Quizá desde el año 1951, en se firmara el Tratado de París por el que se fundaba la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), embrión originario de lo que más tarde sería la Comunidad Económica Europea (CEE) y después lo que conocemos como Unión Europea (UE), nunca el proceso de construcción europea había estado ante una crisis de tan elefantísticas proporciones. El eje franco-alemán hace aguas, quizá debido al agotamiento del gobierno de Angela Merkel, el ímpetu europeísta ha decrecido en el Este de Europa y el horizonte de un Brexit sin acuerdo, como pretende ese bufón palaciego que es Boris Johnson, junto con otros aspectos, siembran de dudas e incertidumbres el futuro de la Europa política que nació sobre las cenizas humeantes dejadas por la Segunda Guerra Mundial.

La falta de nervio político de la UE, junto a la inacción de nuestros actuales dirigentes, que nunca pusieron en marcha una diplomacia común y un ejército europeo, como elementos necesarios para dotar de fuerza y empuje al proyecto, amenaza ahora con poner fin a casi siete décadas de una Europa fuerte, unida, democrática y libre. Parece que los grandes enemigos del proyecto, capitaneados por Moscú, los euroescépticos británicos y un sector del Partido Republicano norteamericano, van a salirse con la suya y al final de esta crisis podría salir un proyecto desdibujado, sin nervio político y con unas competencias rayanas en la vacuidad más absoluta.

Aparte que la salida  del Reino Unido, un escenario cada vez más posible bien sea en el corto o en el largo plazo, deja a Europa en manos de una Francia cada vez más cerrada y provinciana, que está incluso casi insistiendo en que los europeos vuelvan a la lengua francesa como vehículo de comunicación en un mundo globalizado y cosmopolita donde la reina madre, sin discusión alguna, ya, es el inglés. Al tiempo que esta pretensión por el liderazgo europeo por parte de París se acrecienta e incluso se consolida, muchos socios de la UE muestran una aversión casi enfermiza hacia el proyecto  europeo, como Hungría, Polonia y la República Checa, algo que resulta paradójico si tenemos en cuenta que en los últimos años fueron los países que más fondos comunitarios recibieron para ayudar a sus maltrechas economías.

Crisis en el eje franco-alemán

Pero también hay una crisis clara de liderazgo. Lejos quedan los años en que los viejos líderes de la UE, como Mitterrand, Tatcher y Kohl, eran los rostros visibles del proyecto europeo y sabían darle un protagónico resplandor al mismo en la escena internacional. Merkel pierde fuerza por momentos y está cada vez más desgastada ante su opinión pública, tal como se vio en las últimas elecciones regionales en Sajonia y Bradenburgo, donde la Alternativa para Alemania (AfD) dobló sus votos y evidenció la grave crisis que padece el sistema bipartidista alemán. Algo parecido sucede en Francia, donde la popularidad de Emmanuel Macron apenas llega al 39% frente a la percepción negativa que tienen de mandatario más del 59% de los franceses. Aparte de su permanente intromisión en los asuntos españoles, italianos y hasta brasileños, que le han valido numerosas enemistades en el ámbito internacional, Macron no tiene ahora la capacidad ni el arrojo, más allá de que pretenda erigirse en líder de una Europa titubeante y débil, para ser el dirigente capaz de sacar de la zozobra a este proyecto que ahora hace aguas en todos los frentes.

El eje franco-alemán ya no tiene la fuerza ni la capacidad para liderar nada y habrá que esperar a una nueva recomposición de poderes dentro de la UE para tomar el impulso necesario y hacer frente a los numerosos retos y desafíos que tiene ante sí esta organización multinacional. Algo que, desde luego, no ocurrirá hasta que no se definan a través de los distintos procesos electorales que tienen en sus agendas políticas países como Portugal, España (¿?) y, seguramente, Italia. Una vez que se despejen esos escenarios, ya de por sí complejos en cada unas de esas naciones, y se resuelva la complicada y atormentada salida del Reino Unido de la UE a través del Brexit, sin descartar tampoco elecciones generales en ese país, podrá comenzarse ese proceso de recomposición interna destinado a la refundación teórica y también práctica de la UE.

