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El Congreso de los Diputados rinde homenaje a Manuel Azaña

Vox critica el acto y lo califica de ataque contra la Corona

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análisis

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El Congreso de los Diputados rinde homenaje hoy a Manuel Azaña en el octogésimo aniversario de su muerte. Sin duda, será otra buena oportunidad para que los demócratas de pedigrí, los de verdad, los que viven la democracia con coherencia y están concienciados con su significado (no los fantoches de medio pelo o los lobos disfrazados con piel de cordero) escenifiquen su unidad frente al neofranquismo emergente. En el acto se proyectará un vídeo que recuerda la trayectoria política del que fuera presidente de la Segunda República y el austero homenaje concluirá con la interpretación al piano de una pieza musical. Eso es todo. Sin fuegos artificiales ni salvas de honor. Un documental y unos cuantos acordes silenciosos de piano para rendir memoria al que fue nuestro más grande estadista e intelectual de la política, un hombre llamado a grandes cosas que tuvo el infortunio de cruzarse con una guerra. Azaña merece más, mucho más, para empezar un funeral de Estado con todos los honores que nunca tendrá porque la sombra del dictador es alargada y porque sigue habiendo miedo, mucho miedo, no vaya a ser que la concordia se vea amenazada, las heridas se reabran y bla, bla, bla…

Nuestra democracia tiene una deuda pendiente con don Manuel, pero los tiempos no están para alardes republicanos. Así que los actos serán austeros e íntimos para no soliviantar a los skinheads y neonazis, que luego les da por romper los escaparates de Zara al grito de “libertad”. Aquí, por mucha ley de memoria histórica que se promulgue, seguimos guardando una especie de complejo freudiano, un miedo reverencial y una reticencia incomprensible a recuperar a los grandes personajes que marcaron una época. Además, conviene no olvidar que en la propia Cámara Baja ya hay un busto del presidente Azaña que puede ser fusilado al amanecer a brochazos de pintura roja, como ocurre con la escultura de Largo Caballero, al que ahora los vándalos le dan el “paseo” cada mañana. Así que mejor no provocar a los nostálgicos.

De momento, tal como era de prever, el portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, ya ha considerado “muy inoportuno” el homenaje. “No es más que un ataque a la Corona alineado con los ataques del Gobierno al monarca y al sistema del 78”, ha denunciado. Así es Espinosa, un tipo al que a menudo se le llena la boca de Constitución pero a quien le entra una urticaria aguda cuando se le habla de un personaje universal como fue Azaña. Espinosa es otro que tiene una idea muy distorsionada de lo que es la democracia. Tal como demostró en el pasado debate de moción de censura impulsada por el jefe Abascal, el portavoz verde cree que el Parlamento debe ser una especie de salón de banquetes para bodas, bautizos y comuniones, un club selecto y exclusivo donde se reparten pines, placas conmemorativas, insignias de oro y brillantes y medallas de honor solo a los militantes del partido neofalangista. En aquella intervención parlamentaria patética, a Espinosa solo le faltó sacar los bocadillos de calamares y las botas de vino para que rularan entre sus señorías de la bancada ultra. Esa es la idea patrimonialista y tabernaria de las Cortes, sagrado templo de la democracia, que tiene la extrema derecha española “trumpista” de nuevo cuño.

En España ni los “hunos” ni “hotros” han entendido a Azaña, gran símbolo del socialismo útil y racional. Por un lado, la izquierda radical se ha olvidado de él por haber perdido la guerra y por tibio. Por otro, la derecha supuestamente moderada y cuerda, como no se atreve a reivindicar los ideales republicanos (nadie entiende muy bien por qué, ya que de toda la vida ha habido republicanos de derechas y de izquierdas) también lo ningunea. En todo caso, alguno lo ha robado para apropiárselo y sacarle el jugo del morbo, como el viperino Jiménez Losantos, que ha ganado premios literarios (y una buena pasta) a costa de Don Manuel. Finalmente, la extrema derecha lo odia tanto que pretende exiliarlo de la historia y enterrarlo de nuevo.

A Azaña no lo han comprendido ni como estadista, ni como político, ni como escritor (quizá por demasiado avanzado a su época, por demasiado ilustrado, por filosófico, ateo o franchute) y por eso cada homenaje que sirva para recuperar su inmensa figura será una batalla ganada, no ya contra la intransigencia fascista, sino contra la injusticia y la incultura de un pueblo como el español que olvida las lecciones de sus mentes más preclaras.

La literatura española del siglo XX tiene dos grandes cabezas: la poética y emocional de Machado y la racional y lógica de don Manuel. Ambos dos son carne de cañón para las pintadas de los bárbaros. Por eso hacen bien las fuerzas democráticas en homenajear al célebre estadista de Alcalá de Henares. Mostrar debilidad o respeto ante el fascismo es el primer paso para claudicar ante él y aunque el homenaje se vaya a despachar en apenas cinco minutos con un vídeo aburrido y un par de sonatas al piano en la oquedad del Salón de los Pasos Perdidos, no hay iniciativa más necesaria e higiénica que esta. Los demócratas de bien no deben permitir que una figura tan inmensa, nuestro Churchill perdedor, caiga en manos del enemigo ni quede en poder de los delirantes revisionistas de la historia, que terminarán convirtiéndolo en un monárquico o en el carnicero de alguna checa o gulag (cosa que no fue nunca) como pretende hacer Ortega Smith con las Trece Rosas o el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, con Largo Caballero. Por eso, cuantos más homenajes mejor. Aunque sean discretos, en la intimidad, como con vergüenza y sin molestar demasiado a la bestia parda. No vaya a ser que se despierte.

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