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La “otra España” no posible (Espartero y Cuixart)

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Hay una España que se mira con rencor el soberanismo catalán sin ser debido a un sentimiento nacionalista español. No son individuos que sientan atacada su bandera, la Sacrosanta Unidad, o similares. Sostienen, con variados argumentos, que esta reivindicación catalana es egoísta, que solamente piensan en sí mismos, cuando deberían ayudar a una “otra España” posible. Otra España donde pertenecer a una minoría (en este caso socio cultural, la catalana) no comportaría un menoscabo de sus derechos. Una España pluricultural y plurinacional, plurilingüística (aunque pocos llegan a tanto)… en fin, lo que deseen. “Otra España” que los hechos demuestran, con la tozudez empírica de la historia antigua y contemporánea, que no es posible. Esta otra España, esta República (no solo por sacarse el lastre de la monarquía de encima, sino como una manera de pensar que connota una manera de actuar), no, no es posible.

Pero, además, si hubiera una remota posibilidad, son conscientes que sin Cataluña esta oportunidad se esfuma como polvo ante un vendaval: si las elecciones generales las ganó la izquierda por los pelos, saquen todos los votos de Cataluña y verán como la derecha gana por más de 700mil votos de diferencia en España; y, en las generales de 2008, que el PSOE ganó sacándole más de un millón de votos al PP, sin Cataluña hubiera ganado la derecha. No es de extrañar, entonces, que vean la reivindicación soberanista catalana como un acto insolidario. Más que nada porque les condena a permanecer en una España anclada en el antiguo régimen. Una España de corte mesetaria y corrupta (seamos claros) ya sea la derecha o la curiosa izquierda del PSOE quien ostente el gobierno. Una corrupción inherente al concepto “corte”, totalmente extractiva, elitista. Es decir, básicamente se acusa al soberanismo de insolidaridad, pero dejando como única opción ser solidarios con el sistema existente.

Los catalanes somos tan tontos como los españoles o los franceses, o tan inteligentes como los portugueses o los españoles. Porque los hay que son una cosa, los hay que sucumben a la otra. Con los independentistas, pasa lo mismo: algunos aplauden y otros piensan que se han hecho mal las cosas (no especifico cuáles son los inteligentes, pues, como antes, hay de todo en todas partes)… pero creo que la mayoría albergamos la duda de si había muchas alternativas (esto es importante, sin alternativas no hay libertad que valga). Y si estamos de acuerdo que se han hecho “mal” algunas cosas, no deberíamos pasar tan rápido sobre ello: por un lado, hacer algo “mal” presupone que se puede hacer “bien”, es decir, que hay otros modos de hacerlo (alternativas), y no se puede ignorar tan fácilmente que la única opción planteada desde el poder español es “no hacerlas”, renunciar completamente a una reivindicación.

Por otro lado, cuando hablamos de una relación (política, social) hemos de tener presente la relevancia de lo que hace el otro: uno no puede desligar los actos de los políticos catalanes (y juzgarlos) de los actos (o no-actos) de los políticos españoles que ostentan el verdadero poder. Además, súmenle a ello el hartazgo ante la presión del ordeno y mando mesetario de los últimos años. Y el cansancio, también, de la falta de oportunidades a salidas consensuadas. El hartazgo, insisto, de que, quien ostenta todo el poder, no se molesta en argumentar nada, se conforma con imponer (a eso se le llama desprecio). La indignación de, en algunos aspectos, sentirnos como en una colonia; y no importa si lo creen justificado o no, porque no quieren debatirlo (la crisis más profunda del Estado Español moderno, con Golpe de Estado posmoderno incluido, y ¿cuánta reflexión profunda se ha hecho en España? ¿En el Congreso, en el Senado? ¿En los medios? Casi nada: shows informativos de amarillismo para subir la audiencia, proclamas absurdas de políticos para ganar votos).

