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La arquitectura en la radio

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
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análisis

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La arquitectura es difícil de definir. Abstraer una profesión basada en un conjunto complejo de operaciones muy diferentes siempre lo es, y más por aquello de los comités de sabios que la quieren definir pensándose que son la lecha y el respeto por la tradición cuando a veces no hay par tanto, qué queréis que os diga, que han fracasado (los sabios) estrepitosamente vomitando todo tipo de definiciones que no entiende ni ellos que no se cree nadie, lo que motiva que realmente no tengamos ni idea de cuál es nuestro marco de actuación. Pero sí hay algo seguro: los arquitectos somos muchos. Gestionar cómo nos formamos, poner unos mínimos controles de calidad a lo que hacemos, es un marrón de tales dimensiones que, sencillamente, no se sabe cómo abarcar.

Segunda derivada: los arquitectos hacemos cosas que sirven para que los otros se metan dentro y hagan otras cosas. O que no hagan nada en absoluto sin tener frío o calor, sin mojarse o sin morir de una insolación. Hacer estas cosas que nos abrigan y nos protegen y nos sirven para hacer otras cosas gasta energía. La gente que hace cosas dentro, también la que no hace nada en absoluto, gasta energía. Hacer estas cosas cuesta dinero. Hacer que los otros hagan cosas cuesta dinero. La energía que gastamos cuesta dinero. No hacer nada, en nuestro mundo, también cuesta dinero. Es decir: la arquitectura cuesta dinero. Produce dinero y gasta dinero. La arquitectura cuesta energía. Produce energía y gasta energía. La arquitectura, en suma, mueve una cantidad ingente de recursos de un lado a otro.

Mover es un verbo que, confrontado con su original latín, tiene doble significado: Mover de hacer y mover de emocionar. La palabra emoción contiene la palabra movimiento en su interior. Lo que me viene al pelo para explicar qué es de verdad la arquitectura: un hecho emocional. Un hecho cultural. La arquitectura es movimiento: gastar dinero, consumir energía, gestionar recursos y conseguir que otros los gestionen. Para hacer todo esto nos tenemos que mover, los arquitectos y la sociedad. Movernos. Emocionarnos.

Cualquier cosa que haga un arquitecto otro la va a hacer mejor. Hay gente que gestiona mejor el dinero, la energía, la sostenibilidad, los recursos. Hay gente que dibuja mejor. Hay gente que construye mejor. La única cosa que un arquitecto sabe hacer mejor que nadie es infiltrarse en una empresa colectiva, coordinarla, convertirla en un lugar común (nunca mejor dicho) y hacerlo de un modo ilusionante. Emocionante. O sea, que mueva.

Los arquitectos no somos otra cosa.

Hacer arquitectura cuesta mucho y es muy difícil, tanto que siempre te dejas algo. Lo que nos hemos dejado los arquitectos por encima de todo es la explicación de lo que hacemos. De quién somos. Los arquitectos no tenemos relato. Lo hemos perdido. No lo tenemos porque nuestras explicaciones se han quedado al margen del debate cultural. Y del debate social. Y ya no hablemos del debate que nos es más propio, que es el que relaciona estos dos.

Objetaréis con cierta razón que decir esto es muy injusto. Cada día se publican muchos proyectos, y ya no hablemos de la cantidad de artículos que quieren producir y producen conocimiento. Cada día se produce una cantidad muy bestia de contenido relacionado con la arquitectura. Pero apenas llega a la sociedad y apenas interesa. Y cuando llega, a menudo, distorsiona la imagen de un arquitecto. Esto en el peor de los casos. En el normal provoca una gran, enorme, indiferencia. Y no es que la sociedad sea tonta o ignorante o mezquina. Es que no sabemos explicarnos. No estamos ni cien años luz cerca de explicarnos ni que sea un poco bien.

La comunicación de arquitectura se basa en dos aspectos muy específicos de lo que hacemos los arquitectos que los propios arquitectos hemos luchado para que se identifiquen como comunicación de arquitectura. Es decir: se está tomando la parte por el todo, lo que nos hace daño, mucho daño, y nos quedamos tan anchos. La publicación de proyectos es un negocio, porque todavía es un negocio que tela la pasta que mueve, conservador, estereotipado, envarado, repelente y muy, muy aburrido. Recuerdo que hace unos pocos años la revista Arquitectura Viva, una de las que más ha contribuido a publicar los proyectos así, tenía una sección de humor.

Es la sección de humor menos graciosa que haya visto en toda mi vida. Digo visto porque era humor visual.

No es que ofendiese y esto no hiciese gracia. Es que no hacía nada en absoluto. No ofendía. No explicaba nada. No hacía reflexionar. No tenía malicia, ni doble sentido. No transmitía nada de nada. La sección era una viñeta con la forma de un chiste al que se le había extraído cualquier cosa que pudiese hacer gracia. Esta falta de intención se extrapola al 99% de la comunicación de arquitectura. Lo más triste es que mucha de esta información se podría aprovechar para hacer cosas con más criterio, pero no. Ni ganas. El resultado: hablad con cualquier amigo o pariente vuestro que no sea arquitecto. Si le enseñáis una revista os tomará por unos pijos frívolos que solo enseñan la versión minimalista de las casas que salen en el primer reportaje del Hola, sin muebles ni personas operadas calzando mocasines sin calcetines. Por otro lado, las declaraciones de los arquitectos tienden a ser indistinguibles de las que hacen estas personas operadas calzadas con mocasines sin calcetines. Preguntad a este desconocido por cinco arquitectos. Si lo sabe nombrar uno de ellos, sino el primero, será Calatrava. ¿Por qué? Porque joder, será lo que sea, pero al menos emociona.

Ahora la buena noticia. El arquitecto David García-Asenjo Llana habla cada viernes a las cinco de la tarde en Territorio Comanche, de Julia Otero. Todavía mejor: esta hora es una tertulia cultural en la que, casi por primera vez, se ha dado voz a un arquitecto. Y a un arquitecto que, importante, se ha ganado credibilidad. ¿Cómo? No con su doctorado, que lo tiene, pero que significa poco fuera de la universidad: lo ha hecho hablando, escribiendo en JotDown y en tantos otros medios. Demostrando cintura, empatía y conexión. Tanto te recomienda un disco como te habla de cine como mete la arquitectura en medio de todo esto. David habla de arquitectura como un ciudadano. Como un ciudadano que además es arquitecto. Gracias a esto su debate es transversal: cultura, emoción, sociedad. No se puede pedir más. David forma parte de un pequeño grupo donde están otros arquitectos como Pedro Torrijos, que hace lo mismo desde JotDown, entre otros medios, o como Ter, que lo hace desde YouTube, que tienen la gracia de trabajar desde esta transversalidad… y la desgracia de que lo que hacen no tenga ningún valor académico, ni ningún reconocimiento dentro de la profesión.

Excepto que son ellos los que tienen influencia. Ellos son los que crean estados de opinión. Los que nos explican y defienden. Porque, insisto, las publicaciones ordinarias sólo provocan indiferencia. Y su voluntad de aferrare a lo que les queda de negocio y de seguir insistiendo en lo mismo sin ningún tipo de voluntad crítica sólo me provoca todavía más indiferencia. A mí y al resto. Con su pan se lo coman. Ellos y sus pocos seguidores.

Mientras, David, a quien tenemos que felicitar mucho, David y os que vengan, si tienen carisma y gracia, porque sino van a caer en la indiferencia, son los que de verdad nos explican. Y bien que lo hacen. Así que ya sabéis: cada viernes a las cinco en OndaCero. No faltéis.

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