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Polémica por la serie televisiva 'El juego del calamar' que emite estos días la plataforma Netflix

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análisis

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La familiar serie televisiva El juego del calamar (en la plataforma Netflix) es lo más reaccionario que pueda verse, puesto que la vida no es un juego, y menos tan extremo (en la cinta, los protagonistas pueden ganar una millonada o perecer: es el todo o nada, trufado de gran violencia), y además, el paria de la tierra no necesita más presión psicológica, lo que necesita es un trabajo digno. Lo peor de todo no es que la vean los adultos (refuerza su alienación), sino que también la ven los menores de edad (sobre todo, púberes y preadolescentes).

Que como entretenimiento, el poder mediático nos cuele un producto fascistoide, es alarmante. Suena a distopía, a la vuelta de la esquina y haciendo la calle. Un breve inciso: recordemos que establecer relaciones sentimentales con seres dependientes (animales, niños, ancianos, discapacitados…), ante todo, nos humaniza. Sigamos; ahora, la guinda más cutre: “Los traductores españoles protestan por los ‘mediocres’ subtítulos de El juego del calamar, hechos por una máquina. La Asociación de Traducción y Adaptación Audiovisual de España (ATRAE) explica que una empresa intermediaria emplea una traducción automática para la serie coreana, que luego edita un humano [posedición se llama el proceso: post edición] ‘por menos de un tercio de su tarifa habitual” (Fuente: El País digital, 14-10-2021). Acabamos, pues, de comprobar que la tinta del calamar no es tinta china. A este paso, los productores de la serie harán realidad la ficción que pregonan: curritos en precario y desesperados, capaces de jugarse la vida. Ahí vamos, endeudándonos.

Ese mismo día 14 de octubre, en la Cadena SER, a las 08:04 h (yo me enteré al día siguiente): “Un hotel coreano convoca a 500 personas para la primera edición de El juego del calamar en versión real. El éxito internacional de la serie (111 millones de visualizaciones desde su estreno, el pasado 17 de septiembre) ha hecho que un hotel coreano, el St. John, situado en la región de Gangneung, anunciara, a través de su perfil en Instagram, la creación de una competición que se asemeja a la que arrasa en Netflix. Y no, los participantes no morirán una vez eliminados”. ¡Gracias, coño, os debemos la vida!

Ahora, veamos qué responde el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959) –estrella mediática y auténtico superventas–, en la entrevista con El País (domingo, 10 de octubre de 2021):

P. Según el filósofo [estadounidense] Fredric Jameson [de ideología marxista] es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. ¿Ha imaginado usted algún modo de postcapitalismo ahora que el sistema parece en decadencia?

R. El capitalismo corresponde realmente a las estructuras instintivas del hombre. Pero el hombre no es solo un ser instintivo. Tenemos que domar, civilizar y humanizar el capitalismo. Eso también es posible. La economía social de mercado [a veces, ligada a la democracia cristiana y otras muchas, a la socialdemocracia] es una demostración. Pero nuestra economía está entrando en una nueva época, la época de la sostenibilidad.

Ya lo creo: sostén, sostén, y también, sujetador. ¡Levantemos nuestras copas!

Si en Europa resurge la socialdemocracia (no olvidemos que fue la socialdemocracia la que ejecutó a Rosa de Luxemburgo el 15 de enero de 1919), y hasta el papa Francisco aboga por “un salario universal para cada persona y reducción de la jornada laboral”, también es cierto que el nazismo está cada vez más presente en nuestra sociedad. No nos engañemos: el neoliberalismo carece de rostro humano; es una sociedad privada. Y muere el monstruo o mueren los humanos. Frente a la urgente necesidad de un cambio radical, ¿la tibieza de ir introduciendo pequeños cambios? ¡Se apura el margen, se agota el tiempo; la globalización del capital todo lo arrasa! Y ya no es solo una cuestión ideológica o política, es, sobre todo, una cuestión de supervivencia de la especie y de salvación del planeta.

La publicidad nos pellizca el bolsillo para que sigamos consumiendo; la industria del audiovisual nos entretiene y evita que pensemos y las redes sociales permiten que nos desfoguemos y nos sintamos libres. ¿Quién da más…, más beneficio?

Acción política. O aceleramos los cambios ya o nos hacemos encima. ¡Eh, de doble capa!

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