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Donde hay razones no cabe el insulto

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análisis

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Cada vez es más frecuente observar debates absolutamente carentes de argumentación, de fondo. El insulto, el buscar el descrédito de la persona en lugar de tratar de razonar y disentir desde el respeto, se instala cada vez con más fuerza.

No es posible sacar conclusiones constructivas cuando se ataca sistemáticamente al «adversario». Y a veces, por desgracia, nos perdemos en el humo de los fuegos de artificio en lugar de buscar el camino para salvar los puntos de encuentro.

En mi experiencia, muy corta comparada con la de otros, he aprendido que atacar al que tienes frente a tí con el insulto más o menos fácil, puede generar un aplauso sonoro, pero en realidad, no significa nada. Nada más que alentar comportamientos lejanos a lo que falta hace, que es entenderse, empatizar y disentir con educación.

Esta reflexión la hago, con dolor por la amistad vivida, respecto al comportamiento del Profesor Cotarelo. Que ha criticado «la falta de educación» de una presentadora de televisión, Cristina Puig, atacándola públicamente y señalando su poca profesionalidad y su falta de capacidad. Insisto en que, señalar a alguien por comportarse «sin educación» para, a continuación, verter ataques personales, y compartir faltas de respeto de terceras personas, me resulta incoherente. No se puede exigir educación cuando uno no la practica.

He admirado y admiro la capacidad, maravillosa capacidad, del Profesor Cotarelo para hacer análisis políticos. Desde hace muchos años. Como también, de manera directamente proporcional, me ha sorprendido su capacidad para generar enemigos, demonizar a quienes hacía poco aplaudía y ensalzaba y no asumir, en lo más mínimo, jamás, ninguna crítica hacia sí mismo. A pesar de ello, yo siempre consideré que una persona con la que has compartido momentos familiares, en reiteradas ocasiones y durante años, bien merece siempre un margen más amplio de respeto y confianza, por el cariño y por aquello de una lealtad entre amigos. Evidentemente esto es una cuestión mía, que no tiene por qué compartir él, por supuesto.

Ramón lleva tiempo en la deriva del ataque, directo y frontal empleando para ello todo tipo de calificativos hacia quienes él considera que deben ser criticados. Está en su perfecto derecho, por supuesto. Lo viene haciendo desde que le conozco y en este sentido, para mí no es nuevo que alguien pase del cielo al infierno según el criterio del Profesor, siempre respetable. Del elogio al insulto sin muchos miramientos. Es la verdad incontestable de Ramón.

Enfadado estaba porque ha sufrido una campaña de silenciamiento evidente. Y tenía razón. Muchos le hemos defendido ante ataques injustificables contra su persona. Yo, que jamás he aplaudido ni alabado el insulto, y mucho menos la mentira y la difamación no he tenido problema jamás en colaborar, desde mis posibilidades, por echar una mano cuando he visto cómo se le han lanzado encima utilizando mentiras.

Del mismo modo que he celebrado que su silenciamiento se rompiera el pasado viernes, al ser invitado al FAQS, donde participó en un interesante debate.

Su posición fue aplaudida, porque es habitual en él esgrimir argumentos con una claridad excelente y tener un perfecto dominio de los hechos, datos y razones para defender sus puntos de vista. Incluso en otra lengua, Ramón sigue siendo una persona que es interesante escuchar.

Sin embargo, entre el fulgor de los aplausos por su incisiva intervención, a través de las redes sociales, que suelen ser su trinchera, apareció para criticar duramente a la presentadora del programa. Nada tengo que decir sobre los cuestionamientos a un profesional, salvo cuando entran en el terreno del ataque personal, del menosprecio y que abren la puerta a un acoso descarnado y a una consecución de insultos que me parece inadmisible. Y no sólo por abrir la puerta, sino por mantenerlo y promoverlo compartiendo las gruesas palabras de terceras personas que son únicamente ataques personales hacia, en este caso, Cristina Puig.

Decir que «la mala educación de esta chica es inversamente proporcional a su profesionalidad y a su capacidad mental» me resulta un comentario execrable. Evidentemente, criticar la profesionalidad de alguien puede hacerse sin tener que ofender ni referirse a «la capacidad mental». Y por este motivo, me pronuncié públicamente, aunque si bien es cierto, no hice referencia al Profesor ni a su tuit, por evitar aumentar el asunto. Fue un error, porque al no dejar claro a lo que me estaba refiriendo, hubo quien pensó que me movía un corporativismo por el cual, yo defendía a Cristina por encima de todo, ante cualquier crítica. Y no, no era el caso. A mi lo que me dolió fue el comentario de la «capacidad mental».

Como era de esperar, poco ha tardado el Profesor en venir a por mi, en señalarme y en comenzar a compartir comentarios que me atacan, sin sentido, pero que pretenden desacreditarme, de manera ofensiva. Sin más argumento que el ataque personal. Ha tenido a bien lanzar la manzana de la discordia, señalándome por defender a Cristina, movida -según él- por el corporativismo «y el interés personal».

Lamento sinceramente que la enorme capacidad mental, intelectual, y de todo tipo que se quiera poner de manifiesto del Señor Cotarelo no le permita ver que lo que a mi me molesta es el insulto que practica. Su opinión sobre la profesionalidad, sobre la política, sobre lo que quiera, la respetaré y tendré siempre muy en cuenta, pero jamás cuando entre en el fango del insulto, en la desacreditación personal y en la descalificación ad hominem.

Y sí, me parece un comentario insultante y machista. Porque a las mujeres siempre se les insulta de la misma manera: incapacidad intelectual, o interés oculto. Son los dos factores que suelen enarbolar quienes quieren atacar a las mujeres que ostentan responsabilidades o lugares públicos. Porque está claro que quienes recurren a este tipo de descalificaciones viven subidos en atalayas a las que pocos pueden subir, y desde allí, desde la cúspide de la sabiduría se devora sin sutilezas a cualquiera que no baile a su son.

Disentir con el profesor es lo que tiene. Siempre ha sido así. Pasaré a la hoguera, una más. Pero jamás aplaudiré los linchamientos públicos con insultos contra nadie.

Podrá uno estar cargado de argumentos, pero en las formas en los que uno los expone puede perder la razón. Y es que, donde hay razones, no caben los insultos.

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