Ilusionar a los votantes progresistas es el gran reto de la izquierda para poder gobernar, junto a la necesaria unidad de las fuerzas no socialdemócratas en una sola candidatura, y conseguir así que la participación alcance los niveles de las generales de 2019 del 69,88%. Esto es, que crezca alrededor de 5 puntos y ronde el 70%, desde el 63,91% de las recientes autonómicas y municipales, en las que la participación es históricamente siempre menor que en las generales. Cábalas coincidentes entre los analistas de las empresas demoscópicas, tras la última convocatoria electoral del 28 de mayo. Datos que reflejan con claridad que la abstención alcanza el 30%; es decir, que más de un tercio de la población se desentiende de la política por múltiples razones que, en esencia, reflejan la mala imagen que tiene al igual que sus actores: serio peligro para los sistemas democráticos que se desangran a favor de los discursos populistas y autoritarios.
Movilizar a sus huestes es clave para la izquierda, pues los votantes de la derecha votan siempre a piñón, aunque difícilmente crecerán en voto en las generales, pues los datos de las recientes elecciones del 28M demuestran que la victoria del PP —por la mínima en muchos territorios y municipios—es fruto de la absorción completa de los votos del ya extinto Ciudadanos; y que Vox solo podría crecer robándole voto al partido de Feijoo, que solo podría aumentar su porcentaje quitándole votos a Vox: la ley de los vasos comunicantes.
Panorama que no deja lugar a dudas: si la izquierda quiere ganar tiene que ilusionar a su electorado, harto de peleas internas en la izquierda no socialdemócrata, que son inveteradas y tienen siempre un componente de esencialismo absurdo y personalismo sin sentido. Quizá es el momento de que algunos actores políticos de esa izquierda reflexionen y se den cuenta de qué en lugar de sumar, restan por la animadversión que su gestión ha generado en amplios sectores sociales. Paso a un lado que solo dan quienes tienen altura de miras y anteponen el proyecto colectivo sobre el personal. Para el PSOE, la cuestión es no equivocarse en el mensaje y la estrategia. Sería un error convertir la campaña en un debate personalista, dicotómico, Sánchez/Feijoo que llevaría a una campaña del <<y tú más>> que desmoviliza: se confrontan dos modelos de sociedad, no dos personas. PSOE que no debe olvidar que hay que dar espacio público al resto de fuerzas necesarias para ganar.
Aceptar el lodazal de campaña que propone la derecha con el mensaje de derribar el <<sanchismo>>, supondría jugar con sus reglas de juego y caer el maniqueísmo polarizador que busca el PP y gusta a los feligreses de la <<derechona>> de siempre: un error de libro. Aunque la derecha lo pretenda, P. Sánchez no debe aceptar el planteamiento personalista del tú o yo, trampa de la que debe desligarse con un mensaje propio, en positivo, cuyo objetivo sea poner en valor los buenos resultados de la gestión realizada bajo la bandera de equilibrar las desigualdades sociales y apuntalar el Estado del Bienestar. Elementos suficientes para que Pedro Sánchez salga airoso del envite que él mismo ha planteado, para el que tiene armas personales y discursivas sobradas, frente al discurso mendaz del líder de la derecha.
