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El modelo fiscal de Ayuso: un paraíso para los ricos, un infierno para los pobres

Andalucía se suma a Madrid como refugio de grandes fortunas, equiparándose a Andorra, Hong Kong y Luxemburgo

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análisis

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Tras conocer que Juanma Moreno Bonilla había eliminado el impuesto de Patrimonio de los ricos (una amnistía fiscal de 120 millones que beneficiará a 20.000 grandes fortunas), Isabel Díaz Ayuso lo celebraba escribiendo en Twitter una de sus habituales sentencias trumpistas: “Andaluces: bienvenidos al paraíso”. Lo cual que Ayuso reconoce que Madrid es un paraíso fiscal y que a partir de ahora Andalucía también lo será. La muchacha de la derecha libertaria ya no se esconde y asume sin rubor que ha convertido la capital de España en un refugio, en ​una guarida fiscal, en una cueva de piratas para ricos, especuladores y fondos buitres. Ninguna sociedad que se sostenga sobre esos pilares económicos puede construir nada moralmente decente ni llegar a buen puerto.​ Baste solo un dato: se calcula que las comunidades gobernadas por el PP bajo el modelo fiscal ayusista han escamoteado a las arcas públicas más de 10.000 millones que ya no podrán destinarse a financiar y sostener los servicios públicos. O sea, rapiña, desfalco y saqueo del Estado para felicidad de los millonarios.

Madrid, y ahora también Andalucía, han entrado en la negra lista de los paraísos fiscales y del secreto bancario, poniéndose a la altura de antros como Andorra, Hong Kong o Luxemburgo.​ Convertir una región en un nido de evasores, blanqueadores y oligarcas libres de impuestos no es algo como para presumir, más bien al contrario, debería dar mucha vergüenza desde el punto de vista moral, filosófico y político. Pero esa es la obra, ese es el legado político que va a dejar esta señora. La monárquica Isabel I de Madrid (ella se cree una Windsor más, de ahí que decrete días de luto oficial en Villa y Corte por la muerte de la Reina de Inglaterra) celebra la amnistía fiscal para los ricos andaluces como un logro propio y una vuelta al paraíso terrenal. En realidad, el paraíso de Ayuso solo lo disfrutarán los cuatro millonarios de siempre que seguirán dándose al cóctel en sus suntuosas terrazas y versallescos áticos de la Gran Vía, almenas del gran castillo feudal del neoliberalismo del siglo XXI, mientras a los pobres solo les quedará mirar para arriba, babear con desencanto y reconcomerse de envidia.

Madrid y Andalucía convertidas en cotos legales para señoritos, ácratas insolidarios y evasores fiscales. El engaño al pueblo ha surtido efecto. La estafa demagógico-populista se ha consumado gracias al hechizo colectivo conjurado por una señora que ha logrado convencer a los madrileños de que la libertad del rico es la libertad del pobre, de que el dinero del rico es el dinero del pobre, de que todos, ricos y pobres, van en el mismo barco rumbo a una supuesta isla paradisíaca en la que unos y otros vivirán como hermanos españoles alegres y felices. El mérito de Ayuso consiste en haber colocado la falsa idea de que aquí no hay clases sociales, de que los mercados benefician a todos por igual si se les trata bien y de que al final Papá Capitalismo hará fluir su maná repartiendo con armonía y equidad. Nada más lejos. El liberalismo es una jungla donde los más débiles (una mayoría) perecen mientras los más fuertes (una inmensa minoría) vive una vida de lujos, derroche y abundancia. El liberalismo es un genocidio económico premeditado y sistemático. El liberalismo es la injusticia institucionalizada. Pero muchos madrileños se han tragado el bulo, el cuento, la gallofa. No pocos ciudadanos de Madrid, poseídos por una ceguera como aquella de la que ya nos advirtió Saramago, no quieren ver que Ayuso ha llegado a la política para blindar y proteger a las dinastías empresariales, a las estirpes financieras de Madrid, enterrando lo poco que queda ya de socialdemocracia y valores humanistas. IDA es la gran liquidadora del Estado de bienestar. Lo demás, su verborrea de parvulario, sus ocurrencias y ridiculeces de las ruedas de prensa, solo tiene un objetivo: convertir la política en un espectáculo de baja estofa, entretener, despistar, confundir y desviar la atención mientras los ricos ponen sus bolsas repletas de dinero a buen recaudo en los bancos de la milla de oro madrileña.

Ningún país alcanza la prosperidad y la modernidad sin un sistema impositivo fuerte, equilibrado, progresivo y justo. Las sociedades más desarrolladas de Europa (véase los estados escandinavos y de centroeuropa) son precisamente aquellas que implantaron un modelo fiscal ambicioso para redistribuir la riqueza entre todos sus ciudadanos. Los que más tienen más pagan, no hay otra forma de sostener la Sanidad pública, la Educación, los transportes y las comunicaciones. Ayuso, la sofista Ayuso, dice que el socialismo solo trae hambre y miseria, pero será su modelo de paraíso fiscal el que termine reventando más pronto que tarde. La mujer cree que ha inventado la pólvora con sus amnistías fiscales para pudientes, sus becas para ricos y su dumping fiscal que genera competencia desleal entre territorios, desigualdad entre regiones y conflictos entre la España rica y la España pobre. En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Su propuesta política, su conservadurismo cañí a ultranza, no deja de ser un retorno al thatcherismo salvaje que ya fracasó en el Reino Unido. Hoy ya sabemos cómo acabaron los británicos tras el paso de Margaret Thatcher por Downing Street: despidos masivos, colas kilométricas en las oficinas de desempleo (véase The Full Monty, la magnífica película sobre el crack social británico de los noventa), desigualdad, servicios públicos totalmente desmantelados y un 28 por ciento de niños viviendo por debajo del umbral de la pobreza. Esas son las consecuencias a largo plazo del liberalismo ultraconservador. El rico al bollo y el pobre al hoyo. Así se las gasta Ayuso, fiel admiradora de la Dama de Hierro. Eso sí, siempre nos quedará el padre Ángel y unas pizzas recalentadas para los niños del gueto de Usera.  

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1 COMENTARIO

  1. Lo explica bien, Lakoff, con los marcos creados por el lenguaje que hegemonizan determinadas creencias hasta hacer que, las cosas, parezcan lo contrario de lo que son. El infierno fiscal (con que los ricos nombran su obligación, que sin embargo todos los demás cumplimos con normalidad) no es sino la manera de compensar ese otro en que nos sumerge el privilegio para conseguir el expolio expropiatorio con que realizan sus beneficios. Seguro que en cuanto los libremos de pagar los que les toca, van a correr a crear trabajo y producción y a llenar las arcas de Hacienda, por el fin que persiguen para el bien de todos, en lugar de buscar la acumulación y la reproducción capitalista para el propio.
    Solo hay que comparar el crecimiento de la renta del capital y el del trabajo (una vez descontados de los salarios aquellos que se miden en millones de euros, que de tal no tiene nada sino el hecho de que se cobre en una nomina) y la del trabajo respecto a los crecimientos de la producción y podremos comprobar la falacia que resulta que los perseguidores de capital son los creadores del trabajo, y sobre todo los mejores distribuidores de la riqueza.

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