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De cruces y choques culturales

Antonio Álvarez Gil
Antonio Álvarez Gil
(Melena del Sur, Cuba, 1947). Escritor cubano-sueco. Ha publicado artículos, relatos y novelas en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Entre sus libros de cuentos figuran Una muchacha en el andén, Unos y otros, Del tiempo y las cosas, Fin del capítulo ruso y Nunca es tarde. Tiene, además, publicadas las novelas Las largas horas de la noche, Naufragios, Delirio nórdico, Concierto para una violinista muerta, Después de Cuba, Perdido en Buenos Aires, Callejones de Arbat, Annika desnuda, Las señoras de Miramar y otras cubanas de buen ver y A las puertas de Europa. Por su obra de narrativa ha recibido El Premio David, en Cuba, y los Premios Ciudad de Badajoz, Ateneo Ciudad de Valladolid, Generación del 27, Kutxa Ciudad de Irún y Vargas Llosa de Novela, en España. Tras haber vivido durante largos períodos en Cuba, Rusia y Suecia, Álvarez Gil se ha radicado en la provincia de Alicante.
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análisis

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Soy partidario del cruce de culturas, del mestizaje y el intercambio que enriquece las tradiciones propias con las de pueblos de otras partes del mundo. Me gusta conocer y compartir las costumbres, ritos y fiestas de las gentes entre las que he tenido la suerte de vivir. Conozco algo de la historia de Europa y de América, y estoy siempre dispuesto a aprender de quienes me rodean. Bienvenido lo nuevo, lo hermoso y lo diverso, siempre que sea bueno. Dicho esto, no puedo dejar de compartir cierta inquietud ante la preeminencia cada vez más incuestionable de cierta “cultura de masas” en el gusto de los pueblos del mundo.

Entiendo que cultura y dinero son dos conceptos que se llevan bien. Pero sería interesante que los intelectuales europeos dedicaran unos minutos a pensar en los procesos de asimilación y predominio de unos gustos sobre otros, que se detuvieran un instante y echaran un vistazo a su mundo —a este maltrecho mundo occidental— para tomar nota del modo en que sus pueblos se dejan dominar hasta la médula por las más ramplonas expresiones de culturas y tradiciones distantes, expresiones que deberían resultarles extrañas y, en cierto sentido, mucho menos interesantes que las suyas propias.

Durante mis años de vida en Suecia fui testigo del ímpetu con que puede ocurrir este proceso de asfixia de una cultura por otra. Allí casi cualquier manifestación de arte anglosajón —por muy pedestre que fuera— era tenida en cuenta para ser traducida y suministrada al público local. A causa de la “ostensible” importancia de esta área lingüística, la inmensa mayoría de los libros, las películas y los seriales de televisión —para no hablar de la música— consumidos por la población del país proviene casi exclusivamente de los Estados Unidos o, en menor medida, de Gran Bretaña. Para el resto del mundo apenas queda espacio. (No hablo del premio Nobel de literatura, que, por supuesto, no está al alcance de cualquiera). Yo no podría precisar cuándo comenzó este proceso de asimilación; pero de lo que sí estoy seguro es de que está en pleno apogeo, y de que se hará más fuerte con el paso del tiempo. El caso de la música es tan conocido que casi no vale la pena comentarlo. Diré sólo que en mi querida Suecia es raro oír por la radio una canción en lengua sueca. Incluso en los programas televisivos donde compiten cantantes aficionados se da por descontado que los temas que han de interpretarse son temas con letra en inglés y con la consabida música del rock o el pop “internacional”. Cualquier otra cosa es una rareza digna de un museo, una rareza condenada de antemano al fracaso.

Cuando me mudé para España comprobé algo que ya intuía desde antes: la península Ibérica está menos expuesta a la influencia cultural anglosajona que los países del norte de Europa. Esto, sin embargo, parece estar cambiando. No es extraño, teniendo en cuenta que el progreso viene casi siempre del norte. Así, procedentes de esas regiones del planeta, a España llegan vientos que arrastran olas de literatura inane, sosa, malamente escrita y peor traducida, literatura sin valor literario, libros llamados “de entretenimiento” y propensos a estimular el empobrecimiento intelectual del pueblo. Libros que triunfan y autores que se instalan firmemente en las casas editoriales y, como consecuencia de ello, en el gusto de la gente.

Hace poco me cayó en las manos una novela cuyo título no viene al caso mencionar aquí. Era un libro de buena planta, con tapa dura, portada sobria e impecable edición. A primera vista parecía una de esas traducciones de best-sellers de escritores angloparlantes que abundan tanto en las librerías de cualquier país occidental. Como es sabido, tales libros conforman gran parte de la oferta “literaria” propuesta a los amantes de la lectura. En fin, un libro como tantos, solo que en este caso el nombre del autor era de inconfundible identidad hispana.

Como esto no es una reseña sobre la novela de referencia, diré solamente que la acción se desarrolla en una gran ciudad norteamericana, que los personajes son todos norteamericanos, que hablan como suelen hablar los norteamericanos en las ya mencionadas novelas o películas “de acción” y, finalmente, que está escrita del modo exacto en que nos suelen llegar las traducciones de las novelas norteamericanas sobre temas similares. Y esto —precisamente esto— fue lo que más me molestó del libro; de hecho, lo que me hizo dejarlo a un lado. Me pregunto por qué no se puede escribir sobre otros países, sobre los conflictos de sus gentes, sobre tramas que acontezcan allí, y seguir siendo un escritor de tu lengua, de tus tradiciones literarias y del buen manejo de los recursos del idioma español. ¿Acaso para hablar de Norteamérica hay que imitar el estilo simplón de ciertos escritores de aquel país? Sé que la literatura de tales maestros vende allá, que se traduce y vende aquí también. Pero somos quienes somos y no otros, por mucho que lo queramos aparentar o ser.

Soy escritor y sé perfectamente que todos queremos vender libros. De acuerdo; pero ¿no se podría, aun así, ser un poco más fiel a nuestra cultura y nuestras tradiciones? En fin, allá cada cual con lo que escribe.

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1 COMENTARIO

  1. Saber, no es comprender, por eso, desde mi criterio, el concepto convencional de «cultura» e «intelectualidad» es el ampuloso e innecesariamente complejo resultado del viaje que realizan por la superficie, quienes nunca han valido para profundizar realmente en nada, fundamentalmente porque no se atreven a hacerlo. Pero bueno, ese es mi criterio, y el del articulista otro diferente.. ya dicen que cada cual habla de la feria segun le va en ella

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