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La violencia solo produce violencia

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Los dos años de la presente legislatura solo ha impulsado crispación en la política. Oposición y Gobierno no se dan tregua jamás, lo que resulta más que penoso y degrada las relaciones con los ciudadanos, que jadean a los contrincantes, lo que trasciende después a las calles. Esta forma de actuar se ha extendido, incluso, a las Comunidades Autónomas, que reclaman para sí mismas ser oposición al Gobierno. En tiempos no lejanos, un alcalde de París alcanzó la presidencia de Francia. Este camino parece evocarse, a veces, con cierta nostalgia.

Existen alcaldes y presidentes de mal encaje, que no pueden estarse quietos en la ciudad o región para la que fueron elegidos y se mueven inquietos, porque esto no colma sus ambiciones. No temen atacar, incluso, a los secretarios generales de sus propios partidos, presentándose con altanería para ser la alternativa. Esto conduce, naturalmente, al abandono de sus obligaciones o, al menos, a no entregarse plenamente a ellas. Los ciudadanos pueden percibirlo por poco atentos que estén.

Tampoco hay que olvidar la deslealtad de los partidos que tienen convicciones comunes. En lugar de trabajar por diferenciarse entre sí e identificar sus señas de identidad para que los electores puedan saber lo que votan, se hacen la guerra entre ellos. Unos tratan de destruirse entre sí con objeto de destruir al otro y poder así anexionárselo. Esto resulta demasiado vergonzoso e interesado: unos salen de su propio partido político y se ofrecen al contrario, que los premia con cargos para estimular a los que quedan a la huida, convirtiéndose de este modo en verdaderos peleles.

Otros partidos modifican sus propias convicciones, si es que las tienen, para mostrar que son más fuertes que los demás, haciendo cosas que desprestigian su identidad, solo para imponerse ante sus votantes. Ésos actúan así, pero yo soy todavía capaz de superarlos. Unos se han identificado, por ejemplo, por su incontinencia verbal, manifestada en formas violentas y los que mantenían formas más contenidas y moderadas se ven obligados a actuar en el mismo sentido. Cuando uno produce una decena de ataques, el otro responde con una veintena y así sucesivamente.

Ya no basta la violencia verbal, ahora hay que dar un paso más hasta la violencia física. La base de esto es el odio más feroz y bestial, lo que produce consecuencias que llegan hasta el asesinato. Vamos a suponer que odio al Orgullo. Pues manifiesto homofobia contra ellos con la mayor agresividad posible: “Impregnan el centro de la ciudad de un hedor insalubre e insoportable”, declara Vox. No se puede molestar de este modo a los vecinos. Lo de los gays es solo un vicio, no amor (Juan E. Pfüger). Vox, Cidadanos y Partido Popular votan en contra de poner la bandera arcoíris en el ayuntamiento de Madrid. “Si mi hijo dijera que es gay, trataría de ayudarle. Hay terapias para reconducir su psicología” (Fernando Paz, en “El gato al agua”).

No podía faltar Ayuso: “El Orgullo a la Casa de Campo no, porque hay familias” y el parque es “un bien patrimonial”. Tampoco se libra el alcalde de Madrid. Monedero dice al alcalde que si hubiera colgado la bandera LGTBI, “el asesinato de Samuel habría sido un poco más difícil”. A lo que el alcalde contestó que “sólo una mala persona puede banalizar un asesinato de odio. No todo vale”. Parece que le ha escocido bastante y rechaza que se le acuse del asesinato. Como siempre, lo que falta es la moderación. Monedero dice que habría sido más difícil con la bandera colgada y no banaliza un asesinato, como muestra la reacción airada del alcalde.

Hay que posicionarse en esto con claridad. Ninguno de los autores de las citas seleccionadas es culpable del asesinato. Tampoco el alcalde, si bien es cierto que las declaraciones violentas llevan a más violencia cada día y se está haciendo ya intolerable este proceder. El hedor que desprende el colectivo hace pensar en su expulsión de aquí, porque puede contagiar. Acusarlos de viciosos es igual que poner un muro de contención, ya que resultan contagiosos. Esto es pura ideología: hay seres humanos sin moral y con capacidad de contagiar a otros. Su símbolo y bandera hay que proscribirla absolutamente. Podrían ser conducidos, si esto fuera posible que se hiciera, pero es que ellos desean vivir su propia identidad y no merecen que se les someta a mayores sufrimientos todavía. Que los mismos padres los consideren enfermos es ya el colmo de la inhumanidad. A que Dios rezarán estos, como apunta Monedero.

El odio conduce a la homofobia y esta a la persecución. Aquí haría bien Ayuso en aplicar su concepto tan estúpido de libertad frente a la frivolidad de tomar cañas de cerveza. En cambio, a estos no se les puede dejar que sean libres, porque se desmadran y se empoderan de la sociedad, pudiendo convertirla en un humus vicioso irrechazable.

En Grecia no había un Dios único, ni tampoco un libro sagrado y llegaron a ponerse los griegos al frente de la civilización, que todavía admira Europa. Jerusalén fue muy distinta de Atenas, aunque se establecen conexiones entre ellas. Se trata de la razón y la fe, que llevan al conflicto, aunque también se puede dar un armisticio de las dos grandes tradiciones. Solo hace falta  respeto y tolerancia para aprovechar los frutos que ofrezca cada una. Lo que no es posible es respetar las tradiciones y despreciar, al mismo tiempo, a los seres humanos que las practican. El odio trae odio y la violencia más violencia todavía.

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