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La paradoja brasileña de Clarice Lispector

Pedro Antonio Curto
Pedro Antonio Curto
Escritor. Colaborador del periódico El Comercio y otros medios digitales. Autor de los libros, la novela El tango de la ciudad herida, el libro de relatos Los viajes de Eros, las novelas Los amantes del hotel Tirana (premio Ciudad Ducal de Loeches) y Decir deseo (premio Incontinentes de novela erótica). Premio Internacional de periodismo Miguel Hernández 2010. Más de una docena de premios y distinciones de relatos. Autor de diversos prólogos-ensayo de autores como Robert Arlt y Jack London, así como partiipante en varias antologías literarias, la última “Rulfo, cien años después”.
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análisis

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¿Qué une un territorio a un autor? ¿Cuándo una comunidad se reconoce en un escritor? En sus inicios, en un poema adolescente, Miguel Hernández hacia un llamamiento a los oriolanos para que apoyaran sus proyectos literarios en una cierta reivindicación como poeta del pueblo; a pesar de ser quien ha colocado a Orihuela en el mapa, no está muy claro que lo haya conseguido. Cervantes y Shakespeare son escritores fundacionales, esenciales en sus lenguas, pero el estatus institucional y reconocimiento no siempre está acompañado de raigambre popular. No se trata de entrar en el complejo debate sobre la literatura nacional, sino, por así decirlo, cuando un autor es profeta en su tierra y las razones por las que se produce, y el caso de Clarice Lispector es muy sui generis.

Clarice Lispector fue una escritora brasileña que nació en una perdida aldea ucraniana, Thechelnik, por pura causalidad, pues pertenecía a una familia de judíos rusos que huían de los pogromos. Y también por el azar llegó a Brasil, pues sus padres se limitaron a coger el primer barco que partía hacia ese país antes que otro que se dirigía a Estados Unidos. Y ese nacimiento, el 10 de diciembre de 1925, se celebra hoy en su país de acogida.

Desde hace unos años, el diez de diciembre es el Día de Clarice Lispector, (A hora de Clarice) a semejanza del Bloomsday del irlandés de James Joyce. Una iniciativa que pone de manifiesto la vigencia popular de la escritora, que transciende de lo institucional o comercial, y que sigue creciendo, desde la muerte de la autora en 1977. Al contrario que el irlandés, Lispector no es una escritora especialmente “brasileña”, no refleja en sus obras características del país, ni siquiera se pueden ubicar la mayoría de sus historias, como si hace por ejemplo su compatriota Jorge Amado. Más aún, se trata de una narración que va hacia lo interior, inclasificable como se la ha definido muchas veces (como escribe Clarice no escribe nadie), una literatura singular, de conciencia y emoción, de piel, con algún parecido con el fluir de la conciencia de Virginia Woolf. Es lo que se suele llamar una escritora de culto, y así lo es en otros países. ¿Dónde está entonces el brasiñelismo de Lispector? Algún estudioso ha señalado que el carácter enigmático de su obra se encuentra, como en Kafka, en ser judía, aunque ella nunca se definió como una judía militante, al contrario, reivindicó su identidad brasileña: “Para mí dejar Brasil es un asunto muy serio. Yo pertenezco al Brasil.” Y lo decía por experiencia propia, pues como esposa de diplomático se vio obligada a vivir en varios países de Europa y Estados Unidos, donde no se encontró muy cómoda: “A veces creo que Suiza no existe, que inventaron lugares así para que nos sintamos misteriosos y ricos, pero que de verdad el mundo acaba allí cerca.” Incluso veía el país como engendrador de su obra creativa, y que le proporcionaba algo fundamental para un escritor, su cosmovisión: “Yo también necesito al Brasil. Quiero verlo salir de la miseria y de la muerte, quiero que alcance su tamaño real. Necesito un Brasil más grande para seguir escribiendo. (…) Necesito un Brasil más grande que me ayude a entender el mundo y amarlo. Fuera de Brasil no hay esperanza para mí.” Quizás el brasiñelismo de Clarice era un nacionalismo matriota que buscaba en esa comunidad, su lugar en el mundo. Es posible que algo de eso explique su seguimiento en Brasil, no la patria y toda su épica rimbombante con la que suelen construirse los grandes estados nación, sino la matria, lo íntimo, lo unido a la tierra, como ella entendió su idioma: “Hice de la lengua portuguesa mi vida interior, y mi pensamiento más intimo, la usé para palabras de amor.” Aquí también mostraba su matriotismo progresivo: “Este país me dio la lengua portuguesa, que es linda para trabajar y escribir. Incluso, a pesar de nuestros grandes escritores del pasado, la lengua continúa casi virgen, esperando que alguien se apodere de ella y la vuelva todavía más maleable.”

Y en un país tan grande como Brasil, es necesaria una patria chica, ese lugar que nos desarrollamos en lo cercano, la comunidad humana, que para Clarice fue la ciudad donde se crio, Recife. Un lugar que se puede percibir en una de sus primeras novelas, La ciudad sitiada, en la imaginada S. Geraldo, que como ocurrió con muchas urbes brasileñas, se desarrolló con una rapidez atropellada, dando esa relación de amor-odio que a veces tenemos con aquello que nos es próximo o nuestro: “La pobre mujer odiaba S. Geraldo y se habría mudado sí, decía con reprobación Lucrecia no fuese tan patriota.”

Clarice Lispector ha sido definida como una persona y una escritora enigmática, creadora de frases cripticas, de historias sin rumbo claro y con múltiples puertas, de personajes con texturas misteriosas, el enigma de la matria y su búsqueda: “Me parece sinceramente que yo no pertenezco a ningún lugar, eso me da miedo.”

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