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El Reloj del Juicio Final ideado por Einstein coloca al ser humano más cerca que nunca de su autodestrucción

Concretamente, la máquina nos dice que estamos a 100 segundos del final

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análisis

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El Reloj del Juicio Final fue creado en 1947 por Albert Einstein y otros científicos de la Universidad de Chicago que tras colaborar con el Gobierno norteamericano en la fabricación de las primeras armas atómicas –el conocido como Proyecto Manhattan– llegaron a la conclusión, con horror, de que aquello que habían creado podía desencadenar el Apocalipsis, de modo que decidieron hacer algo para tranquilizar su conciencia. O dicho de otro modo, los mismos que construyeron el arma de destrucción masiva definitiva pusieron en hora el cronómetro para informar a la humanidad del tiempo que le iba quedando en función de los acontecimientos históricos que se iban produciendo cada año. Todo un detalle por parte del padre de la Teoría de la Relatividad y sus insignes compañeros, aunque no deja de tener su punto sádico eso de ir diciéndole al personal que el mundo se va a ir al garete pasado mañana. Pues bien, ayer mismo se supo que el artefacto que desde hace años mantiene a la especie humana a pocos minutos para “la medianoche” (hora de la destrucción total) nos ha colocado más cerca que nunca del final. Concretamente, el reloj se encuentra a tan solo 100 segundos para el Gran Reventón y la culpa ya no es solo del riesgo nuclear siempre latente (tal como advirtieron los creadores de la inquietante máquina) sino que el cambio climático y por supuesto los estragos de la pandemia nos han ido quitando algo de vidilla a lo largo del pasado año.

No es por ser agorero, pero si uno fuera el lector de esta columna trataría de aprovechar el tiempo a tope, ya que no sabemos cuándo saltará por los aires este endiablado mundo. En realidad, no hacía falta mirar las manecillas del Reloj del Juicio Final para concluir que algo (o mucho) está haciendo mal la especie humana. Todo son señales de advertencia, semáforos en rojo que se nos encienden delante de las narices sin que les hagamos ni puñetero caso. Que los polos se derriten a marchas forzadas, no pasa nada, ya los rellenaremos con cubitos de hielo. Que un vendaval como Filomena entierra Madrid bajo en nevazo que no han visto ni los más viejos del lugar, no hay que ponerse nervioso, eso es que estamos en invierno y en invierno nieva, como dicen los “nevacionistas” (además tenemos a un alcalde como Martínez Almeida que pone a tirar de pala a los madrileños y en una semana la ciudad está como nueva). Y si una plaga de proporciones faraónicas se desencadena de repente, tal como ha ocurrido, y extermina a millones como chinches, además de cargarse la economía global y provocar un cataclismo en la civilización, tampoco eso quiere decir nada, será cosa de Bill Gates o de Soros, que nos quieren implantar un “chis” para recortarnos la libertad. Todo menos reconocer la terrible verdad: que nuestro sistema capitalista salvaje, ese del que hemos vivido cómodamente en el último siglo, ha tocado fondo y ha terminado por alterar la armonía de la naturaleza y el equilibrio cósmico de la Tierra.  

El humano es un ser tan ciego y obtuso, tan estúpido y torpe, que ni siquiera viendo con sus propios ojos cómo galopan Los Cuatro Jinetes toma medidas urgentes para intentar evitar la catástrofe. Llevamos años sabiendo, por datos científicos, que el calentamiento global provocaría graves alteraciones en los ecosistemas vegetales y animales y que la sexta extinción del Antropoceno, producto de la actividad humana, terminará con el sesenta por ciento de la vida en este planeta antes de que finalice el siglo si no ponemos remedio (y ya ni siquiera poniéndolo, puesto que los científicos advierten que estamos jugando peligrosamente con el punto de no retorno). “El mal manejo de esta grave crisis de salud mundial es una llamada de atención para gobiernos, instituciones y un público engañado que tampoco saben manejar las amenazas aún mayores que plantean la guerra nuclear y el cambio climático”, advierten los responsables del Reloj del Juicio Final, que no es ningún pasatiempo para científicos chiflados que no saben qué hacer con su tiempo libre, sino que incluye a 13 premios Nobel que algo sabrán del tema.

No estamos por tanto ante una de esas películas malas sobre la destrucción del planeta que emite cualquier cadena privada los sábados por la tarde y que dan más risa que miedo por lo disparatado de los argumentos. La amenaza para la humanidad es real, y no lo dicen Miguel Bosé o Bunbury, dos negacionistas que con sus boutades en Twitter alimentan al mundo conspiranoico, paranoico y friqui. Todo apunta a que los humanos nos vamos extinguir en un gran carnaval de idiotas que no han leído un libro serio en su vida (cuñados que se permiten ir dando lecciones sobre esto y aquello en Facebook) o por efecto de algo mucho peor: un violento aquelarre entre facha y ultrarreligioso como esa mascarada de golpe de Estado en el Capitolio yanqui. Sea como fuere, lo cierto es que en enero de 2020 el Reloj del Juicio Final se movió hasta situarse a 100 segundos para la medianoche, más cerca del final que nunca en toda nuestra historia. Cien segundos no es demasiado tiempo, aunque se puedan hacer muchas como preparar un cóctel bien cargado y salir a la terraza a contemplar el hermoso Armagedón, que debe ser algo así como una Nit del Foc en Fallas pero a lo bestia.

Todos los informes científicos nos alertan de que nos quedan dos telediarios (de los de Telecinco, que son más cortos para no quitarle tiempo al colorín) pero aquí seguimos, sin hacer nada, cruzados de brazos y enfrascados en nuestras pequeñas cuitas y miserias cotidianas: si Illa ganará las elecciones catalanas o lo hará Junqueras, si el Atlético de Madrid se llevará la Liga finalmente o si Kiko Rivera hará las paces finalmente con la Pantoja. El fin del mundo se acerca peligrosamente, pero qué más da. La última emisión en ondas de radio que lanzaremos al espacio no será un mensaje de la ONU pidiendo ayuda a una civilización extraterrestre, sino un Sálvame Deluxe con la última exclusiva de Jorgeja gritando qué fuerte, qué fuerte.

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