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Encrucijadas radicales

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Hace algunos años el término etnocidio no existía. Si se ha sentido la necesidad de crear una nueva palabra era porque había que pensar algo nuevo o bien algo viejo pero sobre lo que todavía no se había reflexionado. En otros términos, se estimaba inadecuado o impropio para cumplir esta exigencia nueva otra palabra, genocidio, cuyo uso estaba difundido desde mucho tiempo atrás.

Creado en 1946 durante el proceso de Nuremberg, el concepto jurídico de genocidio es la toma de conciencia en el plano legal de un tipo de criminalidad desconocida hasta el momento. Más exactamente, remite a la primera manifestación, debidamente registrada por la ley, de esta criminalidad: el exterminio sistemático de los judíos europeos por los nazis alemanes.

La diferencia que podemos encontrar entre los términos genocidio y etnocidio son que el primero el genocidio remite a la idea de raza y a la voluntad de exterminar una minoría racial, y el segundo el de etnocidio se refiere no ya a la destrucción física de los hombres (en este caso permaneceríamos dentro de la situación genocida) sino a la de su cultura. El etnocidio es, pues, la destrucción sistemática de los modos de vida y de pensamiento de gentes diferentes. En definitiva el genocidio asesina los cuerpos de los pueblos, el etnocidio los mata en su espíritu. Tanto en uno como en otro caso se trata sin duda de la muerte, pero de una muerte diferente: la supresión física es inmediata, la opresión cultural difiere largo tiempo sus efectos según la capacidad de resistencia de la minoría oprimida.

El etnocidio comparte con el genocidio una visión idéntica del otro: el otro es lo diferente, ciertamente, pero sobre todo la diferencia perniciosa. Estas dos actitudes se separan en la clase de tratamiento que reservan a la diferencia. El espíritu, si puede decirse genocida, quiere pura y simplemente negarla. Se extermina a los otros porque son absolutamente malos. El etnocidio, por el contrario, admite la relatividad del mal en la diferencia: los otros son malos pero pueden mejorar, obligándolos a transformarse hasta que, si es posible, sean idénticos al modelo que se les propone, que se les impone.

El horizonte sobre el que se recortan el espíritu y la práctica del etnocidio se determina: según dos axiomas. El primero proclama la jerarquía de las culturas: las hay inferiores y superiores. El segundo confirma la superioridad absoluta de la cultura…

En otras palabras el etnocida, pretende la disolución de lo múltiple en lo uno. ¿Y qué es el Estado? Es, esencialmente, la puesta en juego de una fuerza centrípeta que tiende, si las circunstancia lo exigen a aplastar las fuerzas centrífugas inversas. El Estado se pretende y se auto proclama centro de la sociedad, el todo del cuerpo social. Se descubre así la potencia actuante de lo Uno, la vocación de negación de lo múltiple el horror a la diferencia. En el Estado se descubre siempre la voluntad de reducción de la diferencia y de la alteridad, el sentido y el gusto por lo idéntico y lo Uno.

El etnocidio, como supresión autoritaria de las diferencias socio-culturales, se inscribe primariamente en la naturaleza y funcionamiento de la maquinaria del Estado, que procede por uniformización de la relación que la liga a los individuos. El etnocidio pertenece a la esencia unificadora del Estado.

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