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A Sánchez se le acaba el crédito ante la clase trabajadora

La reunión entre PSOE y Podemos para derogar la ley de Rajoy termina sin acuerdo mientras el comisario Gentiloni advierte ante alegrías socialistas

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análisis

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Se les llena la boca de socialdemocracia, presumen de ser los humanistas que se desviven por los pobres y las capas más humildes de la sociedad, se vanaglorian de pertenecer al partido de los 142 años de historia que afronta las grandes reformas del país, pero a las primeras de cambio, cuando toca materializar las palabras en hechos, cuando llega el momento de arrojar al vertedero de la historia la infame reforma laboral de Rajoy (gran símbolo de una época de abusos y latrocinios contra la clase obrera) se rajan, ponen excusas, meten la cabeza debajo del ala y se postran sumisamente ante la patronal y la banca. Ese es el PSOE que tenemos. Ese es el PSOE de Pedro Sánchez.

No hay socialismo sin defensa real de los trabajadores. Todo lo demás, el discurso feminista, el ecologismo, el veganismo, el retorno al pedaleo de la bicicleta y demás renovaciones del manual, está muy bien, pero no logrará seducir a esos millones de proletarios pobres que están pagando duro los efectos de la pandemia y el régimen de semiesclavitud laboral que les impuso el franquismo económico del PP. Una legión de siervos del capital que trabajan de sol a sol en horarios interminables, con contratos tercermundistas y sueldos miserables y que, tras la deserción de la izquierda de los guetos, barrios marginales y extrarradios, escucha las ofertas de Santi Abascal. O como dice Jorge Verstrynge: “La izquierda en Europa ha abandonado a la clase obrera, que se ha ido, lógicamente, a la extrema derecha”. Así de fácil, así de monstruoso. Tal cual como ocurrió en los años treinta del pasado siglo.

Ayer, PSOE y Unidas Podemos se sentaron a negociar la contrarreforma laboral. ¿Negociar? ¿Pero qué demonios hay que negociar cuando de lo que se trata es de hacerle un gurruño a la ley de la derecha y arrojarla al vertedero de la historia? La mesa de seguimiento del pacto de coalición lo tenía fácil para avanzar en el socialismo real: era cuestión de entrar en la sala de reuniones, estrechar las manos y dar los oportunos abrazos al socio de gobierno, hacer trizas la normativa vigente y posar en la foto para la posteridad. Cinco minutos de reunión y a legislar sin complejos una nueva ley que, aunque con la oposición de la patronal, la banca y las derechas, sería mucho más justa y decente que el bodrio ultracapitalista de Rajoy.

Pero una vez más no pudo ser. Se conoce que Pedro Sánchez había dado orden a Nadia Calviño de echar el freno de mano hasta nueva orden. Por lo visto había reunión europea y el presidente del Gobierno no quería quedar como un rojo chavista ante el comisario de Economía de la UE, Paolo Gentiloni. Se trataba de dar imagen de moderación, de tranquilidad, de retorno al liberalismo tras una primera parte de legislatura en la que se ha avanzado solo tímidamente en algunas políticas de protección social. Gentiloni lo ha dejado muy claro: cualquier reforma laboral y de las pensiones “debe cumplir lo pactado en Bruselas”. Recio aviso a navegantes.

Por si fuera poco, PSOE y UP llegaban a la decisiva entrevista en medio de una de sus habituales peleas domésticas. El caso Rodríguez había caldeado el ambiente y Belarra había ido a por todas anunciando querellas y pidiendo dimisiones, la primera la de la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, a quien la formación morada reprocha que no se haya plantado ante el juez Marchena negándose a tramitar la inhabilitación del diputado podemita, condenado por su famosa patada a un policía hace siete años. Belarra exigía a Batet que fuera más allá de los límites del valor y se hiciera un Forcadell, es decir, que se declarara en rebeldía ante el Tribunal Supremo. Como es lógico, era mucho pedir que una moderada socialista se convirtiera en mártir de la libertad y así las cosas resulta comprensible que la representante de la tercera institución del Estado optara por ser obediente y acatar la sentencia.

Sánchez ante su encrucijada

En medio de todo ese ruido y esa furia llegó la reunión sobre la reforma laboral, auténtica piedra clave que sujeta todo el edificio del Gobierno de coalición. Si UP entró en el Consejo de Ministros fue precisamente para esto, para acabar con una legislación que ha supuesto dolor para millones de familias. Sin reforma no hay gobierno, sin Smint no hay beso, como decía el anuncio aquel.

Yolanda Díaz había avisado de que la situación era “delicada” y dejaba caer su “tristeza” por la escasa sensibilidad que el PSOE está mostrando con las clases trabajadoras, que esperan esta reforma potente como agua de mayo, no solo unos cuantos retoques cosméticos. Calviño pretendía colocar a un observador de su confianza para supervisar las negociaciones con los sindicatos y la patronal y Podemos no estaba dispuesto a ceder. Obviamente, la razón asiste a la ministra Díaz, no solo porque el pacto de coalición entre ambos partidos habla de derogación de la reforma laboral, sino porque cualquier iniciativa o borrador legislativo debe partir necesariamente de su negociado, o sea, del Ministerio de Trabajo. Sin embargo, pronto se vio que a la gran sindicalista le habían organizado una encerrona o golpe desde dentro. Pedro Sánchez, que es quien debería poner orden en este gallinero, en ningún momento se ha pronunciado públicamente sobre la necesidad de que Calviño se ponga al timón del proceso y habla, ambiguamente, de que la reforma es cosa de “todo el Ejecutivo”. Un nuevo ejercicio de trilerismo político del presidente, a quien no le gusta mojarse en según qué cosas.  

Al final, la reunión de dos horas sirvió para poco más que para que los negociadores se tomaran un café y rebajaran el tono de la bronca de los últimos días. El PSOE habla de reunión “constructiva” y Podemos la califica de “cordial”. Una forma de ganar tiempo. Al final tablas, pero el reloj sigue corriendo, el pueblo que necesita pan y luz barata empieza a cansarse y la sombra de ruptura del Gobierno sigue planeando sobre Sánchez. El presidente empieza a deshojar la margarita de unas elecciones anticipadas que serían letales para la izquierda.  

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