La Operación Chamartín, un macroproyecto urbanístico que pretende convertir la zona norte de Madrid en una especie de gran “City financiera” londinense, supone un cambio radical en el concepto de ciudad que hasta la fecha venía manteniendo Ahora Madrid. Tras dar luz verde al plan, Manuela Carmena ha cruzado un peligroso Rubicón ideológico, de ahí que en su camino se haya encontrado con una fuerte resistencia, incluso entre militantes de su propio partido. En poco tiempo, la alcaldesa de Madrid ha pasado del más absoluto rechazo a una operación inmobiliaria que simbolizaba como ninguna otra lo peor de la política del pelotazo alegremente promocionada en los tiempos de Ana Botella a asumir el proyecto casi sin objeción.

Con la Operación Chamartín el Ayuntamiento de Madrid regresa a un modelo urbanístico que parecía ya superado y que se basaba en la especulación con la venta de suelo público, en la obra faraónica, en el beneficio para las grandes constructoras y bancos y en el abandono de la política municipal sostenible, ecológica y cercana a los vecinos y a los barrios. Muchos se preguntan qué ha podido ocurrir para que Manuela Carmena, una mujer de firmes convicciones de izquierda, se haya dejado seducir por los cantos de sirena del gran capital, por la banca y por el chabolismo vertical más propio del siglo XX que de una ciudad que pretende mirar al futuro y transformarse en una metrópoli humana, limpia y socialmente más justa y solidaria. Tal ha sido la metamorfosis de la alcaldesa en este punto que hay quien quiere ver en su decisión de aprobar el plan Madrid Nuevo Norte un giro de 180 grados en su forma de entender la política municipal.

Cueste o no asumirlo, lo cierto es que con la aprobación de este gigantesco proyecto la nueva política se queda vieja de repente, la izquierda renovada que había llegado al poder municipal gracias a la revolución que supuso el 15M cae en los mismos errores del pasado cometidos por la derecha del PP y plataformas como Ahora Madrid terminan confundiéndose con la misma casta a la que decían querer derrocar. Para este viaje no hacían falta alforjas. O dicho de otra manera: hacer una revolución social del calibre del 15M para terminar entregando un proyecto urbanístico tan importante a las constructoras y a la banca se antoja algo tan absurdo como estéril.

En los últimos meses hemos asistido a síntomas preocupantes de que la nueva política desde la izquierda empieza a dar signos de agotamiento apenas ocho años después de que miles de indignados acamparan en Sol y en las plazas de toda España para exigir democracia real, gobernantes honestos que trabajen por los ciudadanos y no por el capital y el final de la corrupción. Los malos resultados de Podemos en las pasadas elecciones en Andalucía, los pactos a destiempo con el Gobierno de Pedro Sánchez y la decisión de Íñigo Errejón de unirse a la candidatura de Carmena (una voladura controlada del partido de Pablo Iglesias) llevan a pensar que el proyecto de la formación morada ha embarrancado estrepitosamente cuando no había hecho más que salir de puerto. De aquel poético eslogan de los líderes de Podemos –el famoso “asaltemos los cielos”– poco más queda ya que la frustración de miles de votantes, los recuerdos de las gloriosas movilizaciones que por un momento, como un maravilloso espejismo, parecían poder cambiar las cosas para mejor y la nostalgia de lo que pudo ser y no fue.

Hoy los escépticos, los cínicos y los desalmados del dinero parecen haber ganado la partida, una vez más, a los idealistas, los románticos y los revolucionarios, como tantas veces ocurrió en la historia España, y nos encontramos ante los planos de esta extraña Operación Chamartín diseñada con meticulosidad geométrica por la elite financiera madrileña, la banca y la derecha política, un proyecto que sorprendentemente ha sido autorizado por Manuela Carmena cuando desde el principio la alcaldesa se había negado en rotundo a dar su visto bueno.

¿Estamos pues ante la sumisión final de movimientos ciudadanos como Ahora Madrid al poder de las grandes corporaciones y la banca? Resulta triste y desolador tener que asumir que la respuesta pueda ser afirmativa pero la realidad es esa: Podemos ha entregado el partido al Gobierno socialista mientras plataformas como la de Manuela Carmena, también llamadas “espacios de confluencias”, están modulando su discurso para pactar con los poderes financieros. Los permisos municipales que autorizan las obras de la Operación Chamartín suponen la renuncia oficial de Manuela Carmena a las grandes líneas maestras de su programa electoral, que consistía si mal no recordamos en la política de lo pequeño en lugar de los proyectos faraónicos, en el apoyo a los barrios degradados antes que a los rascacielos para ejecutivos y a las urbanizaciones para ricos y en la regeneración y rehabilitación de la ciudad mediante vivienda de protección oficial con zonas verdes antes que en la promoción del lujoso pelotazo urbanístico para beneficio de los aprovechados de siempre. Si de lo que se trataba era de hacer la revolución para terminar vendiendo la esperanza del pueblo a los banqueros y capitalistas mejor hubiera sido dejar que las cosas siguieran como estaban. Y evitar así que una tal Ana Botella, pionera en vender Madrid a los fondos buitre, disfrute ahora de una infame victoria (la que supone ver cómo su gran sueño, la Operación Chamartín, se hace realidad) mientras le dice a los madrileños: ¿veis como yo tenía razón?

3 COMENTARIOS

  1. Cada acercamiento de la izquierda a los fines de la derecha perjudicará a las clases menos favorecidas, aunque el acercamiento se vista de seda, Errejón o Carmena. Paisss…

  2. ¿Y qué tipo de ciudad defiende el autor del artículo? ¿Una «ciudad» con un máximo de cuatro altura, a gusto de su añorada Espe? ¿Una ciudad de chalets adosados, tan obreros ellos? ¿Un barrio que mezcle viviendas de obreros con empresas y oficinas? ¿O un falansterio? Lo pregunto porque el título del artículo, con eso de «ciudad humana, sostenible y socialmente más justa» es tan molón como vacío? Venga, concrete usted un poco, señor periodista.

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