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El Ejército atribuye a un «efecto óptico» la bandera republicana del 12-O

El incidente de la Patrulla Águila se produce cuando una encuesta da una clara ventaja a los republicanos sobre los monárquicos en un hipotético referéndum

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análisis

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Hay runrún en el Ejército por la supuesta bandera republicana que la Patrulla Águila dibujó en el cielo de Madrid durante el desfile del 12 de octubre. ¿Fue una estela morada aquello que todo el mundo vio por un instante o solo un efecto óptico, una ilusión, un espejismo de utópica República sufrido por aquellos que están hartos de una monarquía carcomida de escándalos? Hacía falta estar ciego para no ver cómo aquella franja más morada que una manifestación en el Día de la Mujer se prefiguraba inquietantemente en el firmamento como presagio funesto para monárquicos y furibundos ultraderechistas, esos mismos que, allá abajo, frente al palco de autoridades, se desgañitaban, se desgarraban la garganta y se quedaban afónicos gritando aquello de “Sánchez okupa”.

Si hace dos años fue un paracaidista el que casi se rompe la crisma contra una farola, para estupor del público ultra amante de los desfiles militares, esta vez el mal augurio ha venido de un suceso alquímico paranormal. Con el fin de evitar suspicacias y rumores de sabotaje antimonárquico, el Ministerio de Defensa se apresuró a aclarar que no se trató de ningún error ni sabotaje, ya que los depósitos de los aviones estaban bien cargados con los colores rojo y amarillo de la enseña nacional, de manera que de los reactores nunca pudo salir una estela de color morado. Por su parte, el Ejército atribuyó el incidente, sin duda, a un extraño fenómeno visual, una explicación esotérica que no encaja, salvo que el público asistente en el Paseo de la Castellana (y había unos cuantos miles) fuera daltónico.

Todo el mundo allí presente vio lo que vio, que aquel chorraco de humo subversivo que emergía de los depósitos del avión no era el clásico color rojo españolazo de la rojigualda, sino más bien tirando a sospechoso violáceo, de modo que en el Estado Mayor han saltado todas las señales de alarma, se ha abierto una investigación y pueden rodar cabezas, la primera, por torpe, la del pintor del cuartel especializado en la mezcla de colores y brocha gorda. También corre el rumor de que el incidente pudo ser deliberadamente provocado, de modo que no se descarta que haya un topo o cromático saboteador que planeó aguarle la fiesta a las patrióticas fuerzas vivas de este país. De momento, Pablo Iglesias ha descartado que sea el infiltrado y se ha tomado el asunto a guasa en Twitter. A fin de cuentas toda bandera se fabrica con humo, con mucho humo que intoxica y anestesia al personal.

El incidente, que ha pasado casi desapercibido para los tertulianos televisivos y para la prensa matutina de hoy (y eso que cada día nace un periódico nuevo), no es baladí. La supuesta bandera republicana volvió a planear sobre Madrid en un momento especialmente trascendental, precisamente cuando una encuesta de la Plataforma de Medios Independientes publicaba que más del 39 por ciento de los españoles apoyaría la República en un hipotético referéndum frente a un 31 por ciento que seguiría apostando por la Monarquía.

A menudo se piensa que la democracia es un juego político en igualdad de condiciones entre clases sociales. Nada más lejos. La democracia es la lucha entre los de arriba –las jerarquías sociales y élites económicas obsesionadas con conservar sus privilegios– y los de abajo, que tratan de conquistar el poder por vías pacíficas para instaurar un sistema algo más justo. Desde ese punto de vista, la democracia contemporánea es una metáfora de la revolución imposible, ya que todo está atado y bien atado, el poder siempre lo ostentan los mismos y a los parias de la famélica legión solo les queda el recurso a la manifestación, a la pataleta, a la protesta y a sabotear algún acto oficial arrojándole huevos podridos al político corrupto o cacique de turno.

Esta vez no ha sido un huevo podrido lo que ha caído del cielo, sino una fina lluvia morada que ha podido ser removida en los hangares de San Javier, base oficial de la Patrulla Águila, por algún republicano cachondo harto de un país en manos de un Pablo Casado que se autoproclama presidente a todas horas, en plan golpista Juan Guaidó, y que deslegitima al Gobierno socialista salido de las urnas. En esta España donde la derecha controla la Justicia absolutamente, donde se torpedea cualquier tipo de reforma o avance social y donde el rey emérito se va de rositas por una bula fiscal pese a haber sido cazado en varios delitos económicos, al sufrido disidente político solo le queda meterse en un aeródromo del Ejército, llenar el depósito de un caza con una lata de combustible morado y rociar Madrid con una vivificante lluvia de republicanismo.

Si fue Azaña quien dijo aquello de que no quería ser presidente de una República de asesinos, los republicanos frustrados de hoy no quieren ser súbditos de una democracia financiera de señoritos que se lo llevan crudo a paraísos fiscales y que resulta ser una estafa para el pueblo llano. Aquí nos roban con el tarifazo de la luz, con los precios astronómicos de los alquileres, con las comisiones de los bancos, con el atraco de las grandes tecnológicas que no pagan impuestos, con el tocomocho veraniego del IRPF (es falso que Hacienda seamos todos, algunos listos no han hecho una sola declaración en toda su vida) y con una Justicia de cartón piedra que castiga al robagallinas y premia al ladrón de guante blanco. Cuarenta años después de la Transición, cuatro décadas después de que se instaurara el régimen canovista/borbónico y el turnismo de partidos fracasado secularmente, ya vamos viendo que esto es el cambalache de siempre y que ni siquiera nos dejan votar si queremos una monarquía o una república. Solo nos queda el heroico camarada burlón que se cuela en el cuartel para sabotear un avión y darle un alegre toque morado revolucionario al gris, mortecino y plúmbeo cielo de Madrid.

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