Como en una colonia, decía, como sujetos de segunda categoría que ni siquiera sus representantes políticos pueden hablar la lengua propia en el Congreso (a ustedes, que no les importe la prohibición efectiva del catalán en el Congreso, no significa que para nosotros sea importante). Se ignora que una inmensa mayoría de catalanes, alrededor del 80%, quiera un referéndum (¡ustedes ni siquiera lo debaten! Lo prohíben, y ya está). Y, ahora, finalmente, hemos llegado al cénit: que, aquello que votamos, es ignorado, ninguneado. Se ve que nos obcecamos y votamos “mal”, así que la judicatura española “corrige” nuestros errores con la connivencia de los partidos políticos “democráticos” españoles. Total, son unos centenares de miles de catalanes, qué importa lo que puedan hacer (¿alguna manifestación?).

Son los mismos votos que eligieron a los presos políticos o del exilio para que hicieran lo que ponía en su programa. No están encarcelados o repartidos por Europa porque si, sino por una represión que quiere llegar a la raíz de ello: nuestros votos. Y es por ello que presas y presos, exiliadas y exiliados, también somos nosotros, sean de un partido u otro. Tal vez muchos crean que, porque llevamos los niños al cole, hacemos la compra y vamos al cine, nos desentendemos. Pero la democracia es, también, hacerse partícipe de aquellos a los que uno elige como representantes. Por ello se les exigen responsabilidades. ¿O ustedes no las piden? Pues miren, a veces un servidor lo duda. Vemos que PP y PSOE, con una corrupción en la cima de Europa, apenas lo pagan. Convergència i Unió, una vez destapada su corrupción (ínfima, comparada con la estatal) lo pagó caro: ya ven que ni existe, y los que venían detrás (PDeCat) todavía lo pagan (y sin Puigdemont, seguramente lo pagarían más).

¿Cuál es esa “otra España” posible? ¿La de Podemos? Miren los resultados y, sean simpatizantes o no, díganme si es una alternativa mayoritaria. Saben que no. Como saben que el PSOE es la otra cara del PP, de la misma moneda. Que Ciudadanos es el canto equilibrista, el borde (eso, el borde), aunque el equilibrio se le derechiza al lanzarse en pos del fructífero voto nacionalista (tiene su gracia que, dicen nacidos para contrarrestar el nacionalismo catalán, enarbolen el más rancio nacionalismo español). Entonces, ¿por qué los catalanes no tenemos derecho a preguntarnos si queremos otra alternativa? Intentar salirnos de esta España que siempre ahoga (por las armas, por los jueces, por los bancos que tantos euros inyectan en C’s o SCC). No es victimismo, es fría realidad (si fuera victimismo, muchos de ustedes también serían víctimas. Tal vez sea así, no sé).

Ni somos tontos ni inteligentes por el hecho de estar convencidos de una reivindicación política y social. Muchos opinamos que un 47 o 48% no justifica según qué acciones, pero es que, en el fondo, “tampoco se han hecho”. Nuestros políticos representantes (¿incautos? ¿ingenuos?) se limitaron a hacer un tour de force. En época tan digital, con todo almacenado, ¿ya nadie tiene memoria? Miren hemerotecas, vídeos de noticiarios pasados: cuando todo sucedió nadie vio rebeliones ni golpes de estado, incluso el presidente Rajoy pedía por carta que le concretasen que se estaba haciendo. Fue un pulso al Estado Nacionalista Español, que demostró estar dispuesto a todo con tal de no ceder ni un milímetro.

