Los especialistas en marketing político tienen un objetivo fundamental: conseguir que el candidato o candidata para el que trabajan sean vistos por la ciudadanía como los y las mejores para resolver sus problemas reales. Esto se logra a través de una serie de técnicas que inevitablemente pasan por un estudio en el que se analicen las fortalezas y debilidades del candidato o candidata, además de estudiar a sus rivales, como no podía ser de otro modo.

Uno de los aspectos que más se quiere potenciar siempre en las campañas es dar la imagen de que el candidato o la candidata es una persona próxima a los ciudadanos. De ahí que durante la contienda veamos a todos y todas los que encabezan las listas hacer cosas que nadie se imaginaría. Un ejemplo de ello lo tenemos en Pablo Casado, quien no dudó en ponerse a tocar la guitarra durante el Bando de la Huerta en Murcia unos días antes de las elecciones generales. También tenemos que recordar esa especie de manía que les dio a los líderes de la derecha en subirse a tractores. Sin embargo, todo eso es una pose que los y las ciudadanas saben reconocer.

Sin embargo, la verdadera cercanía o la verdadera proximidad, la que se ve, la que le sale al candidato o candidata de dentro, es algo que sobrepasa ideologías y, sobre todo, el marketing puro.

Un ejemplo de ello lo hemos visto estos días en Guillermo Fernández Vara, presidente de la Junta de Extremadura, quien, desde su despacho y desde su teléfono móvil no ha dudado en llamar a una ciudadana, a Paqui, no por pedirle el voto, sino para animarla a votar, a quien sea. Según se puede ver en el vídeo publicado en Twitter, Fernández Vara no sólo la anima a ir al colegio electoral el próximo domingo, sino que mantiene una conversación normal, sin estridencias, sin mostrar superioridad. De igual a igual que es lo que se espera de un político, sobre todo si es de izquierdas.

Uno de los problemas que han tenido los políticos progresistas en este país es, precisamente, el alejamiento de la ciudadanía. Por desgracia, a medida que aumentaban los guardaespaldas la distancia entre el pueblo y el político se hacía mayor, además de que lo acercaba más a las élites que tenían un acceso más fácil a quien detenta el poder gracias al voto de los ciudadanos y ciudadanos. Esto se podría entender de líderes conservadores, más proclives a estar cerca de los poderosos porque son los que les mantienen y para los que gobiernan. Sin embargo, en un político o política de izquierdas es imperdonable.

El progresista, independientemente del cargo que ocupe o del rango que tenga, debe estar al lado de la gente de la calle porque, en teoría, es el lugar donde conocer a la perfección los verdaderos problemas que tiene el pueblo. Esa es la razón por la que muchos y muchas se han sentido decepcionados y decepcionadas con los partidos políticos y, sobre todo, con el Partido Socialista.

Sin embargo, actitudes como la de Guillermo Fernández Vara son las que logran que la ciudadanía se ilusione en un proyecto, que lo vean factible y no como las palabras vacías de una campaña electoral. Llegar a la intimidad de las personas, estar próximos a ellas, es fundamental y ni el mejor marketing político podría desmotar una candidatura en la que su líder hace que la ciudadanía sea una parte más de la misma y que el poder no se vea como un premio sino como la mayor responsabilidad que un ser humano político puede tener: ser el depositario o la depositaria del encargo de una parte de las vidas de todos y cada uno, de todas y cada una.

El postureo o la impostura jamás pueden luchar contra la proximidad, la cercanía y la comunicación directa porque un presidente o presidenta de una Comunidad Autónoma, del Gobierno, el alcalde o la alcaldesa son los líderes de todos y todas pero también lo deben ser de cada uno de los y las ciudadanas, incluso con el sonido natural del agua en una fuente o del golpeteo de un martillo neumático en una obra que son reflejos de que los pueblos tienen vida y se desarrollan.

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