“Insólitas imágenes brotaban de cada frase incesantemente, pues el gusto por el lenguaje invadía y condicionaba la percepción de la realidad. No importa lo insignificante que esta fuera; las palabras eran capaces de convertirla en algo prodigioso”
Las palabras anteriores están en la página 161 de EL LIBRO DE LAS CIUDADES de Ana Rosetti publicado –bellamente- por Siruela, y pienso son perfectas para definir la obra.
El lenguaje de Rosetti es de una inspiración asombrosa. Y las historias que cuenta, por supuesto, son fascinantes: leyendas de tintes fabulosos para explicar el origen de Madrid, Atenas o Medina Azahara, Varsovia… Pero tengo la sensación de que si Ana Rosetti se pusiera a escribir sobre la lista de la compra que va a bajar a hacer al supermercado lograría el mismo nivel de magia y embeleso en el lector, como ella misma dice, o escribe, y hemos copiado más arriba: “No importa lo insignificante que pueda ser la realidad, pues las palabras son capaces de convertirla en algo prodigioso”.
Me he acercado durante una semana cada noche a EL LIBRO DE LAS CIUDADES con una devoción y un respeto casi religiosos –tal vez sin casi– hasta que anoche se me terminó cuando ya amenazaba a la oscuridad el alba. Hoy volveré a cogerlo, para acariciar el papel, repasar las frases subrayadas, intentar recordar con una mínima veracidad las historias y las tramas; también mirar las manchas azules en los magníficos dibujos de Valle Camacho.
Podría contar muchas más cosas en este artículo: cómo descubrí a Ana Rosetti en los Ele de Lírica del Corte Inglés de Scarpa, o cómo me trajo el libro, primorosamente envuelto y con una dedicatoria irresistible, a la presentación de ES EXTRAÑA LA AMISTAD, pero prefiero callar ya. Garantizar al lector que esto es magia verdadera, que Rosetti –lo juro– convierte la rugosa realidad en algo prodigioso. Me encanta. Me quito el sombrero ante tu gran prosa de poeta. Gracias Ana.