La indignación es mala redactora, pero ya no es indignación contra jueces, políticos sin escrúpulos o pseudo-periodistas del establishment mesetario, sino desconcierto ante la población de esa “otra España”: no aquella que cree que todo vale para el “a por ellos”, sino la que duda, la que disiente, la que alguna vez soñó con un país diferente. Es esa España la que uno duda si conformista o hipócrita, la de revolucionarios de pacotilla con Netflix a todo trapo, la de artistas con pañuelo palestino en el cuello, pero rojigualda en el bolsillo (o en el corazón, que siempre suena mejor). La España de políticos abiertos al diálogo con la mano tendida y la otra aferrada a una Constitución post-fascista (que sí, que Franco y el subsiguiente rey eran fascistas. Un dictador, previamente golpista, asesino, con fundación y mausoleo y jueces de parapeto).

Una pregunta: si sucede que en unos años el independentismo es una clara mayoría, ¿qué harán? ¿enviar los tanques? Porque hacia allí es donde conduce el camino que han tomado, los que ordenan y los que callan. Se suele decir que la historia se repite, y uno no lo sabe, pero la España Nación parece hacer caso de las palabras de Espartero: bombardearnos cada tantos años. No lo duden, la reacción de España (con el beneplácito mayoritario de su sociedad) ha sido un puro bombardeo moderno.

Hubo un tiempo en que el Partido Socialista Obrero Español, daba esperanzas de esa “otra España”. La sucursal catalana (el PSC) hablaba a menudo de federalismo (no se preocupen, no tardará en hacerlo de nuevo). Pero hemos visto pasar los años, con sucesivos o intermitentes gobiernos del PSOE, y hemos acabado entendiendo que son palabras vacías. Los “socialistas obreros” rinden pleitesía a la monarquía, a las élites financieras, al centralismo o el poder mesetario. Hay una serie de catalanes que, al respecto de esa “otra España posible” se han sentido engañados. Y tienen todo el derecho a no volver a creerla más. A decirse a ellos mismos que “la única España posible es la que hay”.

Tras 40 años de democracia, inmóvil en este sentido, creemos tener el derecho a buscar otras vías, siempre que sean pacíficas y teniendo en cuenta los catalanes que no piensan igual (cosa que, aun siendo independentista, un servidor opina que no se ha hecho bien). Fíjense como, lentamente, la reivindicación se va trasladando a la izquierda, pues por mucho que en España hablen de un nacionalismo reaccionario, cada vez más catalanes ve una oportunidad de avance social en esta reivindicación (la parálisis de JxCat ayuda en el escore a la izquierda, e incluso empieza a parecer que Puigdemont tiende más a la izquierda, o centro, que el PDeCAT).

La España mayoritaria es eminentemente nacionalista (por mucho que lo quieran denominar patriotismo). Y es un Estado con todo el poder político, judicial, económico, policial y mediático, entremezclados (esto es comprobable). Uno cree, por tanto, que la desobediencia civil es lo más efectivo para una reivindicación que, en el fondo, es antisistema (no en el sentido que suele darse a “antisistema”, pero sí anti sistema-nacionalista-español). La desobediencia política tiene unos límites que son el propio juego político, y es mucho más fácil de contrarrestar (no digo que sus límites son la ley, porque en España, como decía, la judicatura está entremezclada con los otros poderes y teñida de ideología, y, como hemos visto en el juicio, plantearse si se cumple o no la ley casi raya el absurdo: la justicia no duda en “adaptar” las leyes).

Por ello uno piensa que ese aproximado 80% de catalanes que desean el referéndum, ser soberano el pueblo (se vote luego lo que se vote), deberían plantearse cuál es el pulso al que están dispuestos a llegar para contrarrestar la potencia del Estado Nacionalista Español. No van a ser los partidos políticos los que consigan cambiar las cosas una vez demostrado, en los últimos años, que en la capital del reino no se quiere hacer política al respecto. La cuestión, probablemente, acabará siendo “hasta qué punto los individuos lo desean y hasta dónde están dispuestos a llegar”. Y esto, disculpen la cruda frialdad, será lo que convierta en irrelevante el número de presos políticos que pueda haber, evitando que sean usados como un chantaje a la reivindicación. En estos tiempos tan individualistas que corren, tiene su gracia que ese 80% solo tiene alguna posibilidad si actúa en comunidad. ¿Seremos capaces? El tejido social, existe: una increíble cantidad de asociaciones sociales y culturales cubre todo el territorio catalán.

