nos habla “sotto voce”; y es grande porque su discurso se dirige a nosotros pleno de sentimientos humanos que nos afectan a todos: el amor, la amistad, la solidaridad, el respeto, el miedo, la tortura, la muerte, la vida, siempre la vida, sin querer ser de los unos ni de los otros, sino de los demás. Y en las fuentes subyace la memoria de un ser de carne y hueso, la cordobesa Pepita Patiño, cuya historia fue la base de la novela de la extremeña Dulce Chacón.

Es la voz de las mujeres de posguerra, sus historias de rabia, de impotencia, de silencios, de humillaciones, del horror de la guerra que está ahí latiendo en la sombra, de preguntas, de esperas, de amores guardados y aguardados, de esfuerzos por sobrevivir y ayudar y ayudarse y salir adelante sin odios, sin hincar la rodilla ni rendirse. Es la voz de los valores humanos de gente que ha vivido en condiciones difíciles y no ha desesperado. Es memoria de pueblo, del pueblo, que no pierde el deseo y la esperanza, porque un mundo mejor tiene que ser posible, aunque eso no sirva ni para olvidar ni para ocultar el pasado. Y es amor deseado y deseante, cultivado en la ausencia hasta que, por fin llega el abrazo. La voz dormida despierta sin romanticismos y toca el corazón a quien se acerca al teatro para ver y escuchar a Laura Toledo. No es un espectáculo, es una emoción contenida.

Adaptar una novela al teatro no es tarea fácil; reducirla a un monólogo aumenta la complejidad. Cayetana Cabezas ha sido capaz de superar un reto complejo y ha tejido un texto fino que, en una sola voz, desgrana un puñado de historias. Es verdad que narrar esencialmente es referir hechos. Sin embargo, los hechos contados con el filtro del sentir de Laura Toledo toman otra dimensión; la realidad se calienta, late y se humaniza sin caer en la sensiblería. El director, Julián Fuentes Reta, también ha puesto de su parte para que en el contar se deslice la sutileza de la reflexión o incluso de la simbología.

La obra teatral, el monólogo propiamente dicho, se apoya y se eleva en la admirable interpretación de la sevillana Laura Toledo; más que merecidas son las nominaciones por este trabajo para los premios Max y el haber compartido candidatura en los galardones del Teatro de Rojas de Toledo (que los concede el público) con Nuria Espert y Carmen Machi. Ella habla a unos y otros, interlocutores que son y no están, reflexiona como si interiorizara el monólogo y lo pasara por el tamiz de la emoción contenida o apasionada que debe sentir la persona de la que habla. Y es preciso cambiar el color de la voz, el registro, el tono y el mínimo gesto para que se aprecien las diferencias y los diversos caracteres de unos y otros. Podemos apreciar los retratos que pinta con palabras sin caer en la sobreactuación. Con este trabajo lleno de matices, serio y equilibrado nadie podrá decir que Laura Toledo es una “prometedora actriz con futuro”, sino que es una incuestionable realidad. La presencia de Ángel Gótor en el escenario, siempre en segundo término y sin pronunciar palabra viene a ser la carnalización de las sombras y las ausencias o la certeza del amor que vendrá. Es verdad que en ocasiones puede distraer la atención, o a mí al menos me distrajo.

La escenografía reducida al mínimo, deja todo el protagonismo a la actriz. Quizá le hubiera venido bien alguna proyección para contextualizar el mundo de referencias. La iluminación, en cambio, es clave para el desarrollo dramático, porque es lo que va marcando la ubicación de la protagonista en los diferentes espacios: la cárcel, la casa, la iglesia, etc. Asimismo, la música contribuye a subrayar momentos clave; acertada y oportuna, aunque el volumen en ocasiones habría que ajustarlo para que deje oír con nitidez el monólogo.

La producción ya ha recorrido España, ahora está en Madrid, en el Teatro Bellas Artes, hasta mediados de diciembre, y pronto tomará otros rumbos internacionales siguiendo la estela del Instituto Cervantes. Estoy seguro de que allí donde vaya esta nueva producción de Euroescena y Salvador Collado el público la aplaudirá y con ganas.

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