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“El día que muere una madre cambia el mundo”

El onubense J. Ele Carrí presenta su primera novela, ‘El día que murió mamá’, una emocionante inmersión autobiográfica escrita con valentía y sólido pulso narrativo

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análisis

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Este escritor y productor musical onubense durante más de dos décadas decidió dar el salto hacia la literatura con mayúsculas sin red y sin temor alguno al fracaso, aun siendo plenamente consciente del proceloso mundo en el que se metía, el de la narrativa de ficción, posiblemente con más tiburones que los que ya se cruzó en la jungla de la música. Su primera novela, El día que murió mamá, la llevaba muy dentro desde hace mucho tiempo, pero llegó el día de ponerla negro sobre blanco, y el resultado es un emotivo retrato social con claros tintes autobiográficos que no deja espacio para la autoindulgencia ni la vanidad vacua. “Me gusta que el libro que leo me zarandee con tanta fuerza que, una vez concluida su lectura, no me deje ser el mismo”, afirma en esta entrevista. Dicho y hecho.

Su pasión por la literatura le viene de lejos. ¿Por qué precisamente ahora esta primera novela?

Esta novela lleva conmigo muchos años, solo me faltaba escribirla. En marzo de 2019 estrenaba un musical donde trabajaba junto a 28 personas más. Llevábamos muchos meses luchando para poder llegar al día del estreno en las mejores condiciones posibles, pero justo cuando anunciamos la obra en los carteles, comenzaron las restricciones por todos conocidas que poco más tarde nos llevaron al confinamiento absoluto que hemos sufrido y la resaca cultural que nos sigue golpeando. Aquello fue un mazazo en toda regla, aun así, hurgué hasta encontrar un pequeño halo de luz al que poder dirigirme. El día que murió mamá necesitaba ser gestada. Y entendí ahí que la espera había concluido.

¿Qué pasó ese día concreto, el día que murió mamá?

El día que muere una madre cambia el mundo. Y hay hijos que pierden el rumbo. Con esto, no digo que perder o cambiar el rumbo en la vida tenga que ser necesariamente algo negativo. Aventurarse en la vida es crecer, pero no todo el mundo sobrevive a esa aventura.

La portada de su libro es impactante: el título va impreso sobre una raya de cocaína. Mayor simbología imposible…

Una raya de cocaína que tacha El día que murió. Muy simbólica a mi entender, sí. Todo sobre un papel arrugado donde un niño comenzó a pintar un mar azul e infinito como sus sueños.

“Aventurarse en la vida es crecer, pero no todo el mundo sobrevive a esa aventura”

Asegura que la inspiración de esta su primera novela la halló en un hecho real. La realidad como pozo sin fondo para las mejores ficciones, una regla de oro que nunca falla, ¿no cree?

La realidad es a veces insuperable. Por eso no hace falta más que contarla bien, con sinceridad, sin miedos, como si nadie fuera a leerla.

Usted procede del mundo discográfico y un buen día decide dar el salto al proceloso mundo de la literatura. ¿Son en las letras los tiburones tan devoradores como en los ambientes musicales de donde proviene?

Todos sabemos cómo es el mar en el que nos bañamos, pero no por eso debemos privarnos de disfrutar de él. Es evidente que los que navegan en trasatlántico, tienen más posibilidades de llegar al puerto elegido, aun así, insisto, no quería perderme este maravilloso paseo que mi barquilla me re- gala. Al principio, sabiendo que zarpaba solo, confieso que partí asustado, pero cada vez son más los lectores que me piden que no deje de bogar. Así que, por ellos y por mí, he de seguir la travesía iniciada, salvando tiburones y grandes navíos.

Su novela no deja indiferente a nadie que la lea. ¿Tiene espíritu de provocador nato o es algo de lo que no es consciente cuando lo plasma en su libro?

Cada libro tiene su lector y cada lector tiene su libro. Todos los libros son imprescindibles. Todos. Ahora bien, yo como lector, demando una lectura concreta. Y esa es la que escribo. Intento escribir aquello que me gustaría leer. Y a mí me gusta que el libro que leo me zarandee con tanta fuerza que, una vez concluida su lectura, no me deje ser el mismo. ¿Provocador nato? Pues no lo sé, tendré que seguir escribiendo.

En El día que murió mamá recorre en paralelo dos siglos diferentes a través de dos tramas diferenciadas. Pero ambas van ensambladas por ese deseo irrefrenable del ser humano de ver cumplidos sus sueños y anhelos. ¿Así que pasen mil años las frustraciones y aspiraciones del ser humano siempre serán las mismas?

Sí, aunque el ser humano ni se entere. La sociedad, esta corriente de vida que nos arrastra, nos lleva donde quiere llevarnos. Considero que es un hecho. No obstante, los verdaderos anhelos del hombre permanecen in- tactos en cada uno de nosotros. Cada vez más emborronados, cada vez más ocultos, cada vez más perdidos, sí, pero están ahí y lo estarán siempre. No reconocerlos, disfrazarlos, o mirar a otro lado, es fácil, pero que no quepa duda, son los mismos, siguen y seguirán dentro del hombre.

Pero sobre todo, la impresión primera que rezuma de la lectura en su totalidad es su crudeza, el mensaje sin aditamentos, a pecho descubierto. ¿Se ha desnudado por completo al escribirla y se ha sentido en cierto modo liberado?

No entiendo la escritura desde otra postura. No escribo para contarle nada a mis lectores, lo hago para explicarme a mí mismo las cosas que no entiendo. Por eso necesito hacerlo sin aditamentos, golpearme a veces con espinas, acariciarme otras con flores. Es un ejercicio de puro egoísmo el mío. Pero como esos anhelos, aspiraciones y dudas del hombre siempre son las mismas, lo que yo me escribo, mis lectores lo hacen suyo. Siempre escribo desnudo, escribo como si nadie fuera a leerme jamás.

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