Si los independentistas aceptan que se unan bajo la premisa de ese 80% soberanista (dejando si independencia sí o no, a la decisión individual de cada uno el día de votar) es una fuerza social enorme. Está claro que el Estado cree que, sin los líderes políticos, no sabremos cómo hacerlo. Pero, si yerran, si ese inmenso porcentaje de catalanes se canaliza en un acuerdo de mínimos (decidir, nosotros, mediante un referéndum, qué queremos ser), ¿qué hará el Estado?

El referéndum permite que el individuo tome una decisión a sabiendas que no tiene garantizada la satisfacción del resultado. En un sistema (el consumismo) basado en la satisfacción momentánea, tiene un gran mérito que el 80% de una sociedad desee la incomodidad de tomar esta decisión. Y es precisamente la diversidad de razones individuales que convergen en ese 80% lo que más las constituye como comunidad. Por ello, un servidor opina que, aunque los hechos nos hagan creer que el Estado Nación España lucha contra el independentismo mediante la represión, esto no es así: lucha contra ese 80% partidario del referéndum. Ocurre que es contradictorio que un estado que se autodenomina como “plenamente democrático” utilice argucias, como mínimo poco democráticas, para luchar contra ello. La manera es ignorar (fíjense cómo lo ignoran) ese consenso alrededor del 80% y centrarse en los independentistas.

El 1-O la policía agredió a la gente “por el hecho de votar”, es decir, como manifestantes de ese 80%, y no porque fueran independentistas o no (recordemos que unas 180 mil personas votaron No y unas 45 mil en blanco; la policía no hacía distinciones, claro). La rabia, la violencia policial, viene aupada contra una comunidad que se empodera y disiente, y por ello, en el juicio, ni políticos españoles ni cargos policiales han sabido concretar el porqué de esas intervenciones violentas, y han tenido que inventar, a posteriori, todo un marco mental y lingüístico alrededor del “Golpe de Estado”. Se pretende conseguir que se crea que algo “ha existido”, y esa capacidad de adaptar hechos sucedidos a un discurso nuevo es una gran prueba de poder solamente realizable si la separación de poderes es inexistente (aunque la unión sea una ideología). Todo ello es lo que nos lleva a considerar si es efectiva una reivindicación colectiva clásica por una independencia, si tal vez sería mejor dejar esta decisión en manos de cada individuo el día que se vote. La lucha colectiva sería más efectiva basada en el empoderamiento de ese 80%.

A mi parecer, sin renunciar a su ideología, los políticos independentistas deberían ser menos independentistas y más políticos; y, dado el amplísimo porcentaje de partidarios del referéndum en los partidos unionistas (desde un 40% en C’s a un 60% en el PSC, datos y cifras en este artículo https://diario16.com/ser-o-no-ser-sujeto-politico/), sus políticos deberían ser menos unionistas y más políticos. Como no es así, y presumiblemente no lo será, tendrá que ser la sociedad civil quien los empuje a ello.

Un servidor cree que la reivindicación catalana fluyó por encima de un proceso, dándole forma al mismo (Vía Catalana, esas manifestaciones multitudinarias) creyendo que ello conduciría a un final. Se hizo, del modo, una teoría; con el riesgo que la teoría se convierta en dogma (varios tics de ello ha tenido, en algunos momentos, la reivindicación) que es lo que ocurre cuando uno piensa que su modo es el único correcto: no olvidemos que “cualquier teoría”, humanamente, suele ser falsa, dado que los humanos somos cada uno un individuo en sí mismo, por tanto in- clasificable, así que estas teorías son incompletas (el nacionalismo toma una parte de la identidad del individuo para que gobierne sobre su todo). Opino que ignorar lo anterior es el principal error de los nacionalismos, que clasifican al individuo impidiendo verlo en su propia unicidad.

