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La filosofía y el sentido de la verdad

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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En la antigüedad la filosofía era todo, no había más. Los antiguos pensadores analizaron la naturaleza (phisis), que ampliaron pronto a la naturaleza humana (anthropos). La naturaleza se comportaba de modo dinámico: el agua corría, los animales se movían en busca de alimentos, los humanos cazaban y pescaban, además de reproducirse. Más tarde se reunieron en sociedades (polis) y se comunicaron entre ellos, porque hablaban mediante la palabra y razonaban (logos).

Todos los ciudadanos eran iguales en Grecia, con las excepciones conocidas, y por eso se colocaban en el centro del ágora, pidiendo la palabra con la que argumentaban para convencer a los demás de la posición que defendían. Los ciudadanos se reunieron para hablar de lo que pasaba en la polis. Les pareció natural ocuparse de la misma y defender la posición más razonable. Se interesaban por ordenar su entorno, de actuar de modo humano (ética), de cuidar los lugares donde vivían con la ornamentación adecuada, presentaban acciones y pasiones, amores y odios, elaboraban grandes discursos y se educaron con el ejemplo de los mejores.

Más tarde determinados conocimientos se despojaron de la madre común y fueron naciendo las ciencias. Históricamente, las ciencias se han ido independizando de la filosofía, el tronco común, y se han apropiado de campos determinados, que habían pertenecido a la filosofía. Esta se fue quedando sin objeto propio, sin campo epistémico. No se quejó de esta situación, sino que entendió que era la hora de la ciencia. Se quedó con la libertad de especular y de contraponer opiniones, que darían juego intelectual, porque no valían todas lo mismo. Unas incidían más en la cuestión y otras se alejaban del tema tratado. Era importante descubrir esto y no dejarse seducir por la primera opinión que llega, o por la que más brilla, por haber sido expuesta con mayor fuerza.

Sócrates no se consideraba sabio: solo sé que no sé nada. Filosofar estaba entre el uno y el otro. Como no sabía, preguntaba y así aprendía. Preguntar implica dialogar para buscar la verdad, que nadie tiene, pero todos comparten. No es un bien privado, que solo pueden enseñar los sofistas. De este modo la filosofía sigue siendo madre, pero también hija de las ciencias, con las que interconecta para seguir preguntando por cuestiones que se sitúan por encima de ellas y las sobrepasan. Pregunta por la validez de sus métodos, por las leyes que establecen, por las consecuencias de sus descubrimientos, por sus límites, ya que nadie posee el patrimonio de la verdad.

Heidegger concebía la filosofía como ciencia originaria, que retrocede a la estructura por lo que algo se plantea. Tal estructura es siempre interpretada desde un ámbito cultural, por eso pueden surgir dudas. Un determinado ámbito es siempre histórico y, por ello, contingente. Algo ha sido pensado, pero algo no lo ha sido aún y subyace, por eso hay que seguir preguntando. Todavía más: hay que des-pensar lo pensado para no dormirnos. Todos tenemos cosmovisiones y corresponde a la filosofía valorar las concepciones del mundo. Si esto lo aplicáramos ahora a las informaciones proporcionadas por los medios de comunicación, entonces la tarea sería ingente. Es necesario aprender a pensar todavía.

Platón refiere en el Teeteto la anécdota de la muchacha tracia, bonita y divertida, que se ríe de Tales, quien, mientras contemplaba el cielo, cayó en un pozo. Conocería las cosas del cielo, pero no veía lo que tenía bajo sus pies.

¿Cuál es, entonces, la importancia de la filosofía? Nos cura del olvido del sentido, pero también de la superstición, originada por el hechizo de la ciencia y sus grandes utilidades con el peligro de descuidar la necesaria acción personal. Tiene que ser siempre libre de cualquier poder, al que no puede servir, ni tan siquiera al poder de la democracia (Rorty). Es la única ciencia libre, según Aristóteles, para poder elegir con responsabilidad y compromiso intelectual. Porque solo somos un proyecto (Sartre), nos realizamos cuando decidimos y actuamos. Lo que hacemos de nosotros mismos eso es lo que somos. Hemos de ser santos sin Dios, sólo cumpliendo con nuestra profesión e inmolándonos en ella, como hace el doctor Rieux en La Peste por ejercer el oficio que le corresponde.

¿Concuerda más con la religión o con la ciencia? Con ninguna. Hay épocas que ha ido más de la mano con la religión. Ha sucedido esto a la terminación de la cultura clásica y la imposición del cristianismo. Ha seguido así durante toda la época medieval. El Renacimiento pondera más sus posiciones. Posteriormente se une más a la ciencia. Tiene en cuenta las dos situaciones, pero mantiene su independencia crítica acerca de ambas. Pregunta y cuestiona siempre. Destruye tanto entramados religiosos como científicos, atenta a lo que ocurre para considerarlo y comprender. Es un modo de ser radical, dispuesta a reflexionar sobre lo que sucede mientras vivimos. Por eso la filosofía es lo más propiamente humano.

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