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El bolsonarismo acaba enloqueciendo a las masas

Manifestantes de Jair Bolsonaro se congregan en las calles para pedirle a los marcianos que bajen a la Tierra y les salven de Lula da Silva

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análisis

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Los bolsonaristas están dispuestos a hacer cualquier cosa para arrebatarle la legítima victoria a Lula Da Silva en las pasadas elecciones brasileñas. Tanto es así que incluso han organizado manifestaciones callejeras para comunicarse con los extraterrestres y pedirles que les libre del monstruoso líder comunista. Las imágenes ponen los pelos de punta. Gente hecha y derecha, adultos que hace tiempo dejaron atrás los cuentos de la infancia, colocándose el teléfono móvil en la cabeza y lanzando ráfagas al firmamento, donde supuestamente los alienígenas escuchan sus plegarias. Ya sabíamos que el bolsonarismo era una extraña combinación de fascismo posmoderno, religiosidad reaccionaria, fanatismo anticientífico, negacionismo del cambio climático y friquismo al ritmo de samba, pero lo de invocar a los habitantes de otros planetas para que vengan y acaben con el presidente izquierdista supera el guion más disparatado del mejor escritor de ciencia ficción.

Desde que se celebraron los comicios, los seguidores del Partido Liberal (PL) siguen sin aceptar su derrota. A tal fin, lo han intentado todo. Han sacado a los feroces camioneros a la calle con el propósito de paralizar el país; han acampado a las puertas de los cuarteles exigiendo a los militares que intervengan dando un golpe de Estado e impidiendo la investidura de Lula; e incluso han impugnado resultados en distritos electorales clave. Ayer mismo, el PL pidió a las autoridades estatales competentes la nulidad de todo el proceso electoral. Lo que no han podido conseguir en las urnas, pretenden lograrlo por la vía de la fuerza o en los despachos. Trumpismo en estado puro. Obviamente, detrás de todas estas maniobras no podía haber nadie más que Jair Bolsonaro, que en las últimas horas ha presentado un escrito al Gobierno en el que denuncia “inconformidades irreparables” en las máquinas de votación con el potencial de “manchar” la elección en la que resultó ganador “el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva”, según informa CNN Brasil.

Los analistas políticos y la prensa del país dan escasas probabilidades de que los recursos del exmandatario ultraderechista prosperen. De ahí que sus correligionarios y fieles adeptos (el bolsonarismo, más que un movimiento político, es una secta) se hayan echado a las calles de Brasil para hacer todo lo posible y consumar el golpe, incluido pedir socorro a los hombrecillos verdes del espacio. No vemos nosotros a los bondadosos extraterrestres de Encuentros en la Tercera Fase, o al mismo E.T., tomando partido por toda esta gente fanatizada y algo ida de la azotea. Si algo nos enseñó la inmensa película de Spielberg es que los seres de otros mundos son buena gente que predican el amor, la fraternidad y la paz universal en todo el cosmos. Y no es esa la filosofía que vende el estilo Trump. Al contrario, estamos ante un movimiento pseudofascista, racista, homófobo y machista capaz de cualquier cosa, incluso de recurrir a la violencia, para recuperar el poder. Más bien podría ocurrir que los mensajes telefónicos de los populistas brasileños llegaran por azar a marcianos de otro tipo, como los de Ultimátum a la Tierra (el clasicazo de Robert Wise, no el film de Keanu Reeves, que es un truño), y decidieran intervenir para arrasarlo todo al comprobar que el nacionalismo contemporáneo es la consumación y la prueba definitiva del nivel de degradación y burricie en el que ha caído la especie humana. Ni el alienígena más dotado de paciencia, del espíritu zen y del poder de la fuerza podría soportar un contacto directo con los marcianos de aquí, con los marcianos terrícolas que los superan en todo, con esta recua salida de algún lugar de aquella caverna en la que Stanley Kubrick hizo chapotear a sus simios al comienzo de 2001, una odisea espacial. Uno cree que si los visitantes de La guerra de los mundos, la novela de H.G. Welles, captaran la señal de estos tipos vestidos con camisetas amarillas sudadas con el nombre de Neymar grabado en la espalda, saldrían corriendo en lugar de intentar colonizarnos, abducirnos y beberse nuestra sangre.

En el siglo XXI la política ha llegado a un punto de imbecilidad de no retorno. Puede que esta crisis tenga algo que ver con la infantilización y la frivolidad que nos ha traído la posmodernidad; puede que todo obedezca a la decadencia de Occidente de la que alertaba Spengler o a que el sistema capitalista, gran contagiador de la neurosis colectiva, ha terminado por achicharrarle las neuronas a la gente; o quizá todo sea más sencillo y movimientos ultras como el bolsonarismo no sean más que la consecuencia lógica de que alguien le ha echado algo al agua para tener controladas a las masas. Quién sabe. En cualquier caso, no nos pongamos nosotros también a elucubrar teorías conspiranoicas o acabaremos como ellos, abducidos, majaras, metidos en QAnon hasta las cachas y más para allá que para acá. Ya llevamos muchos años estudiando y analizando el fenómeno facha que se extiende como una gran multinacional por los cinco continentes y la única conclusión seria a la que podemos llegar es que no hay un Dios que entienda de dónde ha salido toda esta gente y qué demonios ha pasado por sus cabezas para terminar abrazando el nazismo propio de otro siglo y hablando con seres de otras galaxias que solo existen en sus mentes desnortadas. Sinceramente, uno cree que si los marcianos captan la señal de los brasileños hitlerianos y bajan a la Tierra para encontrarse con estos negacionistas de gorrillos plateados y matasuegras en la boca, se llevan un susto de tal calibre que se dan media vuelta, se vuelven para la nave espacial y con las mismas salen cagando leches para Marte, espantados y al grito de “¡mi casaaaaa!” Seguro que Ayuso, nuestra bolsonarista hispana particular siempre atenta a las nuevas modas y tendencias ultras, ya está pensando en hacer una quedada ufológica con los suyos, en la Sierra Madrileña, para pedirle a los aliens que nos libren de Pedro Sánchez. Mejor no le demos ideas.

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