Triste es aquel que se conforma con ser definido como “catalán” o “español”, cierto, pero esto no implica que, si una cultura o comunidad es coincidente en un propio punto de vista, no tenga el derecho a vivir conforme a ello (evidente que siempre respete las otras visiones y los Derechos Humanos). Vemos, entonces, si se trata de empoderarse de este derecho, por mucho que sea de manera pacífica, como surge el conflicto. ¿Por qué? En el caso catalán, porque ello significa una pérdida de poder y control por parte de quien lo ostenta (el Estado Español, tal como demuestra la aplicación del 155, la toma de poder prácticamente total). Es en este sentido que es antisistema. Que lo fuera profundamente, sería a posteriori decidiendo cómo debe ser la supuesta República Catalana.

Una confusión (o tal vez no lo sea y solamente haya aquí una intención malévola y manipuladora por parte de algunos medios y políticos) es considerar que una elección comporta un menosprecio. Es decir, que los catalanes, si pueden elegir la independencia en un referéndum que diese este resultado, estarían menospreciando el Estado España, y de ahí extraen que menosprecian la sociedad española, y, de ahí, que menosprecian a cada uno de sus individuos.

El que lo ve así, naturalmente lo ve como una agresión. Este es el mensaje solapado de PP, Ciudadanos y parte del PSOE: que los españoles se sientan menospreciados y agredidos. Como si uno pidiera una cita y, ante la negativa del otro, se sintiera agredido, cuando lo único que ocurre es que el otro “prefiere” otra opción. Así se entiende que las agresiones policiales fueran una “defensa”. [Uno opina que esto es fruto de un pensamiento patriarcal y muy egocéntrico (el concepto “ella es mía” aplicado a Cataluña), pero no me extenderé en ello, solo apuntarlo].

Las agresiones policiales, detenciones, exilio y juicio, han caído como un mazo que intenta imponer una única perspectiva, y evito considerar si verídica o no, pero sí la considero irreal pues es única (totalitaria) e impide la alternativa de otras perspectivas. El Estado pretende romper, y borrar, ese fluir reivindicativo y convertirlo en fotogramas aislados, escindir los hechos para que se pierda su continuidad. Cuando Jordi Cuixart dice “lo volveremos a hacer”, no lo interpreto como una amenaza, sino como la insistencia del que tiene derecho a manifestar una reivindicación, pacíficamente, ante un sistema que cierra todas las puertas imponiendo su única visión, dejando solamente la posibilidad de la desobediencia. Como en un zoótropo, la sucesión de cada acción individual es la que permitirá la visión de movimiento.

La judicatura, como mano cómplice del nacionalismo español, puede vetar diputados, prohibir europarlamentarios, impedir presidentes electos, encarcelar activistas disidentes, reinterpretar hechos como le plazca y adaptar las leyes para crear delitos virtuales, que no está nada mal para un estado democrático, pero no puede intervenir en todos y cada uno de los individuos. Aquí, en el interior de cada individuo, es donde reside el tesón, la perseverancia, la insistencia. Más que con la frase de Cuixart, me quedo con su sonrisa: la de aquél que se sabe más fuerte que todo un sistema, del que es consciente que el uso de la fuerza y de la imposición solamente es un signo de debilidad. Y el nacionalismo monárquico español, aunque pueda parecer lo contrario, en Cataluña está más débil que nunca. L’Estaca, de Llach, renueva su significado. Por ello, insistencia.

Extraigo del norteamericano Maslow: <<Los teólogos acostumbraban a emplear la palabra “acidia” para describir el pecado de quien no hace con su vida aquello que sabe que podría realizar>>. Dejando al margen conceptos teológicos como pecado, el anterior pensamiento nos obliga, ante cualquier situación, a un diálogo con uno mismo.