Si la UE quiere hacer volver a brillar con luz propia en la escena internacional debería reformular su política exterior -añadiendo al «carro de la compra» la conformación de una verdadera diplomacia europea- y definir con claridad, tras la salida de los británicos del club europeo, las relaciones con los Estados Unidos y también con Rusia, que no deberían estar condicionadas con el vínculo transatlántico que mantenemos con nuestro potente aliado al otro océano, sino por una visión más regional y continental en clave europea. Los rusos son nuestros vecinos y punto, algo que nunca cambiará porque así lo dicta la tozuda geografía. Una política de mejor vecindad, que pasaría por una mayor comprensión de los intereses geoestratégicos y geopolíticos de Moscú, aliviaría las tensiones regionales y reconduciría por el terreno diplomático las crisis no cerradas de Georgia, Moldavia y Ucrania, al tiempo que atenuaría las suspicacias de Rusia con respecto a sus vecinos hoy integrados en la OTAN.

Otro de los grandes retos tiene que ver con la percepción más negativa que tienen los ciudadanos europeos con respecto a la UE, a la que perciben, ¡y con razón!, como un megaproyecto burocrático frío, arrollador y alejado totalmente de sus intereses nacionales. La «casta» política de Bruselas que dirige los destinos de millones de europeos, a la que Margaret Thatcher despreciaba públicamente, se ha convertido en una elite alejada de los destinos nacionales de los que proviene, excesivamente pagada y plagada de innumerables privilegios, una suerte de corte del despilfarro y el gasto desmedido que los ciudadanos perciben como totalmente ajena a los usos democráticos. O el gobierno europeo cambia en sus formas, obviando su estilo despóticas hacia los que considera sus «súbditos», o la UE acabará desapareciendo tarde o temprano.

La UE atraviesa la más grave crisis de su historia y ocurre, precisamente, en un momento clave en el panorama internacional, donde surgen nuevas amenazas, como los programas nucleares iraní y coreano o el auge del populismo autoritario en América Latina al estilo del régimen de Maduro. Por no hablar, de la crisis migratoria, que sume en el caos las fronteras de medio mundo y genera incertidumbre en nuestras sociedades, y de la permanente crisis de Oriente Medio, cuyas heridas supuran desde hace décadas. Europa no puede mirar hacia atrás, tiene que reinventarse y ser capaz de dar nuevas respuestas. ¿Seremos capaces de cambiar las cosas o nos sumiremos en un caos de impredecibles consecuencias?

4 COMENTARIOS

  1. la unión europea caerá como cayo el imperio Romano pero con una diferencia el imperio Romano cayo a lo largo de 1000 años desde su cúspide y la unión europea no llegara ni a los cien años de existencia y su caída sera muy rápida nos gobiernan unos inútiles excesivamente retribuidos que viven fuera de la realidad como bien dice el articulo no puede haber una verdadera unión si tan siquiera tiene un ejercito común que descienda las fronteras de estos estados unidos de Europa ni a sus ciudadanos que no vasallos esto esta por explotar su lo que otro país diga adiós y el engendro que es esta des unión europea caerá como fichas de domino

  2. La UE se convirtió con la creación del euro, en un gran banco sin otro proyecto que hacer ganar dinero a los banqueros obviando los intereses de los ciudadanos de cada pais, y todos están de acuerdo que pagan muchos impuestos para nada bueno si para alimentar a las bocas mas ricas del continente.

    Poner en manos de Juncker la Comisión, o poner esa misma UE en manos de Merckel y Zarkosy (Acuerdo que promovió el hundimiento económico de los PIGSS) que miran intereses personales, luego los de sus estados, y por último de los demás estados da lugar a que nadie se fie de Alemania o Francia.

    ¿Como se arregla un castillo de arena? Destruyéndolo y volviendo a construirlo.

  3. No olvidemos la JUR y su nefasta actuación con respecto al Popular.
    Asco, errores, incompetencia, favoritismo, prevaricación y absoluto desprecio a
    los accionistas del Banco Popular. La banca siempre gana, pero Europa perderá.

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