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El “interregno socioliberal”. Las medidas del sistema para una hibernación económica

Daniel Martínez Castizo
Daniel Martínez Castizo
Historiador y antropólogo. Investigador y divulgador del patrimonio salinero
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análisis

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La primera coronacrisis (ninguna autoridad descarta que no pueda haber más en un futuro), va a pasar a la historia del siglo XXI como la gran pandemia que puso al sistema económico capitalista en “modo hibernación”. Hasta la fecha, ninguna pandemia o crisis económica había desacelerado jamás las naturales tendencias de concentración de la riqueza, empobrecimiento de las clases populares y reducción de las coberturas públicas.

Cuando llega una crisis, la habitual respuesta de los gobiernos e instituciones internacionales están basadas en la aplicación de las mismas recetas que las han provocado. Los máximos representantes siempre se muestran seguros de que, con mayor austeridad (recortes públicos), saneamiento de las entidades financieras privadas y flexibilidad laboral, se sale de cualquier crisis. Es cuestión de generar confianza en los mercados, eso dicen.

En el camino de la recuperación económica quienes más sufren los recortes y la ausencia de empleo son las clases populares. Esto ocurre porque, rara vez, los Estados deciden apostar por la inversión pública y el facilitarles, aunque no tengan empleo, la seguridad de que no van a perder su hogar o contar con los medios económicos suficientes como para mantener una vida digna. Lo habitual es dejar que el mercado se autorregule, que los más emprendedores se salven (economía sumergida, falsos autónomos y pluriempleo), y que el resto pase a engrosar la lista de desamparados prescindibles. Las citadas medidas, una vez aplicadas, solo requieren de nuevo la intervención del Estado cuando la estabilidad política del sistema está en juego. Pero, tras el aplacamiento con paupérrimas coberturas sociales, todo vuelve a su cauce.

Pero la coronacrisis es “diferente”. Las medidas socioeconómicas tomadas por muchos Estados y organismo supranacionales representan un “punto y aparte” en los mecanismos que habitualmente articulan para gestionarla puesto que: pretenden evitar los despidos; “facilitan” una moratoria en el pago de las hipotecas; están promoviendo un ingreso mínimo garantizado; estudian hacer extensible la cobertura sanitaria al mayor número de personas; y planifican futuros proyectos de inversiones a base de deuda pública. Una batería de medidas que, sin ser la panacea que necesita las clases populares, no encajan en la nueva doctrina neoliberal surgida de la crisis de 2008 sino, más bien, en una de corte socioliberal.

Entonces, si la tendencia natural del neoliberalismo es, ante una crisis, llevar a las clases populares hasta los límites del austerticio ¿por qué deja pasar ahora una oportunidad? La respuesta no está en la Declaración de los Derechos Humanos o las diferentes Constituciones de cada Estado. La explicación de la puesta en marcha de este “interregno socioliberal” responde a incapacidad que el sistema y el establishment tienen para controlar, con las medidas de siempre, una crisis que no ha sido provocada de forma directa, es decir, que no es ni financiera ni bélica.

El coronavirus (consecuencia del modelo productivo global capitalista), exige otras estrategias, aunque ello suponga, de nuevo, recurrir a las viejas propuestas del pasado socioliberal. Las consecuencias de su propagación sobre la población mundial, con un alto índice de mortalidad a corto plazo, podría generar un rápido colapso de la economía (paralización de sectores estratégicos, hambrunas, aceleración de los conflictos sociales, derrocamiento de gobiernos, etc…).

Si bien, para el establishment, un colapso no sería un problema desde el punto de vista material, son conscientes de que, desde el lado ideológico, corren el elevado riesgo de perder la credibilidad de la sociedad y, por tanto, el poder. Y es que, los organismos públicos y las multinacionales, frente a la prueba de estrés a la que está siendo sometida la globalización neoliberal, han decidido responder con la vuelta al socialiberalismo, un arma política y económica que les permite guardarse las espaldas (seguir en la cúspide acumulando dinero y poder), y salvar la honra de la globalización a través de moderadas medidas paliativas.

Empero, el socialiberalismo no es una ONG (aunque bien podría serlo), pues su aplicación también va a permitir al sistema salir mucho más reforzado de la coronacrisis. De hecho, todas las medidas económicas están saliendo del pulmón financiero de los Estados, es decir, que lo tendrán que pagar las clases populares. Cuando hemos visto que el BCE estaba “inyectando” fondos para ayudar a los Estados o hacer una compra de deuda, lo que realmente estaban haciendo era poner a disposición de las entidades bancarias privadas el mismo para, si así lo estimaban oportuno, proceder a la compra de deuda soberana de los Estados (sin garantías de que lo fuesen realmente a hacer así). Dicho de otra forma, alguien del FMI o BCE debería hablar con los “hooligans neoliberales”, que andan ladrando por las esquinas de los Parlamentos, y tranquilizarlos un poco.

El interregno durará lo que necesite el sistema sanitario internacional en controlar la pandemia. Todos los gobiernos publicitan que, tras esta tempestad, volverá la calma de la economía de mercado. Cuando ello tenga lugar (nadie puede poner fecha), lo que cambiará serán las formas en las que, de forma individual y colectiva, tendemos a relacionarnos en sociedad, aunque lo más importante, las relaciones económicas y de poder en la globalización (cuestión de la que se evita hablar), seguirán basándose en la desigualdad. Sin olvidar que, en segundo plano, también se asistirá a los normales reajustes geopolíticos de los que (sobre este tema sí), ya se está hablando.

Algunos se plantearán si es posible que el interregno se alargue más allá de los programado y que, por un accidente del destino, torne en la consolidación de una política reformista del sistema. Pues bien, ello dependerá de la profundidad y capacidad que las clases populares tengan para digerir todo lo que está ocurriendo a su alrededor y, por supuesto, de tener la capacidad de pasar a cuestionar el modelo productivo, el por qué es necesaria una renta básica universal, la garantía de una cobertura sanitaria estable, así como la estructura del poder político y económico.

Pero, por el momento, el debate no transciende de los triviales comentarios que se lanzan desde los mass media y que como cotorras repiten en las redes sociales la gran mayoría de usuarios. Aun así, tampoco es cuestión de cargar sobre dichos medios sin saber que, pese a iniciar un constante bombardeo crítico-constructivo, la posmoderna sociedad (preocupada de volver a la utopía del mercado), no parece ser el receptor más apropiado para transcender hacia posturas reformistas. De sobra es sabido que, los mass media, son los que mejor saben qué es lo que realmente gusta a su público.

No obstante, es temprano para dilucidar, con exactitud, cómo terminará todo esto. Nos encontramos en la primera fase de la coronacrisis. Quizás las vías que más se aproximen a la realidad tras este interregno, por experiencia de momentos anteriores y porque es una herramienta del propio sistema para sobrevivir, sea la vuelta al neoliberalismo conservador surgido tras la crisis de 2008. Con esta proyección, los románticos que aguardan con esperanzas la apertura de una pequeña brecha transformadora, van a tener que seguir esforzándose por construir, si así lo desean, la alternativa que tanto anhelan más allá del propio interregno o hibernación.

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