Y es fruto de este diálogo de donde debe nacer la insistencia individual, sin olvidar que los argumentos que la sostienen deben surgir del diálogo con el otro. También Maslow dice que <<el que contempla la verdad y mantiene cerrada la boca, percibe, en el fondo, que se ha hecho una injusticia a sí mismo y se desprecia por este motivo>>. Aunque Maslow se refiera a la verdad de y con uno mismo, en lo social, esa boca debe abrirse para dialogar referente a aquellos que callan en España, pero incluso los de aquí ante los oídos que la niegan. Y opino que el hándicap de los políticos independentistas, va por ahí: un político, en el fondo, es un negociante, un gestor de ideologías. Es más pasivo que activo, pues va a remolque de los votantes (por ello, aquellos activos caen fuera de los partidos para ser “activistas”). Esa “pasividad” de la gestión política, basada en renunciar a partes para conseguir “pasar” otras a lo efectivo, requiere siempre un interlocutor.

El nacionalismo pujolista siempre lo encontraba, pues se basaba en negocios, en el común lenguaje de lo económico. Para el pujolismo, el resto, era interno, cosas de casa, para tener la parroquia controlada, con una visión de la cultura más cercana al folklore. Cuando (y uno cree que debido a la falta de palabra del Estado Español) aumenta la necesidad de auto-gestión que significa el independentismo, desaparece el interlocutor, y en su lugar se alza un muro. Ya no hay diálogo posible, sino un NO inmenso tras las palabras Constitución del 78. Esa que sostiene (siendo una continuación edulcorada de la dictadura) a la monarquía y las élites (herederas) franquistas enquistadas en el poder policial, judicial, ejército, financiero, etcétera.

Todo acto reivindicativo, toda disidencia, y toda desobediencia es, en el fondo, un clamo al diálogo. Es forzar la exposición de argumentos a aquellos que solo responden con el uso del poder y ven innecesario argumentar, es decir, replantearse nada. Por ello reivindicación, disidencia y desobediencia enriquecen a toda la sociedad. Por ello los sistemas plenamente democráticos las incluyen, no como un precio a pagar, sino como un valor para mejorar. La disidencia no es un precio, es un valor. La reivindicación catalana (incluso con sus errores), para nosotros ha sido, y es, una ocasión que desnuda la posibilidad de esa “otra España”… dejándonos ante un muro enorme, frío y deshumanizado. Prácticamente nadie de cultura española- castellana lo ha visto así: se han quedado con el concepto imperialista de la unicidad del Estado Nación a cualquier precio, por encima de todo, justificándolo todo, con el consentimiento mayoritario de una sociedad española que demuestra, una vez más, que esa “otra España” no es posible.

Es evidente que hay muchos independentistas simplemente nacionalistas, cuyo único anhelo es el cobijo de un estado catalán para su cultura y poco más. Esto se demoniza, como si no hubiera tantos franceses, suecos o españoles nacionalistas. Y en muchos casos, este nacionalismo catalán, es una simple reacción por pertenecer a una cultura menospreciada por el poder demográfico de la cultura castellana (hoy en día, española) del Estado. Pero también hay muchos independentistas para los cuales la independencia es una vía para tener un gobierno más cercano, pequeño y controlable (la experiencia del clan Pujol nos recuerda que, el poder, debe controlarse). Piensan que es una vía más útil para políticas más responsables y sostenibles, ya sea respecto al cambio climático, la redistribución de riqueza o la lucha contra la corrupción. Además, ambas visiones pueden ser compatibles y no excluyentes entre ellas. Para ambas visiones, la “otra España posible” es ya una quimera abandonada.

