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En el PP se pelean hasta por la cena de Navidad

Ayuso pide que se celebren las comidas de empresa mientras la directiva de Génova las desaconseja

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análisis

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La pandemia arrecia de nuevo y el PP aconseja a su militancia que suspenda la cena de Navidad con el argumento de que es preciso “mandar un mensaje de prudencia, responsabilidad y sentido común”. Por una vez, y sin que sirva de precedente, Génova 13 ha tomado la decisión correcta, pero de inmediato ha salido a la palestra Lady Madrid, la dama de la libertad, la ideóloga del nuevo movimiento ácrata y libertario de la derecha española para enarbolar la bandera del anarquismo cayetano y oponerse a una medida que es de pura lógica. Ayuso está convencida de que no se deben suspender las tradicionales cenas de empresa porque, a su juicio, la situación sanitaria en la región “sigue siendo de total normalidad” y “no hay motivo para la alarma”. Ya se sabe que para la lideresa diez mil contagios es un precio asequible, barato, siempre que los hosteleros estén contentos y le voten.

La presidenta castiza hace tiempo que no se mira los partes epidemiológicos del día porque si lo hiciera comprobaría que el bicho está en su salsa en estas fechas tan entrañables, como diría el rey emérito, que una vez cerrada su causa judicial en Suiza vuelve a casa por Navidad (otra amenaza para la higiene del país, en este caso para la higiene democrática). El virus se reproduce y muta promiscuamente en las grandes aglomeraciones, en los bares y centros comerciales, en las reuniones familiares, y anda en todo lo suyo, pero la presidenta castiza debe creer que ómicron es una marca de relojes de pulsera, no una peligrosa variante del coronavirus, y ya no pierde el tiempo con cosas tristes y aburridas como la enfermedad, la salud de los madrileños y la muerte. Alegría, alegría, que es Navidad, que los comunistas no nos amarguen la fiesta, veinticinco de diciembre fum, fum, fum.

Esta vez Pablo Casado se ha situado en el lado bueno de la historia al aconsejar la suspensión de una cena de empresa que amenazaba con convertirse en una bomba supercontagiadora. Para un hombre que siempre hace política mirando de reojo las encuestas no ha tenido que ser una decisión fácil posicionarse, aunque fuese cinco minutos, a contracorriente del populismo demagógico para defender la salud, el interés general y el sentido común. La popularidad de Ayuso crece exponencialmente con cada discurso demagógico que suelta (Aznar ya la ve como gran faro y guía del Partido Popular) mientras que Abascal mete presión desde fuera (ayer mismo el Caudillo de Bilbao se puso de lado de los negacionistas de las vacunas tratando de pescar votos en los caladeros de la rabia contra el sistema). La pinza Ayuso/Abascal empieza a ser letal para Casado y en una de estas la lideresa pasa mucho del jefe y de la pandemia, toma la decisión de organizar el sarao por su cuenta y riesgo, invita a la cena al jefazo de Vox y hasta le regala un amigo invisible, o sea un llavero con el aguilucho, que siempre queda muy aparente y al líder ultra le encantan esos souvenirs nostálgicos. Hay mucho en juego, como la coalición PP/Vox de cara a las elecciones andaluzas o la alianza electoral definitiva para derrocar al Gobierno de bilduetarras y separatistas, y es preciso estrechar lazos de amistad y fraternidad con la extrema derecha posfranquista.

Aunque todo apunta a que la cena se suspenderá definitivamente, habrá que esperar. Ayuso sigue malmetiendo para que se celebre y no se puede descartar que Casado tenga que claudicar y bajarse los pantalones ante la pujanza y el liderazgo de la presidenta. En ese partido ya solo se hace lo que dice la nena, punto en boca y chitón, ea. Por eso este tira y afloja a cuenta de la cena de empresa, que podría parecer una trivialidad o asunto menor, se antoja una batalla decisiva en la lucha por la hegemonía de la derecha española. Está en juego nada más y nada menos que saber quién manda aquí, si la cúpula directiva nacional o la regional encabezada por Isabel Díaz Ayuso. El alcalde Almeida ya no dice nada, balones fuera, cremallera total, y si hay que ir a la maldita cena se va y que sea lo que Dios quiera. El edil madrileño es humano, ya va teniendo una edad y lógicamente le da miedo el bicho como a todo hijo de vecino, así que se sentará en un rincón de la mesa con los chiquilicuatres y niñatos del partido, entre el cuñado Teodioro y la tita Cuca, sin molestar mucho, respirando lo menos posible y sin apenas probar bocado para no tener que quitarse la mascarilla. Pelar un gambón con el virus flotando por el salón comedor repleto de invitados puede ser una maniobra altamente peligrosa. Casi peor que apostar a la ruleta rusa, pistola en la sien, o practicar el balconing tras una noche de borrachera. Un minuto chupando la jugosa cabeza de la gamba y para el hospital. Al alcalde no le hace ninguna gracia esta cena entre familias mal avenidas en reyerta permanente que acojona por la cantidad de bichos invitados, y no solo microscópicos. Por edad, y pese a estar vacunado, él también empieza a ser personal de alto riesgo, en lo clínico y en lo político, o sea que ya está en la lista negra de Espe Aguirre y a poco que el casadismo sea derrotado por el ayusismo su poltrona peligra. Así que toca abrigarse, quedarse en casa y otro año será.

Una cena de empresa con la que está cayendo es comprar un décimo de lotería para un suicidio colectivo. El coronavirus se pilla en un suspiro, en un trago de cava, en un bocado de turrón o polvorón, pero así es la nueva filosofía libertaria o carpe diem de Ayuso que se abre paso en toda España. Comamos y bebamos que mañana moriremos. Barra libre, todo vale. Y mientras tanto el banquete o festín se lo da el bicho. A la presidenta de Madrid ni el pusilánime de Casado ni el aguafiestas de Sánchez le fastidian una cena navideña a mayor gloria de la anfitriona. Esa comilona se celebra por sus santos ovarios y si luego medio partido acaba en el Zendal estará por bien empleado. Todo por la patria. Y por la farra.

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