Increíblemente había un asiento libre en primera fila cuando llegué el viernes 13 a la librería Alberti para asistir a la presentación; en realidad era un recital (pero de eso me enteré luego, con gran regocijo y contento). EUFORIA es un libro que me ha dejado noqueado: increíble, magnífico, jamás me había gustado tanto un poemario, y quería ver al autor, a quien ya conocí hace años en Cuenca gracias al inquieto e interesante agitador cultural Alejandro Dolz. Cancelé varios compromisos, de hecho todos los que tenía, ese viernes y salí de casa con dos horas de adelanto: aún así llegué tarde; los nervios me tenían colonizado. Ya habían empezado.
-¿Puedo sentarme en la primera fila? Vengo una cámara –le expliqué a Lola Larumbe.
Me dijo que sí y me senté. Como en misa. Acojonado. No soy tímido en general, pero a veces sí. Armé la extraña cámara que uso, una suerte de dron de mano, esforzándome en apenas respirar para no interrumpir nada. Juan Cerezo, el editor, estaba hablando.
Miré a mi alrededor. Sorprendentemente el espacio de la librería no estaba reventado. Me pareció increíble, y hasta indignante. Tendría que haber habido más gente que la que cabe en la pista Manolo Santana de la Caja Mágica cuando juega Alcaraz. La poesía merece ser mucho más popular, y en especial la poesía de Marzal: sobre todo este libro (el único poemario suyo que he leído, y hasta memorizado poemas y fragmentos). Marzal tiene un oído para las palabras que ni Mozart para la música, pero ese oído carecería de importancia si no dijese la verdad, su verdad, siempre. Con la llave de su verdad abre la puerta del intelecto y con la música conquista el corazón de quien lo lee.
Como en misa, creo que ya lo he dicho más arriba. Cuando llevo una cámara de video me gusta moverme por todos lados, subir, bajar y revolotear -como una de las moscas a las que cantaba Machado- alrededor del escenario. No me atreví en la tarde del viernes 13 de abril a levantarme de mi sitio: el pie del micrófono afeaba un poco el plano (pensé en aquella novela de Marías en la que una arruga en la falda afeaba el culo a la protagonista). Me aguanté. Aún no he subido el video a ningún sitio; no estará a la altura de lo que viví, pero espero que algún fragmento pueda ser salvado.
Como también ya he dicho más arriba -pero quiero repetirlo- fue un recital, y no una presentación. El editor dejó solo a Carlos en el estrado; y este primero explicaba los alrededores de sus poemas y luego los leía de ese modo mágico y confiado al que sólo el propio autor tiene acceso.
A pesar de estar en misa, como en misa, me permití al final del acto pedirle al poeta que recitase UN NO SÉ QUÉ, página 99, y la última pieza de EUFORIA, titulada LA MUERTE Y LOS LEONES, y que es increíble (no es que sea simplemente un poema muy bueno, es que está más allá de comparaciones: es un universo propio que no necesita referencias –rugen los leones con fiereza melancólica– para ser infinito e inolvidable).
En suma: que mi entusiasmo ante EUFORIA de Marzal es absoluto; palpable. No hago más que recomendarlo, hasta recito en voz alta (incluso en bares con amigos muy borrachos) los dos poemas memorizados. Hace casi dos meses que prácticamente no leo otra cosa que este libro. Entro, salgo, lo subrayo, copio frases en las páginas de cortesía (la esperanza tiene un poder alquímico)… No recuerdo haberme divertido tanto, en la edad adulta, con un libro. Si lo que pretendía Carlos Marzal con esta obra era contagiar al lector de su alegría de vivir, de su EUFORIA, debo decir que conmigo plenamente lo ha logrado.
Excelsior. (Me quito el sombrero)
