En el día de ayer se constituyeron la gran mayoría de los ayuntamientos de España. Vimos cómo el Partido Popular, contrario en otros tiempos a que las formaciones menos votadas lograran, a través de pactos, acceder a las alcaldías, se entregó a los brazos de la extrema derecha con la anuencia y la cobardía del más ignominioso de los liberalismos con el fin de despojar a la sociedad de sus principios de igualdad.

Sin embargo, la realidad es que esta actitud del PP pone en serio peligro a la sociedad española porque la va a descomponer con un retroceso continuado de las políticas y conquistas sociales que tanto trabajo costaron implementar. Este hecho se dará principalmente en aquellos logros que la sociedad ya ha aceptado como normales como la lucha por la igualdad real en muchos aspectos, pero, sobre todo, en lo referido a la lucha de las mujeres y de la comunidad LGTBI.

Vox ya está generando el miedo en muchos ámbitos de la sociedad pero, sobre todo, en aquellos que desde su posición habían apostado de manera directa por apoyar sin ningún temor estas luchas, sobre todo la de los derechos humano, la justicia social y la igualdad.

La actitud del partido de ultraderecha en Andalucía —donde ni siquiera gobiernan ni ostentan cargo alguno— está provocando que diferentes organismos estén abandonando la lucha en favor del feminismo por la igualdad: institutos públicos y privados, grandes empresas, fundaciones, asociaciones, confederaciones y organismos de la administración están dando marcha atrás y son muy reacios a apoyar proyectos muy importantes que basan su actividad en la lucha por una igualdad real en todos los ámbitos desde los derechos humanos y el feminismo.

Vox quiere acabar con la igualdad en general. Las declaraciones de Iván Espinosa de los Monteros en referencia a las fiestas del Orgullo Gay son una muestra de ello: «Habrá que ver si seguimos permitiendo que lo organicen», dijo el portavoz del partido de Santiago Abascal. Un orgullo, sin lugar a duda necesario y conquistado por nuestra sociedad, por nuestra democracia e incluso por nuestra Constitución.

Estos retrocesos en las conquistas sociales serán el elemento principal para conseguir un escenario en el que la ultraderecha se mueve muy bien: la descomposición social.

¿De qué nos vale la vida, el duro oficio de sobrevivir en medio de la zozobra al que nos vemos abocad@s, todo lo que somos y lo que podemos llegar a ser, todo aquello a lo que nos hemos visto obligad@s a renunciar, si tenemos que conformarnos con una existencia sin libertad?

Nos hemos acostumbrado al abismo y al vértigo de tal forma que el vacío ha acabado por llenarlo todo, hasta nuestra conciencia. Cuando la dignidad cede el paso al estado del miedo y del cómplice silencio uno empieza renunciando a sus ideas, los derechos fundamentales, las conquistas sociales y, en definitiva, a todo aquello que define el modelo de convivencia que desde la representación del poder popular nos hemos otorgado, y acaba destruido como persona, convertido en una piltrafa.

De tal forma que la voluntad soberana nada significa y nada puede ante el incuestionable poder de las dictaduras públicas y privadas.

Se trata de tirar por la borda las legítimas aspiraciones que quedan tan vistosas transfiguradas en artículos de una Constitución pero que lamentablemente no llenan ni la dignidad ni la identidad de ciudadanos y ciudadanas, de todos aquellos y aquellas que empiezan a pasar hambre de justicia, igualdad y libertad.

Y no solamente deseo referirme a la necesidad de alimento espiritual, sino también al hambre del bienestar social en general.

Cuando hayamos liquidado definitivamente con nuestro cómplice silencio lo poco que nos queda de nuestra libertad con dignidad , todo aquello por lo que luchamos y por lo que un día  creímos «ingenuamente» haber conquistado «creyendo» en ideologías demagógicas que nos apartaron esperanza desde la reflexión y el pensamiento, cuando ya no quede ni la memoria de nosotr@s mism@s, cuando consigamos enterrar de una vez el pasado, comprobaremos con dolor e impotencia que los principios éticos que un día se respetaron y la moral que aceptamos como válida se transforman en un puro instinto de supervivencia que hará aflorar lo peor de nosotros mismos, de nuestras miserias y nuestra ruindad.

