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Derribemos el Camp Nou

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
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análisis

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El 24 de septiembre de 1957 se inauguraba el Camp Nou de Les Corts, un estadio modélico, grande, bien tensionado, que proporcionó al Barça la representatividad que necesitaba. Sesenta y tres años más tarde este mismo estadio es viejo, está obsoleto, fuera de normativa y con problemas estructurales. El modelo de negocio que lo hizo posible, basado en unos espectadores que llegan poco antes del partido a mirar, consumir unos petisángus y unas cervezas para marcharse a casa rápido también está obsoleto. El nuevo presidente será escogido por unos votantes con una edad media de más de sesenta años que considera el estadio un símbolo de unos buenos tiempos que, siendo realistas, no es fácil que vuelvan pronto.

El Camp Nou es un proyecto de innegables valores arquitectónicos, entre los que no se cuenta un encaje con la ciudad que siempre ha sido complicado por diversas razones: primera, por el modelo de edificio autista que flota exento en medio de una enorme parcela, segunda, porque el plan urbanístico que debía encajarlo con la ciudad, plan que, huelga decirlo, tampoco era nada del otro mundo, no se ejecutó: estadio terminado, objetivo cumplido, más unas acciones circunstanciales para ligarlo con el resto del tejido. Y así hasta ahora.

Sobre el presidente a elegir: Joel Díaz, uno de los integrantes de La Sotana (uno de los mejores podcast que se puedan escuchar actualmente) dijo más o menos textualmente que el primer requisito para presidir el Barça es ser un hijo de puta. Es decir: un advenedizo rico sin categoría para presentarse a otro tipo de elecciones, un hombre (siempre un hombre) hecho a sí mismo que sólo busca representatividad y beneficio propio. El Presidente del Barça siempre será alguien poco sutil que sabe perfectamente que los planes a largo plazo son despreciados por la masa social.

Este mismo Presidente del Barça sabe que puede contar con un estado de opinión comprado que legitimará sus opiniones y callará todo aquello que no sea de su gusto. La historia no se explica. Se fabrica.

El Presidente del Barça es consciente que esta institución es más que un club. Y, aunque este presidente no sepa decir por qué, sabe qué significa eso. El Barça es un hecho cultural, porque el fútbol es, antes que nada, antes incluso que un deporte, un potentísimo hecho cultural. Un hecho cultural que los garantes de la cultura no han sabido ni digerir ni encajar, produciendo un conflicto de clases perjudicial para las dos maneras de entender esta cultura.

Uno, no importa cuál, presidente definido por estas características precedentes impulsó un proyecto de reforma y ampliación del Camp Nou, el segundo de los tiempos recientes, un proyecto no exento de interés que redefine el estadio y lo adapta al nuevo modelo de negocio consistente en convertirlo en algo parecido a un centro comercial con campo de fútbol, proyecto que deja sin solucionar aquello que el primer Camp Nou ya no solucionaba: el encaje con la ciudad, tan precario e incierto como siempre a pesar de lo acertado de la intuición de voltear el edificio sobre sí mismo.

Bien poco quedaba del proyecto original en esta reforma. Como poco quedaba del proyecto original en el proyecto de reforma precedente. Porque, aceptémoslo, bien poco importa el proyecto original.  

El candidato Agustí Benedito ha propuesto prescindir de este proyecto, derribar el Camp Nou y construir otro estadio en otro lugar más conveniente.

Me gustaría explicar por qué tiene razón.

Primero: el Camp Nou es una construcción con el nivel C de protección. No tengo ni idea de qué quiere decir esto. Tampoco me interesa, porque todo el mundo sabe que no significa nada, porque hemos derribado mucho patrimonio infinitamente más valioso que el Camp Nou y porque el Camp Nou vale lo que su amo quiere que valga. Ni más ni menos que eso. Obviamente los arquitectos protestarán por ello. Me gustaría pararme un momento ahí.

Si vamos a la web de AxA (Arquitectes per l’Arquitectura), agrupación erigida en lobby de presión para conseguir proyecto, encontraremos un grupo de artículos llamado Entre la agresión y el olvido, que protesta en plan rabieta por todo aquel patrimonio que consideren con más o menos razón que esté amenazado. Dos de las entradas están dedicadas al Camp Nou. En todas las fotos que acompañan a estos artículos sólo hay una con público. Y es una foto de época. Resumen visual del artículo: se reivindica un estadio para 100000 espectadores vacío. Y se protesta porque un estadio que soporta tal intensidad de uso se vea más o menos ajado. No puedo imaginar una visión más elitista e irreal.

Qué puede salir mal.

Dicho de otro modo: el Camp Nou también lo habremos derribado los arquitectos. Lo habremos derribado porque somos, como colectivo, absolutamente incapaces de explicar por qué un buen edificio es un buen edificio.

Segundo: otro de los miembros de La Sotana, Manel Vidal, definió las obras de reforma del Camp Nou como el Woodstock de los comisionistas (sic). Es decir: se tiene la certeza absoluta que el proceso de reforma será corrupto, que esta corrupción será profundamente lesiva para la institución y que rehabilitar el estadio provocará todavía más corrupción. Las cifras cantan por sí solas: El Español tuvo un campo de nueva planta, llaves en mano, por unos 60 millones de Euros. Hubo una cierta desviación. Pongamos 20 millones de Euros más. Es decir: por 80 millones de Euros el Español tuvo un estadio nuevo, estadio premiado como el mejor estadio del mundo en su día, más un centro comercial para producir ingresos atípicos, más el acondicionamiento de su entorno, bastante más conseguido que el de los alrededores del Camp Nou, por cierto.

El presupuesto inicial del Espacio Barça era de 600 millones de Euros. Ahora está cifrado en 725. Los compañeros del diario Ara elevan el coste de la operación a 2150 millones de Euros. Unas quince veces más que construir uno nuevo, desviaciones incluidas. Por un proyecto que se queda a medio camino de bastantes cosas.

Un nuevo estadio bien equipado, ambicioso, con una arquitectura de calidad, podría costar bastante menos.

Y la oportunidad: arreglar Les Corts. Sabiendo (teniendo la certeza absoluta) que ni la propiedad ni el Ayuntamiento, digan lo que digan en público, dejarán los terrenos como zona verde, sabiendo que habrá una operación especulativa, incluso así se puede arreglar Les Corts mejor que cuando estaba el Camp Nou. El Barça tiene la oportunidad de buscar unos terrenos bien comunicados donde montar este parque temático para que aficionados y turistas se pasen el día entero gastando como locos como es deseo del club. Si es que Barcelona (la Gran Barcelona) no acepta que tener dos estadios de fútbol, que son tres si contamos el medio abandonado Estadio Olímpico, es un despropósito y no deciden hacer algo y construir uno de propiedad municipal que sirva a Barça i Espanyol a la vez y derribar los otros, que ya no servirían para nada, y hacer las cosas bien hechas ni que sea por un día. No se trata de evitar las malas prácticas. Éstas se dan por descontado. Se trata de minimizar los daños y tener una visión urbana estratégica, por una vez en la vida que se puede trabajar con piezas de tamaño suficiente como para realizar un urbanismo que pueda arreglar parte de la ciudad para los próximos años. Es lo que debería de suceder si conservamos un rastro de optimismo que, a la luz de los responsables políticos y civiles existentes hoy en día y de quienes los han de suceder, es difícil de mantener. Pero siempre quedará pagar la enésima campaña de márquetin para que les compren el desaguisado.

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