sábado, 27abril, 2024
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El discurso de Felipe VI llega tarde tras semanas de sufrimiento de todo un pueblo

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análisis

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Felipe VI comparece hoy ante la nación en medio del caos general provocado por la pandemia terrible del coronavirus. El discurso llega tarde (el primer caso en España fue oficialmente confirmado el 31 de enero en la isla de La Gomera) y en medio del turbio asunto de los testaferros suizos, del que Diario16 ha venido informando en exclusiva, cada día y puntualmente desde hace semanas, mucho antes de que estallara el escándalo monumental del que ahora sí, por fin, habla toda la prensa española y mundial.

Pero no es el momento de pasar facturas. El país se encuentra inmerso en la peor pesadilla desde el final de la Guerra Civil y lo que toca ahora es colaborar y ayudar en todo lo que se pueda, trabajar solidariamente y cumplir con las estrictas normas del estado de alarma. Tiempo habrá de valorar el daño que los supuestos negocios opacos de Juan Carlos I han ocasionado a este país y de depurar las responsabilidades oportunas en vía parlamentaria y judicial. Tras la declaración de renuncia de Felipe VI a la herencia maldita de su padre, y su desvinculación expresa respecto a las empresas que supuestamente sirvieron de tapadera para canalizar el dinero negro del rey emérito, la sacrosanta inviolabilidad consagrada en la Constitución Española ya no puede servir de escudo para la impunidad. Es preciso levantar las alfombras de palacio, fumigar el virus de la corrupción y abrir las ventanas para que entre el aire fresco. Una democracia es ante todo imperio de la ley, luz y taquígrafos, y nadie, ni siquiera un gobernante, puede estar por encima del bien y del mal. Pero todo eso debe quedar para después. Ahora el único objetivo de los españoles es vencer la terrible pandemia que estamos sufriendo, que se ha cobrado ya más de 11.800 contagiados −el segundo dato más alto de Europa, solo por detrás de Italia−, y 535 fallecidos. Estamos en guerra contra un enemigo invisible que puede causar un efecto devastador en nuestra sociedad, tan brutal como un conflicto armado.

El discurso del rey Felipe de esta noche será el más triste de su reinado, mucho más que aquel que pronunció en medio de la crisis catalana y con el que trató de emular al que dio su padre el 23F. Con el mundo entero desmoronándose por una plaga voraz que amenaza a la especie humana, con millones de españoles desmoralizados, aterrorizados y encerrados en sus casas y con el pesar de haber repudiado públicamente a su propio padre por el bien del país y de la Corona, cabe preguntarse qué mensaje puede transmitir hoy a su pueblo. La primera pregunta que habría que hacerse es por qué no ha salido antes en televisión para escenificar la fortaleza del Estado frente a los estragos de la pandemia. La sensación que han tenido los españoles durante todas estas semanas es que su líder supremo, su jefe de Estado, no estaba ni se le esperaba. La sospecha de los ciudadanos es que ese pilar fundamental del sistema había quedado vacante y toda la responsabilidad en la gestión de la crisis recaía en las espaldas de Pedro Sánchez, que podrá haber estado más o menos acertado en sus medidas, pero ha dado la cara a diario y ha estado minuto a minuto al lado del pueblo. “Este país va a resistir al virus; tenemos que doblegar la curva; vamos a levantarnos y a dar un ejemplo de unidad, de lucha colectiva y de grandeza social”, ha dicho hace unos minutos en el Congreso de los Diputados. En momentos de terror y angustia para una nación, las palabras de un líder son la vacuna moral, el antídoto social necesario para conducir a la sociedad hacia la luz en medio de las tinieblas. Infundir valor a los ciudadanos, mantener la moral alta, transmitir seguridad y confianza, aparentar si cabe que todo está controlado y coordinado en medio del Apocalipsis, aunque no sea del todo cierto, es lo más importante para evitar que se imponga el caos, la desesperación y la psicosis colectiva. Todo eso no lo ha hecho hasta ahora Felipe VI y él sabrá por qué.

Un rey no debería confundir la neutralidad política institucional con la pasividad, la ausencia o el papel de intrascendente secundario. Felipe debería haberse remangado, haberle echado valor y haberse puesto al frente del gabinete de crisis, al servicio del pueblo. Una visita a un hospital con las debidas garantías para su seguridad, ofreciendo apoyo y aliento a los profesionales sanitarios y consuelo a las víctimas de la peste y sus familiares, se antojaba imprescindible. Sin embargo, no lo ha hecho hasta ahora. Ha decidido quedarse en la sombra, recluido en Zarzuela, como un personaje gris condecorado de medallas inservibles que no sabemos muy bien qué demonios pinta ya en esta historia. No es momento de pasar facturas, eso queda claro. Pero Felipe ha perdido una nueva oportunidad de hacerse necesario, de sufrir con su pueblo. Ya van demasiados momentos cruciales malgastados. Lo que diga esta noche no pasará de una mera declaración institucional, fría, burocrática, que no ayudará demasiado. Ni siquiera aclarará el tremendo embrollo de testaferros, cuentas opacas, paraísos fiscales y sociedades offshore en el que anda metida la Casa Real. Sus palabras van a sonar vacías, huecas, impostadas. Una tibia y edulcorada sintonía de fondo mientras el pueblo sufre en los pasillos de los hospitales y en sus casas, entre ataques de tos, fiebres altas y paranoias. Un gélido hilo musical chill out de hospital que nadie va a escuchar.

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