No habrá límites porque nadie exigirá una justificación. No será preciso disimular porque quien ya no posee nada no tiene nada que ocultar. La descomposición social, la humillación que padecemos cuando debemos agachar la cabeza y tragarnos el orgullo siempre ha sido el caldo de cultivo de conductas ejemplares, el germen de liderazgos, la cuna del valor y la tierra donde se yerguen héroes sobre tumbas.

Lo peor de todo es que no sucede nada, que una vez acallada la protesta y encadenada la capacidad de acción, ya no hay posibilidad de respuesta. Un conformismo que alimenta el relativismo atroz que nos anula hasta desintegrarnos.

Es verdad que una cosa es lo que uno quiere y otra bien distinta lo que puede conseguir, pero la historia está llena de pusilánimes que desaprovecharon su oportunidad, su minuto de gloria. Ya ha pasado el tiempo oscuro de las lamentaciones y los pesares. Es la hora de gritar basta y asumir que hasta aquí hemos llegado porque no queremos seguir viviendo de rodillas, bajando los ojos ante el espejo, mirando de soslayo, somatizando nuestra impotencia al tiempo que metabolizamos la pesada digestión de la vergüenza, la autocompasión y el desprecio.

Créanme, por poco que hagamos, será un paso importante, la señal que otros esperan para reaccionar. No hay esfuerzo pequeño si sumamos todas las voluntades del pueblo, si conseguimos que el miedo que nos paraliza se someta a la razón que pretenden arrebatarnos.

Somos nosotros los que estamos en posesión de la verdad, no ellos, lo que pasa es que no acabamos de creérnoslo porque hemos preferido acomodarnos y admitir que la voracidad, la ambición y la codicia no tenían límites a plantar cara a los que nos han robado la libertad y la dignidad y ahora quieren quitarnos la conciencia. No sé si ese poder sobrehumano tendrá un alma, pero tengo la certeza de que nosotros estamos perdiendo la nuestra. La vida no vale nada si tenemos que sacrificar la libertad.

4 COMENTARIOS

  1. Cuando se ha llegado a gobernar entidades saqueadas por la corrupción en vez de» tirar de la manta» la izquierda se ha dedicado a »enchufarse» y ha dejar correr el asunto, mas comodo, claro.
    Es por tanto responsable del resurgimiento ultraconservador.

  2. el primero que empezó a quitar derechos a los trabajadores fue el malnacido de FELIPE GONZALEZ MARQUEZ, un suciolisto de cuidado, ése fulano sólo fue socialista hasta que se pulio el dinero de la caja que había dejado Franco el malo, y qué decvir tenemos del anterior suciolisto en el poder? El llamado bobo sonriente? En fin hay alguien en éste país que todavía crea en las izquierdas y derechas? no se han enterado que son agencias de colocación y maquinas de gastar el dinero que no es suyo a mansalva, ya se sabe lo de las comisioncitas o no?

  3. La descomposición social es que yo me deslome a trabajar y las instituciones me sangren para dárselo a los que no han trabajado ni quieren, la descomposición social es que yo trabajé 14 horas diarias y los funcionarios que son mis empleados no trabajen ni la mitad la mayoría de ellos, la descomposición social es que un abuelo que ha trabajado toda la vida en el campo cobre 700€ de pensión y un inmigrante que no ha cotizado en su vida cobre más, en fin podría seguir diciendo cosas 3 días, estaros atentos a lo que pasa en Francia, los trabajadores le votan a la extrema derecha porque están cansados de pagar y pagar

  4. Lo malo de lo que dices es que es verdad, llevo 42 años cotizados y son 700 lo que queda, ojo, y sujeto a IRPF no vaya a ser que alquiles el piso y salgas de la miseria.

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