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España se seca y los políticos siguen a sus cosas

El país se desertiza a marchas forzadas mientras nuestros gobernantes siguen sin tomarse en serio el problema

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análisis

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Y mientras los políticos se matan a dentelladas por el poder en Castilla y León, sigue avanzando el cambio climático. La pertinaz sequía vuelve a causar estragos en el campo (este mes de enero ha sido el más seco de la serie histórica) y la cosecha de cereales corre serio riesgo de perderse. El calentamiento global no es ninguna broma ni un debate para progres alarmistas, veganos melenudos o ecologetas profesores de universidad. Hay consecuencias directas en el día a día y en las vidas de las gentes. Se pierden cultivos, crece el paro en el sector agrícola, las pérdidas para la economía son millonarias y la España Vaciada gana terreno a la civilización. La desertización avanza (tres cuartas partes de la Península Ibérica han caído ya en la desforestación), el agua escasea y la contaminación forma un caldo de cultivo perfecto para las pandemias. Cuando usted, señor o señora de la gran ciudad, vaya un buen día al supermercado y se encuentre con que los productos escasean, con que no hay tomates, legumbres o lechugas, entenderá la magnitud de la tragedia global a la que nos estamos enfrentando. Si Doñana se seca, nuestras vidas estarán en peligro; si el Mar Menor agoniza, toda la economía de la zona se vendrá abajo. Es la ruina de un país.

El cambio climático debería ser el primero y más prioritario de los asuntos en la agenda de nuestros políticos, a los cuales pagamos para que afronten problemas y tomen decisiones valientes. Sin embargo, nuestros gobernantes siguen enfrascados en sus rencillas, mezquindades y miserias mundanas. El debate de candidatos a las elecciones en Castilla y León fue la muestra de lo poco que les importa a nuestros dirigentes los problemas reales de los ciudadanos. Es más fácil caer en el burdo patadón al rival, en el comentario chusco o jocoso o en el insulto al otro (mentándole a la madre) que bajar al terreno de la realidad y hablar de cómo abordamos el desastre medioambiental cuyas consecuencias ya estamos pagando. La democracia se ha convertido en un circo, un espectáculo macabro donde una clase pudiente se entretiene y vive cómodamente mientras el público, pese a haber comprado la entrada, asiste entre atónito y silencioso sin poder intervenir ni hacer nada por evitar la destrucción que se avecina.

Es cierto que el Gobierno de Pedro Sánchez ha anunciado medidas en la lucha contra el calentamiento global para los próximos años. Es lo que se conoce como Agenda 2030, un ambicioso plan que trata de armonizar el respeto al planeta con el crecimiento sostenible. Sin embargo, sin desmerecer ni poner en cuestión los nobles propósitos de la iniciativa, cabe plantearse si no estaremos, una vez más, ante uno de esos planes cosméticos, publicitarios, de cara a la galería, y en el fondo nadie va a hacer nada por el planeta porque a nadie le interesa este asunto del cambio climático. Sánchez dice estar muy preocupado por el problema, pero cuando el ministro Garzón denuncia la proliferación de macrogranjas –grandes fabricantes de carne de baja estofa y de males medioambientales–, la respuesta del premier socialista queda en una llamada a capítulo o desautorización al titular de Consumo y pare usted de contar. Tenemos un Gobierno ecologista pero no tanto, es decir, que cuando al presidente le toca coger el Falcon para ir a la esquina a por tabaco o a una cumbre mundial para salvar el planeta no se lo piensa dos veces por mucho que el reactor deje una estela de contaminación en la atmósfera equivalente a 590 coches diésel. Y cuando están en juego las cosas del comer que indignan a la ciudadanía, como es el imbatible chuletón al punto, el asunto se paraliza, se mete en un cajón y se deja para otro día. Todo lo que suponga perder votos se elude, todo tema impopular que erosione las encuestas se archiva. Así son los gobiernos blandos de las democracias actuales: lo primero mantener la poltrona; el planeta ya se arreglará después, y si no, qué más da, dentro de cien años todos calvos.

Pero si los gobiernos supuestamente progresistas son lentos y remisos a la hora de acometer medidas drásticas para frenar el apocalipsis climático, más suicida todavía es la posición política de las derechas. Ya sabemos que Pablo Casado se encuentra en plena deriva falangista, o sea que se está voxizando para que el partido no se le hunda definitivamente. Los populares son negacionistas latentes, es decir, llevan su escepticismo contra el cambio climático por dentro, en silencio como las hemorroides. Para el Partido Popular lo primero es la economía, el dinero, crecer aunque sea desbocadamente y sin control. Así, de paso, hacen populismo con el obrero, al que le importa más comer a final de mes que salvar el mundo. No hace mucho el líder genovés se mostró dispuesto a hacer “todo lo posible” para impedir que el Gobierno cumpla su propósito de prohibir la venta de vehículos diésel y gasolina (culpables del envenenamiento de la Tierra por las emisiones de CO2) a partir del año 2040. Casado cree que medidas de ese calado suponen un “riesgo” para un sector fundamental de la industria como es el automovilístico y reprocha que el Ejecutivo Sánchez se ampare en “datos falsos” sobre la contaminación por razones meramente “ideológicas”. Es decir, negacionismo a braga quitada. Y de Vox, socio principal del PP en tantos gobiernos regionales, qué podemos decir a estas alturas que no sepamos ya. Con tirar de hemeroteca y ver lo que dicen algunos diputados verdes como Francisco José Contreras (“que se caliente un poquito más el planeta para empezar evitará muertes por frío”) se entenderá el futuro negro que le espera a la humanidad con la ultraderecha en el poder.

La película No mires arriba, que estos días pega fuerte en las carteleras, acierta de pleno cuando muestra a unos políticos frívolos y enloquecidos que no se toman en serio una amenaza para la humanidad como es el inminente impacto de un meteorito. Los personajes que transitan por el film de Adam McKay, halcones de la Casa Blanca y el Pentágono, no se diferencian demasiado de nuestros padres de la patria. Cámbiese a la negacionista presidenta yanqui Orlean (Meryl Streep) y a su hijo y jefe de gabinete Jason (Jonah Hill), por Isabel Díaz Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez y concluiremos que el poder del dinero sigue prevaleciendo sobre la lógica y la razón de la ciencia. O sea, que démonos por jodidos. El meteorito está cada vez más cerca, el país se nos seca a marchas forzadas y seguimos riendo y gozando en el gran carnaval del Fin del Mundo. Está visto que habrá que ir pensando en buscarse un búnker.

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