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“La belleza necesita de la fealdad para ser belleza, la dicha de la desdicha”

La escritora argentina Liliana Díaz Mindurry publica la novela ‘La dicha’, que parte de la dictadura como detonante inicial

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análisis

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En mi primer viaje a Buenos Aires, ciudad que había soñado con todas las fuerzas de la irrealidad, tuve “la dicha” de conocer a Liliana. Un café en el mítico Tortoni fue suficiente para darme cuenta de que estaba ante una mujer “que había vivido”, cuya cabeza culta deconstruía universos, mientras ella disfrutaba de una cotidianidad que se dividía entre la Reina del Plata y la querida Madrid.

En los últimos años, Editorial Huso ha vuelto a publicar parte de la obra de Liliana. Ahora lanza La dicha, inédita y una de las más avasallantes y demoledoras novelas que he leído. Tuve el privilegio de prologarla y entrevistar a su autora. Desde la primera lectura no he dejado de habitar, de alguna manera, en esta obra, que fue descubrimiento, como si pudiera a veces estar en la piel de Inés y otras, confieso, en la de Emanuel. Es la construcción de personajes, en esta novela, uno de sus elementos trascendentales, porque Liliana aterriza en la cabeza y el cuerpo de tres adolescentes, de diferentes edades, y tiene que vivir con ellos historias de una hermosura poética que raya en el delirio, pero también aterradores instantes que hacen tambalear la esencia de la vida.

Sobre este y otros temas nos cuenta hoy Liliana Díaz Mindurry, una de las voces más importantes de la literatura argentina e hispana de nuestro tiempo, que con La dicha se ha alejado de sus derroteros literarios anteriores, para detenerse, asegura, en la belleza y el placer de la vida.

 

La dicha se enfrenta consigo misma: la dicha y la tragedia, la belleza y la fealdad, el amor y el odio. ¿Es esto la vida?

Muy posiblemente. La vida se desliza entre opuestos y esos opuestos son complementarios. La belleza necesita de la fealdad para ser belleza, la luz de la sombra, la dicha de la desdicha. En el espejo de la desgracia uno puede sentir la gracia.

Liliana aterriza en la cabeza y el cuerpo de tres adolescentes, de diferentes edades, y tiene que vivir con ellos historias de una hermosura poética que raya en el delirio

 

Es la dictadura argentina el hecho que detona las circunstancias de la novela. Pero no trata sobre la dictadura, sino sobre una época y los rumbos de esta familia…, sus dramas existenciales. ¿Qué buscaba Liliana?

La fase previa a la dictadura argentina es el marco que posibilita el viaje de los personajes. No es en sí el tema como fue en otra novela mía, Summertime, y en alguna obra más reciente y todavía inédita. El tema fundamental es que la tragedia pueda integrarse a la dicha y que esta sea intocada. Inés da la clave: “Tanto quiero vivir que moriría de tanto querer vivir”, palabras del comienzo y del fin. Otro tema no menos importante es la palabra “dicha”, como una dicha, o sea la felicidad de la poesía.

 

Me gustaría meterme a la cabeza de Liliana y entender cómo construye sus personajes, cómo vivir de esta manera, transparente y desesperada, en la piel de una niña arrasada por la edad, sus circunstancias y por tantas confusiones existenciales. ¿Me ayudas?

Lo más valioso de escribir historias y construir personajes es el lenguaje. Cuando conozco a alguien, lo que me maravilla es escuchar: ser otro de alguna forma, mucho más interesante que el simple hecho (ego) de escucharse o mirarse. También está mi amor por la actuación teatral, que dejé por no ser muy memoriosa.

 

¿Qué tiene La dicha que no la obra anterior de Liliana?

Mi obra en general habla de lo sórdido, el dolor, el sufrimiento mental. Aquí quise detenerme en la belleza y el placer extremo de la vida.

“Mi obra en general habla de lo sórdido, el dolor, el sufrimiento mental”

 

¿La filosofía griega, a propósito del escenario en que se desarrolla la trama, es un eje para estructurar conceptualmente esta obra?

Sí, el interés por Platón, pero sobre todo por la filosofía neoplatónica del helenismo, Plotino, por ejemplo. Y Nietzsche, que era un ferviente admirador de la Grecia clásica, preferentemente dionisíaca. El espíritu de Dionisos flota en esta obra como en la primera novela que escribí hace eternidades: La resurrección de Zagreus.

 

¿Qué deben encontrar los lectores en La dicha? ¿Cómo deberíamos leerla?

Yo diría “ligeros de equipaje” —palabras de Antonio Machado– y tratando de entrar en el tema que más me interesa: la poesía.

 

Hay en estos tiempos una preocupación constante sobre el universo que transita entre la realidad y la ficción. ¿Cómo se adentra Liliana en él?

Creo en la ficción, en la realidad como ficción, en las caras ocultas de esa entelequia que llamamos “real”, en un sentimiento místico sin religión.

 

El guardián entre el centeno ha sido una de las novelas más leídas de todos los tiempos, entre otras cosas porque los adolescentes se reconocían en ese jovencito lleno de dudas. No me es difícil hacer un puente entre Salinger y Liliana con esta nueva obra. ¿Deberían leerla los adolescentes?

Es una obra para todos, porque todos fuimos adolescentes. Y me interesaría la lectura de ellos especialmente, claro. Aunque no es una novela juvenil, puede ser de iniciación.

 

Para cerrar con esto de las dualidades, hablemos de esta: estamos en presencia de una novela seria, la narración tiene una belleza desbordante, sin embargo es una tragedia.

Creo que la tragedia es parte de la belleza y es la sombra necesaria para vivirla; de no ser así, la dicha es pura y simple negación o frivolidad. Insisto también en “lo que se sale de sí” como éxtasis, y en las cualidades dionisíacas: entusiasmo, embriaguez, tragedia. Y especialmente poesía, pero no la poesía como terreno cursi, ni siquiera como poema, sino como lugar que participa de lo sagrado y lo oscuro.

*Escritora.

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