Los nacionalistas, difícilmente podrán convencer a los que no piensan como ellos de raíz; pero los otros, tienen más posibilidades de sumar individuos a su reivindicación. El hándicap es que, si los primeros disponen de herramientas políticas (JxCat) y de asociaciones (ANC y, en menor medida, Òmnium), los segundos solamente disponen de la política (ERC, a ratos). Habría un hueco por rellenar, y quizás un intento sea la plataforma “Som el 80%” (https://somel80.cat/es), aunque tal vez no debería estar vinculada a Òmnium y sí a todo ese tejido social diverso que anteriormente comentaba. Ya, de paso, podría “bilingualizarse” el eslogan: hay mucho independentista bilingüe y, también, castellanohablante. Soberanistas, todavía más.

Hay, además, una diferencia a considerar: la existente entre un político entendido como aquél que se sirve del medio y aquél que se siente simple representante. Por ejemplo, el viaje de Rivera de Cataluña a Madrid y, ahora, de Arrimadas, por mucho que proclamen que es para dar efectividad a sus políticas, se relaciona directamente con que sus votantes catalanes solo han sido un medio para ellos poder “ascender” hacia la residencia del verdadero poder.

Esto les justificaría, asimismo, sus vaivenes ideológicos e incoherencias, porque su objetivo es el poder en sí mismo. Podemos contrastarlo con las declaraciones, en el juicio, de los presos políticos: más allá que estos les desagraden o no, me atrevería a decir que todos sus votantes se sienten representados y, por tanto, solidarios. En los primeros (el político utilitario) vemos como su respeto y prestigio (me ciño a Cataluña) no es el mismo que hace cinco años, y es probable que de aquí otros cinco sea menor. En los presos políticos, aunque seguramente deberán rendir cuentas a sus votantes por muchos errores y engaños políticos, mantendrán ese prestigio y respeto en su medio. El tipo de político primero tiene una relación utilitaria con sus votantes (los votaron por la utilidad de frenar el independentismo, y ellos los utilizaron para su ambición personal).

Los segundos, establecen una relación representativa: son parte de sus votantes, y viceversa: estos se sienten partícipes de ellos; están integrados. La relación de los primeros se basa en la necesidad y utilidad; son combativos, pero con ausencia de un proyecto común. Y los segundos, basándose en un proyecto común, son expresivos, no son “necesarios”, y pueden ser otros. Veremos si Ciudadanos, en Cataluña, es lo mismo con “otros”. [Los últimos movimientos de Valls entran de lleno en el político utilitario, solo que actúa a medio plazo, no como otros cuya ambición les ciega más allá de mañana. Atentos a si Valls opta por ser el Iceta español].

Si la reivindicación catalanista, en su momento lumínico (manifestaciones multitudinarias en familia, proclamas esperanzadoras y positivistas camino del 1-O), es cortada por el Estado mediante la represión (agresión policial, presión a empresas para dejar Cataluña, detenciones preventivas injustas, intervención financiera) es porque saben, siguiendo nuevamente a Maslow, que <<la necesidad de seguridad es más poderosa que la necesidad de desarrollo>>. Se trataría, así, de sembrar inseguridad en la sociedad catalana (y en la española, para alentar el “a por ellos”). El mensaje del rey fue, en el fondo, un mensaje de seguridad “para los suyos” y de amenaza “para los otros”. Totalitario y patriarcal en su peor acepción.

Cerrado en sí mismo. El mismo Maslow, tras comentar que el individuo con frecuencia ni siquiera “sabe” que está asustado, recalca que <<lo desconocido, lo percibido con vaguedad, lo inesperado, son posibilidades de amenaza>> y, añade, <<cuando la gente sabe demasiado, es probable que se rebele>>. Tal vez ahí se sustente que no haya debate público, sino solo condena. “No querer saber” sería, así, mera defensa: el conocimiento le impele a uno a tomar una decisión (y hacerse responsable). Recuerden ahora a Rajoy y Santamaría en el juicio, que no sabían, curiosamente no sabían nada… los cargos más poderosos. Pero, así como el placer (la etapa lumínica) puede conducir al desarrollo, de la misma manera el dolor puede ser fructífero. Paradójicamente, un éxito momentáneo puede conducir a la derrota, así como los fracasos pueden servir para avanzar.

