Con la edad vamos viendo que las ilusiones de la juventud no se mantienen tan firmes como creíamos que iban a ser siempre. Yo, que voy llegando, entreveo que hay dos evoluciones posibles y una de ellas es un fracaso manifiesto: convertirse en un cascarrabias conservador forma parte de este circo de la vida y es predecible, porque también nos dimos cuenta de que no todos éramos tan modernos como pretendíamos. El otro cambio es más interesante: uno se vuelve pragmático, y la parafernalia queda sólo para edulcorar el sexo y poco más.

Dejemos la poesía. Yo, que me considero un tipo de izquierdas, hace tiempo que abandoné la esperanza de un cambio social revolucionario, muchos son los datos que revelan su imposibilidad y otras tantas las experiencias no muy recomendables. Y, en general, vengo notando que cuanto más grandes son las bocas para llenarse con la palabra “Revolución”: más pequeñas son las manos para trabajar. Por eso me pareció interesante la reacción del 15M contra el poder establecido, porque cuando esta corriente comenzó a adquirir carta de política práctica defendía lo que el sentido común detectaba como problemas… y por ello era incorrecta y subversiva, porque mostrar lo evidente es arriesgado.

Veo demasiado diseño, pose y mercadotecnia para vendernos ideología. Paso. Yo quiero cosas pequeñas, porque el sumidero de España no son los grandes proyectos ni las grandes corrupciones; eso importa, pero la ruina del sistema (que no es crisis sino quiebra) es sencillamente que la estructura consume más combustible del que es capaz de ingresar. Necesitamos adelgazar el Estado, pero no podemos dejar esta labor a quienes lo han engordado buscando su propio interés, porque lógicamente lo harán manteniendo sus privilegios (está ocurriendo ahora); existe un grave problema con las autonomías y lo digo yo que ni soy centralista ni patriotero, pero por eso mismo, yo, que estoy dispuesto a sacrificar por irrelevante a una ancestral España que no me importa, no entiendo por qué se invierten las tornas y ser nacionalista de Catalunya, Euskadi o Murcia tiene un sentido superior y hay que joderse; el Estado es un medio para vivir mejor, no un fin, esto último es racismo puro y duro, aunque se disfrace de emoción e himno. No se puede mantener cerca de una veintena de gobiernos paralelos todos para lo mismo y con capacidad de legislar porque, aunque sigamos manteniendo el rango de las Leyes que emanan del Central, al final son veinte países diferentes, con tribunales diferentes e imposibles de armonizar.

Y no creo que el problema esté en el número de funcionarios, eso tampoco es un gasto superfluo; si todos estuviéramos haciendo lo mejor para la ciudadanía, estaríamos atendidos estupendamente. El problema está en los altos cargos y sus alrededores, los vividores del partido, los profesionales cuyas hipotecas dependen del cargo para el que te nombren, el problema está en que existan mil funcionarios haciendo en paralelo el mismo trabajo en la península para una gilipollez porque eso es gasto improductivo y sólo sirve para justificar al político prescindible; y esas agencias públicas, fundaciones, y entes praeternaturales que certifican certificados de los que certifican. El horror, el horror…

Se nos está escapando la posibilidad de alterar este estado de las cosas que, por hipertrofia, como un tumor, nos está agotando. De pronto nos hemos vueltos políticos y queremos trabajar en los parlamentos, queremos hablar con respeto de las instituciones (que nos putean), entendemos los problemas de presupuesto (y nos pagan un buen sueldo por entenderlos), de pronto comprendemos lo que le pasa a don Mariano y todos los señores y señoras de su alrededor, pobre Rita, qué acoso, o nos ponemos en el lugar de Pedro y Susana y sus responsabilidades históricas, posamos para las cámaras y calculamos el efecto de nuestro tweets y declaraciones y pasilleos por el congreso en escuadra, usamos la prensa como mensajería cuando no la financiamos (por amor a la verdad, claro está)… y todo lo que se puede racionalizar en la política: protocolos, propagandas, horarios de locura, presentaciones, lujos en edificios oficiales, asesores, instituciones inútiles, de pronto todo tiene un sentido y tarde o temprano llevaremos el traje azul y los Loewe, que no son lo importante, al parecer, sino la ¡Revolución!

Las pequeñas grandes cosas del sentido común son más de izquierda que la megalomanía, siempre personalista. La confusión, la complejidad, la responsabilidad, esa madurez conservadora, son el terreno abonado para que el de abajo (¿les suena?) se mantenga abajo y la casta de los de arriba (¿les suena?) se mantenga arriba (sacrificados ¡pobres!), por el bien de la patria (una de las diecisiete).

Temo que mi vejez de cascarrabias se consolida.

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