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La muerte, mi vida

Cruz Galdón
Cruz Galdón
Escritora
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análisis

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«Si estoy yo, no está la muerte; si está la muerte, no estoy yo. ¿Por qué, pues, preocuparnos de ella?» Epicuro. 

¿Pero quienes somos tras la muerte de otros? ¿Y qué pasa con nuestras muertes en vida?

Somos miedo ante ella, la propia y la de otros. El sentimiento de perpetuidad que nos invade hace que el sólo pensamiento del inevitable desenlace sea rechazado. Porque nada es semejante, ni para el que el que se va ni para el que sobrevive. Sin embargo, todo permanece en su lugar y sigue sus propios tiempos, una contradicción que no es posible entender sumergido en las profundidades del duelo. Salir a la calle con ese apego y forzado desapego, ver que los semáforos siguen sus constantes ritmos, los comercios abiertos y los vecinos haciendo sus quehaceres como todos los días, y sin embargo no sientes nada igual.

Tras la muerte o muertes en vida se cierne sobre tu ser un enigma que ciñe el corsé de tus pensamientos, el instinto se viste del deseo de contar al otro lo que en tu día a día acontece, pero no puedes hacerlo, salvo que la fe te acompañe. Y amanecen los días uno detrás de otro y, poco a poco, nos vamos haciendo a la realidad, a esa rutina maravillosa que nos envuelve en el cálido «todo pasa».

Entonces viene el segundo estadio: ahora ¿quién soy?, ¿el mismo o alguien diferente? 

«Quien un día se olvida de lo feliz que ha sido, se ha hecho viejo ese mismo día» Epicuro.

Transformarse, convertir esas muertes en vida en enseñanzas, romper con el dolor y ponerle cadenas, para que no borre los momentos felices pasados, para que no impida aprender de lo vivido, echarle vitaminas a los sentimientos para contagiarnos de la dicha de respirar. Pero eso sí, ya cortados los lazos físicos y cordones umbilicales generados tras el propio nacimiento. Eso es renacer. Y no solo se renace de los duelos plañideros de los tanatorios, también se retoña de los desamores, de perder una amistad o de desengaños laborales.

Están nuestras alforjas llenas, con el pasar de los años, de muertes en vida. Y esa es la parte de la vida que debemos mirar de frente, orgullosos de lo vivido, o quizás arrepentidos, pero esponjando los adentros en ese estar vivo hasta que el óbito me separe de este cuerpo que es el envoltorio del alma.

Somos lo que sentimos, pero también sentimos lo que vivimos, y ahí está la riqueza de cada quién, en cómo toma sus muertes en vida y las convierte en su Ein Gedi particular (oasis de Israel), para que quienes sedientos se acerquen en su seguir vivos sacien su sed con un agua especial.

A esta reflexión me han llevado en mis duelos las personas que me quieren, consanguíneos o no, y por eso aprovecho estas líneas para sacar mi soplo de vida. 

No seremos los mismos, como los que ya se marcharon tampoco lo fueron, pero se posicionaron en la pérdida y sacaron pecho para llevar con honor el baluarte de la vida. Aguerridos maestros de lo que no se enseña, ejemplo ancestral de generaciones que se postponen unas a otras en la solución de continuidad que tiene la esencia de la propia vida. 

Vida tras vida, hierba que crece, amor que nunca se acaba.

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