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La judicatura ¿debe ser sustituida, en parte, por la AI?

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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A principios de la década de 1970,  Marvin Frankel propuso lo que llamó «desplazamiento de las personas por las máquinas». Creía que “el imperio de la ley demanda un cuerpo de reglas impersonales, aplicables a todos los niveles, que sean vinculantes para los jueces y para otros responsables”. Defendió explícitamente el uso de “computadoras como refuerzo de un pensamiento disciplinado en las sentencias”. También recomendó la creación de una “comisión de sentencias”

El libro de Frankel fue uno de los más influyentes de toda la historia del derecho penal no solo en Estados Unidos, sino también en todo el mundo. Edward M. Kennedy señalando las pruebas, continuó presionando año tras año para que se promulgara esa ley. En 1984 lo consiguió. En respuesta a las pruebas de variabilidad injustificada, el Congreso promulgó su Ley de Reforma de las Sentencias de 1984. La nueva ley tenía por objeto disminuir la disparidad  en el sistema reduciendo “la discrecionalidad irrestricta que la ley confiere a jueces y autoridades decisorias”

Los miembros del Congreso hicieron una particular referencia a la disparidad de sentencias, que consideraban injustificadamente amplias, citando en concreto los hallazgos que probaban que, en la zona de Nueva York, las penas para casos reales idénticos podían oscilar entre tres y veinte años de prisión.

Una vez reunidos el delito y los antecedentes, las directrices ofrecían un rango relativamente reducido de sentencias, con la autorización de que la parte superior de la horquilla excediese a la inferior en un máximo de seis meses o un 25 por ciento. Se permitía a los jueces salirse por completo de esa horquilla en consideración a las circunstancias agravantes o atenuantes, pero era algo que debían justificar ante un tribunal de apelación.

La sentencia para un acusado no debe depender del juez al que se le asigne el caso. Las sentencias penales no han de obedecer al estado de ánimo del juez durante la vista ni a la temperatura exterior. Las directrices son una forma de abordar esta cuestión porque limitan la discrecionalidad judicial.

Tres años después de fallecer el juez Frankel en 2002, la abolición de las directrices produjo un retorno a algo más parecido a la que fue su pesadilla: la ley sin orden.

Después de que las directrices fueran consultivas, los jueces se volvieron más propensos a basar sus sentencias en sus valores personales. Las directrices obligatorias reducen tanto el sesgo como la disparidad. Tras la decisión del Tribunal Supremo, se produjo un aumento significativo de antagonismo entre las sentencias de los acusados afroamericanos y las de los blancos condenados por los mismos delitos.

Tenemos una única interpretación del mundo que nos rodea en un momento dado y normalmente invertimos pocos esfuerzos en generar alternativas plausibles a ella. Una sola interpretación es suficiente y la experimentamos como verdadera. No vamos por la vida imaginando formas alternativas de ver lo que vemos.

Una reflexión final. Si sabemos que los algoritmos que utiliza la AI tienen sesgos ¿por qué los utilizamos? Quizá la cuestión debería ser ¿Por qué tenemos humanos emitiendo juicios, tomando decisiones si sabemos que tienen muchos más sesgos y están impelidos por emociones, sabiendo como sabemos que la eficacia y la exactitud es mucho mayor en la AI?   La propuesta de Marvin Frankel del desplazamiento de las personas por las máquinas es mucho más urgente hoy que nunca en particular en Espanya. 

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