La historia no suele avanzar linealmente, sino que da rodeos y, muchas veces, retrocede para impulsarse. Esto no les gusta a los independentistas más acérrimos del “ni un pas enrere” (ni un paso atrás), pero incluso la ciencia debe retroceder para saber cómo ha llegado donde está; y eso que la ciencia suele ser bastante empirista. Para avanzar socialmente, tal vez no sea suficiente el aforismo usado por Newton que decía ver más lejos porque se encaramaba a hombros de gigantes. Hace falta una visión diferente, imaginativa y creativa, incluso osada (incluso algo utópica e irracional como el flirteo con la alquimia del propio Newton, tan racional) para conseguir un poco de aire fresco.

Esto, claro está, siempre y cuando consideren que en este Estado Cerril, el aire está profundamente viciado. Añadiendo, también, que éxitos y fracasos muchas veces no lo son por sí mismos (el hecho producido) sino por su lugar en el tiempo, el momento en que se producen. Y, todavía más: a veces los designa como éxitos o fracasos el momento desde el que son mirados (y puede darse que un éxito o fracaso mirado tiempo después es lo contario de lo que se creía).

Para avanzar es necesaria la insistencia, y es el individuo, en el fondo, quien dispone de la capacidad del tesón y la persistencia. Y, para ello, la autocrítica (constructiva) suele ser más eficaz que el inmovilismo, y solo el propio individuo puede saber si es honesto consigo mismo. Aunque, una de las premisas para ello es, en primer lugar, ser sincero y consciente de dónde está uno (desde dónde mira y piensa, saber que esto condiciona la perspectiva) paso previo para intentar comprender que, el otro, tiene una perspectiva diferente. De nuevo, una paradoja: la falta total de autocrítica del nacionalismo español, no es un signo de fuerza, sino de debilidad. ¿Lo volveremos a hacer, tal como dice Cuixart? De acuerdo, pero, por favor, “de otra manera”.

Una que pueda incorporar los temerosos del cambio, y que contemple con más empatía los contrarios a éste. Porque si una de las muchas razones que nos ha llevado al independentismo es la imposibilidad de ser nuestra identidad en este Estado, lo que no es aceptable es la pretensión de crear un estado nuevo sin tener en cuenta las otras identidades (aquí es, a mi parecer, donde radica la diferencia entre el independentista nacionalista y el que no lo es).

Ese “ensanchar la base” que tanto promulga ERC, no se trata de convencer individuos para que abracen el independentismo como si fuera la luz, sino de proponer argumentos, sin engaños, para que los individuos decidan por sí mismos. No hay que ensanchar la base: la base ya está suficientemente ensanchada (el 80%), y es un error considerar que se debe llegar a algo parecido con el independentismo (así piensan, igual, muchos independentistas y unionistas, antesala de un grave conflicto si se repite la situación actual con una clara mayoría independentista) cuando esto debería ser una decisión individual a posteriori (el día de votar).

Ya se encargará el Estado Español, con su inmovilismo y represión sin argumentos, con su actualización solapada de Espartero bajo el paraguas del aplauso de su sociedad, de convencer a muchos catalanes que esa “otra España” no es posible. El 80% de los catalanes creemos que se reúnen las suficientes condiciones como para tener el derecho a decidir sobre qué estado debe legislar nuestra sociedad. Si opinan que no, arguméntenlo, debatámoslo, y no se queden anclados en que la Constitución del 78 no lo permite. Para nosotros, esto no es un argumento.

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1 COMENTARIO

  1. demasiado largo tu articulo, no se puede compartir en redes sociales.aburriria a los lectores , por tanto te pdio que haga dos de uno.

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