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De guerras, bloqueos y pueblos olvidados

Eduardo Luis Junquera Cubiles
Eduardo Luis Junquera Cubiles
Nació en Gijón, aunque desde 1993 está afincado en Madrid. Es autor de Novela, Ensayo, Divulgación Científica y análisis político. Durante el año 2013 fue profesor de Historia de Asturias en la Universidad Estadual de Ceará, en Brasil. En la misma institución colaboró con el Centro de Estudios GE-Sartre, impartiendo varios seminarios junto a otros profesores. También fue representante cultural de España en el consulado de la ciudad brasileña de Fortaleza. Ha colaborado de forma habitual con la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón y con Transparencia Internacional. Ha dado numerosas conferencias sobre política y filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, en la Universidad UNIFORM de Fortaleza y en la Universidad UECE de la misma ciudad. En la actualidad, escribe de forma asidua en Diario16; en la revista CTXT, Contexto; en la revista de Divulgación Científica de la Universidad Autónoma, "Encuentros Multidisciplinares"; y en la revista de Historia, Historiadigital.es
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análisis

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Hace unos días escuché un podcast en la Cadena SER con motivo del primer aniversario de la guerra de Ucrania en el que se entrevistó a un matrimonio de Kiev que entre otras muchas vicisitudes explicó que su hijo ha sufrido desnutrición a causa de la invasión rusa. Dos cuestiones que saltan a la vista: la primera es que no todas las guerras tienen el mismo seguimiento y tratamiento por parte de los medios occidentales. Días atrás, el presidente Sánchez declaró que para España era fácil posicionarse porque «Tenemos muy claro que hay un pueblo que está siendo agredido y otro que es el agresor, y Ucrania merece y necesita la ayuda de la comunidad internacional”, algo que bien podríamos decir en el caso de Yemen, un país que lleva 8 años siendo agredido por Arabia Saudí en un conflicto del que no sabemos casi nada, que implica a un aliado incómodo de Europa y sobre todo de Estados Unidos, además de un gran tenedor de deuda pública estadounidense. Los datos de desnutrición y mortalidad infantil de Yemen a causa de la agresión saudí son sencillamente espeluznantes.

Hablamos de un niño que padece desnutrición, un drama que se explica en los medios destacando la maldad de Putin, algo de lo que somos perfectamente conscientes, pero poco se publicó en su momento de los más de 560.000 niños iraquíes MUERTOS por desnutrición a causa de las sanciones de la ONU a Irak tras la Primera Guerra del Golfo, en 1991, por no hablar de que entre 1990 y 2000 el índice de mortalidad de la población adulta en el país se convirtió en el más alto del mundo. Estados Unidos desplegó una ofensiva diplomática extraordinaria con el fin de que la ONU impusiera 12 resoluciones que establecían las sanciones contra Irak. Estas medidas fueron diseñadas como una penalización por un corto período de tiempo, pero la decisión del Consejo de Seguridad de la ONU de mantenerlas produjo efectos terribles en la población, aunque no en el gobierno de Saddam Hussein. A partir de 1991, Estados Unidos creó en Irak lo más parecido al infierno en la tierra, y el país sigue sumido en el caos 32 años después. Respecto al bloqueo contra Rusia, va a suceder algo similar: las élites rusas no verán mermado su nivel de vida, mientras que el pueblo percibirá claramente como su realidad empeora. 

La Resolución 687 del 3 de abril de 1991 del Consejo de Seguridad de la ONU dejaba fuera del embargo a Irak los medicamentos y alimentos, una forma de otorgar un cierto carácter humanitario a la disposición, lo que no impide entender que un bloqueo económico de esas magnitudes dificulta al país que lo sufre la adquisición de comida y medicinas en los mercados internacionales o regionales, ya sea por falta de liquidez o por la prohibición expresa a empresas y países de vender al país embargado. Hablando de embargos, de pueblos olvidados y de injusticias: debido al bloqueo israelí sobre la franja de Gaza, que se produce desde 2007, los pacientes palestinos enfermos de cáncer no reciben el tratamiento correcto ya sea por falta de medicamentos o porque no disponen de los aparatos necesarios. Los escáneres específicos para detectar cánceres, por ejemplo, están prohibidos por Israel, al igual que las máquinas de radioterapia. Anualmente, unas 1.500 personas son diagnosticadas con cáncer en Gaza y esa ausencia de medios hace que su tasa de supervivencia sea mucho menor que en Israel. Con el fin de recibir tratamiento en hospitales de Jerusalén Este, Jordania, Cisjordania o Israel, miles de habitantes de Gaza solicitan cada año permiso para abandonar la franja a través del paso de Erez. Solo en 2017, 56 personas murieron esperando la autorización de Israel, según denuncian Amnistía Internacional y Médicos por los Derechos Humanos. Huelga decir que los palestinos carecen del altavoz del que disponen los ucranianos. 

Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, está creando un relato único, literario y lacrimógeno del conflicto. Por supuesto que existe una épica y un heroísmo de Ucrania en su lucha contra el imperialismo ruso, así como un carácter genocida y supremacista por parte de Putin, que incluye ataques continuos a la población civil y a instalaciones civiles, a los que hay que sumar la autorización expresa para que criminales como los pertenecientes al grupo nazi y ultranacionalista Wagner intervengan, pero lo que quiero destacar es que otros países que a lo largo de la historia han pasado por el mismo trance que Ucrania no han tenido ni el apoyo ni la visibilidad que Europa y Estados Unidos están dando a los ucranianos. Confío en Europa porque, pese a su indudable vasallaje hacia Washington, somos el espacio de democracia y respeto por los derechos humanos más grande del mundo. Desconfío de Estados Unidos porque en defensa de sus intereses económicos y geoestratégicos no han dudado en llevar la guerra, la dictadura o cualquier otra forma de opresión a lo largo y ancho del planeta. 

La segunda cuestión que creo que merece la pena destacar es ese seguidismo de Europa hacia Estados Unidos. Úrsula von der Leyen ridiculizó hace unos días la propuesta de paz de China, que incluye 12 puntos, al decir despectivamente que «no es una propuesta de paz». El solo hecho de hablar de «negociaciones de paz» abre una puerta a la esperanza en un contexto tenebroso como el que esta guerra está creando. China propone un «cese al fuego de ambas partes»; «reanudación de las conversaciones de paz»; «protección de los civiles” (incluyendo instalaciones civiles); “cumplimiento del Derecho Internacional Humanitario»; y «facilitar las exportaciones de cereales», objetivos todos ellos nobles, extremadamente urgentes y nada despreciables. No se puede diseñar ninguna política común a escala mundial realmente ambiciosa y efectiva sin contar con China. Entiendo las suspicacias que Pekín despierta porque no se trata de un país democrático, pero todo lo que se haga sin tenerlos en cuenta lo interpretarán en clave de una hostilidad que en nada beneficia a nadie fuera de los fabricantes de armas estadounidenses y británicos, siempre felices de que el miedo y la desconfianza se extiendan por el mundo. 

Estados Unidos fue capaz de llegar a 7 grandes acuerdos de desarme con una dictadura genocida como la Unión Soviética, acuerdos que se extendieron a lo largo de 29 años durante el período 1972-1991 e incluyeron la prohibición de desplegar armas nucleares en el espacio (Tratado ABM); limitar el número de armas estratégicas intercontinentales de más de 5.000 kilómetros de alcance (Tratado SALT-1); establecer un límite de 2.400 misiles y bombarderos estratégicos para cada país (Tratado SALT-2); reducir el número de armas estratégicas, no solo limitarlas (Tratado START, que tardó casi 10 años en ser negociado, de 1982 a 1991, un mes antes de la caída de la U.R.S.S.); eliminar parte de los arsenales nucleares, que se concretó en la destrucción de todos los misiles balísticos y de crucero de mediano y corto alcance de ambas potencias (Tratado INF); y fijar el número de fuerzas convencionales de ambos bloques en Europa en el nivel más bajo posible (Tratado FACE). 

Si en el pasado se llevaron a cabo negociaciones como estas, que derivaron en importantes acuerdos, no veo por qué no se puede hacer algo similar ahora, mucho más porque la intervención de China en el conflicto se revelaría como algo decisivo. En primer lugar, porque tras Japón es el segundo tenedor de deuda pública de Estados Unidos, con más de 900.000 millones de dólares, lo que le confiere una capacidad de presión sin igual sobre Washington. En segundo lugar, China es el primer importador de petróleo del mundo y está absorbiendo -junto a India- gran parte de lo que Rusia ya no exporta al resto de países, algo que le otorga una gran capacidad de negociación e influencia frente a los rusos. Si Rusia no acepta la proposición de paz de China exactamente en los términos planteados por Pekín, los chinos tendrían la excusa perfecta para retirarles su apoyo dejando de adquirir su petróleo -lo que posibilitaría el final del conflicto- porque, pese a la actual escasez de oferta del crudo, China dispone de la posibilidad de comprarlo en otros mercados, mientras que Rusia tendría dificultades para venderlo a otras naciones que no pueden sortear las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea. Esta circunstancia es una ventaja más para China. En cualquier desacuerdo entre China y Rusia, los rusos son claros perdedores. 

En definitiva, solo hay dos actores con capacidad real para detener esta guerra: China, si se decide a retirar su ayuda a Rusia, y Estados Unidos, si toma la decisión de armar a Ucrania sin restricciones convirtiendo cada metro conquistado por los rusos en un calvario de sangre y muerte inasumible para Moscú. Los europeos no tenemos obligación alguna de aceptar la deriva militarista que Estados Unidos quiere imponer y además disponemos de toda la capacidad para ser independientes de Washington con el fin de adoptar nuestra propia política de defensa. Esta guerra apesta a geoestrategia e intereses económicos formidables, por eso creo que se prolongará en el tiempo. Eso si no terminamos todos convertidos en ceniza. 

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