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Desmoralización ejemplar

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Los diccionarios definen ejemplar como la calidad de lo que puede servir de ejemplo o modelo para otros. Pues bien, la asistencia a una entrega de premios del diario digital El Español el pasado 26 octubre no puede considerarse ejemplo para nadie. Tal conducta no es recomendable en tiempos de crisis sanitaria con grandes restricciones para la totalidad de los ciudadanos. Por eso asistimos estupefactos a lo que estaba ocurriendo.

Las reuniones del botellón son cutres, esta es elitista, pero en ambos casos, rechazables. La sociedad tiene que condenar tales actos, porque no se caracterizan por su moralidad. Moral es la conducta que no daña ni molesta a nadie y en esta última reunión es posible que se haya producido un daño, al menos era una ocasión para ello. Allí estaban presentes referentes importantes para la sociedad española, desde ministros del gobierno hasta políticos en activo, presidentes de comunidades autónomas, instituciones, empresarios y medios de comunicación.

El encuentro fue de 80 personas, distribuidas en mesas de seis comensales cada una, con separación y ocupación del 33%, cumpliendo con todas las normas. Se atuvieron estrictamente a lo que estaba permitido. No en vano se trataba del Casino de Madrid, que tiene precios caros y comida de calidad, pero nada abundante. Ahora bien, su ambientación es incomparable, todo impresiona por su exquisitez.

Por mi parte, no me opongo a la celebración de un evento que reconozca los méritos de personas merecedoras de un premio por lo que ha hecho o conseguido. Creo también que este es un año excepcional, por ello el acto tendría que haber sido contenido, breve y con limitación de invitados. Bastaría con los representantes de la institución que hace la entrega y una docena de personas relevantes, que convocaran el encuentro, y poco más. Ahora que estas actuaciones requieren boato y la mayor gloria para su éxito social.

Por lo dicho, creo adecuado lanzar algunas censuras. En primer lugar, a la organización que ha convocado el evento por haber carecido de la sobriedad necesaria en este caso. Con mucho menos de la mitad de invitados se podía haber celebrado. Incluso podría haber sido retrasado hasta una determinada fecha del año próximo, cuando los contagios estuvieran controlados. Y hasta podrían haber tenido el gran detalle de haber contribuido con el banco de alimentos con lo ahorrado en una celebración elemental por causa de las circunstancias.

En segundo lugar, a los ministros del gobierno asistentes. Se han difuminados tanto las identidades que parece que da vergüenza aparecer como lo que cada uno es. Un gobierno de izquierda coalicionada no puede servir a unas burguesías empresariales capitalistas. La socialdemocracia tiene que presentarse como otra cosa, con su propia identidad. Por eso, un par de representantes de la institución gubernamental habría sido suficiente. Y lo mejor sería no acudir a este tipo de actos, así no se desdibujarían los colores identitarios.

En tercer lugar, a los partidos políticos. Sería suficiente con que acudiera el presidente o presidenta de cada uno, o alguien en su lugar. Lo mismo pasaría con las Comunidades Autónomas. Otro tanto, con las representaciones empresariales. Con uno que fuera bastaría. Otras instituciones como la Alcaldía, Parlamento o Senado con una persona sería suficiente.

Por otra parte, al tratarse de una acción privada de un periódico, nadie debería sentirse obligado a asistir, pero ya se sabe que resulta imposible actuar así, porque siempre se espera que los medios agradezcan la presencia y actúen después en consecuencia.

Claro está que, si las cosas sucedieran como se ha descrito, la cultura ideológico-política de nuestros lares actuaría de forma independiente y ningún empresario del tipo que fuera ofrecería invitaciones en busca de los favores políticos, porque una cosa es la concepción de la política, entendida como servicio público, y otra la puramente privada y personal. Una está al servicio de sus votantes y otra al de sus clientes posibles. Esto sería mucho más diáfano y nunca se mezclarían las vertientes. Interesa seguir a un periódico por gustarme la información que ofrece, las opiniones que me trasmite y la valentía para tratar los asuntos que la realidad social plantea. Por eso me suscribo al mismo. En cambio, sigo a un partido por el programa de gobierno que ofrece y su capacidad de realizarlo, cuando tiene la mayoría de los votos emitidos, y es coherente con la identidad que se ha presentado previamente.

Cuando los gobernantes no actúan con coherencia y exigen una cosa a los ciudadanos, mientras ellos hacen otra, entonces solo puede venir la desmoralización de los mismos. Esto se traduce en una gran falta de confianza, empiezan a no creerlos por su incoherencia. Tampoco aceptan las propuestas, porque ellos son los primeros en no cumplirlas. Si les piden sacrificios para los tiempos tan duros que vienen, se rebelan, porque les parece que sólo saben imponerles el yugo, con el que ellos, por otra parte, no están dispuestos a cargar. Tienen la percepción de que no predican con el ejemplo, solo obligan a los débiles a obedecer. Sobre ellos se cierne una alternativa: obedecer pacientemente, pero desmoralizados, o responder violentamente incluso con rabia contenida. Así la división se hace presente y ya no responden colectivamente, contribuyendo juntos a superar los problemas. Entonces llega el caos y la tentación de buscar otros salvadores. Así se quiebra la masa para no paliar el hambre a los demás, sino, si acaso, de uno mismo, proclamándose el sálvese quien pueda.

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