Me resulta difícil hablar de la mujer como un ente, somos tantas y tan diferentes que me pregunto qué es lo que tenemos en común.

Conozco individuas que son el orgullo del patriarcado, trepas desalmadas, comerciantes de superficialidad, madres desastrosas, mujeres que se entierran cada día un poco, profesionales de la hipocresía, policías de lo políticamente correcto, cotillas que sueltan más veneno que una serpiente cuando hablan de sus hermanas, abogadillas del diablo que aceptan la presunción de inocencia de los agresores y la presunción de culpabilidad de las víctimas, vampiras de energía, alegría, autoestima, etc.

Por fortuna, he podido conocer a mujeres en el otro extremo, seres asombrosos, que se enfrentaron a sus  miedos, carencias, temores y que además aceptaron su grandeza, casi siempre después de pasarlo muy mal. Mujeres valientes que se modelaron hasta convertirse en piezas de ARTE (sí, con mayúsculas).  Muchas semi-libres y una o ninguna completamente libre, pero todas ellas se han puesto al servicio de las demás de diferentes formas.

No sé por dónde empezar; ¿qué es ser mujer? No tengo muchas herramientas para resolver esta cuestión. Empezaré por el libro de las definiciones, el diccionario de la Real Academia de la lengua española. La primera acepción es “persona del sexo femenino”, la única objetiva dentro de la ensalada de tópicos con los que nos etiqueta, pero se queda corto, no me sirve. Así que vuelvo a la RAE, busco femenino/a y aparecen cinco adjetivos y tres usos gramaticales pero sigo sin identificarme.

Voy a probar con persona “Hombre o mujer de prendas, capacidad, disposición y prudencia”… ¡Ah, pues sí!, con esto me identifico más… pero también se queda corto para expresar lo que siento. ¿Cómo podría ponerle palabras?

Me voy a la filosofía oriental, esa que divide en yin y yan cualquier fractal de vida. Explican que las polaridades de energía no se pelean, sino que colaboran para dar lugar a algo nuevo. Todo en el planeta se divide en femenino / masculino y todo contiene intrínsecamente estas dos energías.

En base a esto me observo, nos observo… El masculino en equilibrio representa la acción, la capacidad de llevar a cabo nuestros proyectos. En desequilibrio el masculino no escucha nada, coge lo que desea y después lo destruye, sin tener en cuenta la vida.

El femenino en equilibrio es recepción, capacidad de escucha. En desequilibrio el femenino se vuelve incapacidad para actuar y entra en victimismo crónico. Si aplicáramos esto a cualquier conflicto sacaríamos conclusiones mucho más sabias, útiles e inteligentes para resolver nuestros problemas.

En base a esto me observo, nos observo… Puedo vislumbrar que nuestras cabezas andan siempre metidas en luchas de separación. Nuestros pensamientos se filtran a través de nuestros actos en nuestras relaciones personales, sociales, laborales, políticas, económicas, etc. El cerebro le dice al cuerpo que estamos en guerra y este sube la testosterona y adrenalina a tope, hasta que hay una saturación de energía yan / masculina. En principio nada en contra, todo bien, si no fuera porque la enfermedad se vuelve un compañero de viaje y somos 7.000 millones en el planeta. Si todos entramos en ese estado a la vez ríete del terremoto que habría si saltan los chinos a una.

Existe un paralelismo entre lo que le hacemos a la Tierra y lo que nos hacemos a nosotros. Ella es el eterno femenino, el útero que nos contiene y provee. No nos juzga, sólo nos da. Es perfecto, ¿verdad? Pues no, no nos gustan sus ritmos, así que la maltratamos hasta que baile nuestra canción… Es una táctica bastante torpe que nos suele explotar en la cara y que nadie entiende por qué lo hacemos, pero es lo que hay. Da la impresión de que un niño de 13 años lleno de rabia contra su madre comanda la nave Tierra.

Este comportamiento anómalo también se da dentro de la jerarquía humana. También se agrede al sagrado femenino desde el nacimiento hasta la tumba y la mujer sana siempre da, da y da. Ella tiñe la vida de amor a través de su corazón. Un valor que no cotiza en bolsa pero que cimenta las sociedades sanas.

Lo femenino es hermoso, sí, pero no nos gustan sus ritmos. Sus hormonas son un espanto, desde el momento que  menstrúan por primera vez no hay quien las entienda, tienen embarazos, paren niños, dan leche, se ponen menopáusicas y perciben cosas. Sus ciclos nos importan un pito y si las notamos raras las metemos bajo el manto de las locas, que es muy grande y ahí caben todas.

Después de tanto maltrato, la Tierra ha empezado a perder sus ciclos, igual que las mujeres; ajenos a todo nos echamos las manos a la cabeza con el cambio climático y la infertilidad sexual de nuestra raza, sin poder entender que no están separadas y que somos responsables de eso y de todo, si no es por acción directa es por dejar que pase.

Hasta que las personas no nos reencontremos con nuestra fuerza femenina el mundo seguirá siendo un gran hospital para locos y vamos a llegar al punto que nos va a dar igual llamarnos mujer, hombre, niña, niño, centollo o brontosaurio… Todos estaremos igual de jodidos.

No sé lo que es ser mujer, creo que a todas nos gusta vernos así, pero si soy honesta no sé lo que significa, yo también fui domesticada. Hasta que no encuentre a mi mujer salvaje nunca lo sabré. Ojalá que también pueda ver las vuestras, será señal de que el nuevo mundo ha llegado.

 

Pilar Punzano es actriz

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