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Desde mi butaca

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análisis

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Me presentaré: tengo 65 años, estoy jubilado por una minusvalía a un tanto por ciento  que me permite conservar la cabeza (y la mente) en su sitio original. No pertenezco a ningún partido político, aunque sí milité en su momento,en los momentos más duros del País Vasco. Acabada la época de penumbra, me caí del caballo, como Pablo, bueno, mejor dicho, me fueron achuchando hasta que dí con mis huesos en el suelo.

Pues bien, aunque reconozco que aquel episodio del de Tarso nunca lo he estudiado,  me quedé con la anécdota. Porque mi camino fue más sencillo: habiendo sido –desde el primer día, en 1974- un militante con la fea costumbre de decir lo que pienso; “qué error, qué inmenso error” (en palabras de Ricardo de la Cierva)  lejos de enseñarme la puerta para que me fuese con viento fresco, me dejaron caer (me ignoraron) y me fui. Supongo que esperaban un portazo peliculero al salir, pero hasta de eso se quedaron con las ganas.

Hoy sigo siendo militante, pero de la Transparencia. Por cierto, qué difícil es encontrar a alguien metido en política profesional a quien, aparte de llenársele la boca diciendo vaciedades y hasta pontificando sobre Transparencia, no se le encuentren fantasmas en el armario.

Hice llegar libritos sobre Transparencia a personas que viven a golpe de canutazo y de declaraciones habituales; también lo hice a gente que  me generaba respeto. No voy a mencionar ni enumerar a l@s destinatari@s, porque no me considero quién. El receptor lo sabe, y me basta.

Desde mi butaca, pretendo reflexionar para que las personas que accedan a mis pobres razonamientos empiecen a ser conscientes de las importantes consecuencias (y compromisos) que lleva aparejada la maniobra española de SOLICITUD que el Gobierno del entonces presidente del Gobierno Adolfo Suárez presentó en 1977, solicitando oficialmente la adhesión a la CEE (hoy Unión Europea). Hubo que esperar hasta ocho años después, cuando se firmó el Tratado de Adhesión en Madrid aunque la integración efectiva de España en la Comunidad Económica Europea hubo de esperar hasta el día 1 de enero de 1986.

Esta aspiración española se vio satisfecha, pues, ocho años después –el 12 de junio de 1985- con la firma del Tratado de Adhesión en Madrid y la integración efectiva en la Comunidad Económica el 1 de enero de 1986.

Desde 1986, obviamente, han sucedido una multitud de cosas: estamos hablando del transcurso de 35 años.

En la película de 1953 “Bienvenido, Mr. Marshall”Pepe Isbert (inolvidable su “como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación) quiere darla, pero el consabido concejal listillo y metomentodo le da la vuelta, y lo que   hubiese sido una noticia triste deviene en una pequeña juerga: los americanos iban a pasar de largo, y aquel pueblo ficticio se tendría que conformar con lo que ya tenían: adiós, pues, fortuna. Pero habría jarana.

Los primeros tiempos de Europa en España (y/o viceversa) fueron tiempos de recibir, no en balde necesitábamos modernizar infraestructuras: y fluyó la pasta, fluyeron las ayudas de Europa.

Cuando, por comparación simple con otros países que entraron más tarde, empezó a torcerse el morro de la gente porque, en vez de cobrar, deberíamos pagar o subvencionar a éstos?. Y los arreaburras de los medios  se preguntaban, ¿De qué?

Y de ahí fuimos, sin apenas solución de continuidad, transitando hacia el pasotismo normativo. A hacernos los remolones para incorporar leyes y decretos europeos.

Tiempo tendremos de ahondar en el pastizal que nos está costando esa suerte de rebeldía sin causa. De momento, que quede claro cómo saltarse determinados compromisos hace más de treinta (30) años no resulta barato aunque la mona se vista de seda.

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