sábado, 27abril, 2024
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Crespón guerrero

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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¿Te vas a casa?

No sé que hacer, la verdad. Esta es la tercera guardia de esta semana y pasado mañana entro otra vez.

Sabes que puedes quedarte en nuestro piso cuando quieras, Cris. Todos estamos igual. Hacerte treinta kilómetros y con tus padres mayores,…  Igual no es conveniente que te acerques a casa.

Crisanta Gómez Martínez, Cris para compañeros y amigos, es una joven doctora especializada en cardiología. Tras casi diez años de estudios y unas notas excepcionales, consiguió trabajo en la sanidad madrileña en el Hospital Puerta de Hierro. Todo iba mal, pero tirando. Hasta que la pandemia de este virus extraño ha puesto a la sociedad patas arriba.

Cris, lleva desde entonces empalmando guardias, haciendo un trabajo sobrehumano casi sin descanso, con muchos malos ratos y quebraderos de cabeza por situaciones nuevas, antes desconocidas, para historias clínicas similares, y encima por un salario indecente para su capacitación y el esfuerzo empleado. Al final, su contrato precario que la renuevan cada tres meses, con más guardias que el ascensor de las camillas, le da para que le ingresen una nómina de 1.284 euros. Y cuarenta y tres céntimos. Casi diez años de estudios, más de media docena de matrículas de honor, sesenta horas semanales de trabajo estresante, para cobrar tres veces menos que cualquier indocumentado con poder en un partido.

Cris tiene un hermano gemelo. Es ingeniero aeronáutico. Quizá debería haber actuado como él, liarse la manta a la cabeza y haber emigrado. Su hermano está en Alemania. Se embolsa todos los meses cinco mil eurazos. Aunque no es el salario lo que envidia Cris, sino sus condiciones en las que nadie le agobia y sobre todo que no le deja sin dormir las noches cercanas a finalizar el contrato porque él no tiene el problema de la precariedad. Su contrato es indefinido. Y sus condiciones de vida distintas a las de aquí. Muy distintas. Vive en el campo, rodeado de naturaleza y no ha tenido ni que comprarse coche porque el transporte público es frecuente y bueno. Solo tiene la yaga permanente de que casi no puede ver a sus padres ni a sus hermanos. Es lo que tiene el haber tomado la decisión de irse lejos para no tener que vivir del sueldo del Burger King.

Cris, está cabreada por toda esa gente que mientras aplaude todos los días a las ocho de la tarde, con la misma rutina con la que acuden a misa de doce los domingos, apoyan, hasta la indecencia, a los que han desmontado la sanidad pública, a los que han obligado a que cientos de miles de jóvenes, como su hermano, hayan tenido que huir del país para no ser una carga a sus ancestros. A los que siguen destruyendo la sociedad, siguen traspasando el presupuesto público a manos privadas, siguen fracturando sueños, salarios y condiciones laborales, mientras desde sus poltronas políticas siguen cobrando comisiones, dietas que no les pertenecen y salarios que no se ajustan a lo que sus maléficas mentes asignan como suficientes para los demás.

Hoy, además, mientras se toma un vaso de leche con cacao, después de una reconfortante ducha, tras treinta y dos horas seguidas en el hospital y antes de irse a dormir para poder entrar de nuevo de guardia la noche del día siguiente, ve un espectáculo esperpéntico en la televisión. Algunos de sus compañeros sanitarios, a los que la propia presidenta de la Comunidad ha echado a la calle tras seis semanas de duro trabajo en el IFEMA, bailan la conga en el cierre de las instalaciones que han llamado hospital. Cientos de personas se agolpan, una pegadas a otras, saltándose a la torera todas las precauciones sanitarias para evitar contagios del COVID-19.

Cris ha visto morir. Pero, con ser duro, no es lo que más le ha impactado. Ha visto demasiado sufrimiento entre pacientes que no respondían a la medicación, a los que se les encharcaban los pulmones mientras intentaban con antibióticos contrarrestar una infección general. Pacientes jóvenes entubados a los que han tenido que inducir el coma para que salieran adelante. Ancianos sin aparentes problemas de salud a los que, de la noche a la mañana, les dejaban de funcionar, los riñones. A los que, de pronto, una arritmia del corazón les debilitaba tanto que acabaron pereciendo después de haber sufrido veinte días penosos de lucha infernal contra el virus. Esto es lo que cabrea a Cris mientras ve a sus compañeros hacer el imbécil como si estuvieran en una fiesta de disfraces en nochevieja y no en un estado de alarma por una enfermedad que ha provocado más de 25.000 muertos (tres millones y medio en toda la tierra). Esto y que luego los del rito de aplaudir, los que ponen las banderas con crespón negro en los balcones, le echen la culpa de las muertes al bueno del doctor Simón cuando ellos no se amoldan a ninguna restricción, no actúan como personas en sociedad sino como burros en un hortal, siendo incapaces de empatizar con nada que no sea su propio interés.


Crespón guerrero

En esta coyuntura de depravación ética a la que nos han llevado los del hijoputismo que llaman liberalismo, nos encontramos con que el estado español dedica 3,63 millones de euros a la hora (más de 87 millones de euros diarios) para gasto militar, mientras que, en el dato más optimista, el gasto sanitario en todo el estado español es de 194 millones diarios. Es decir, que dedicamos solo dos veces más a cuidar de la salud de las personas que a tirar el dinero de los impuestos por la alcantarilla.

No es fácil comparar datos. El presupuesto del Ministerio de Defensa “solo” es de 9.161,27 millones de euros al año (aunque según datos del gobierno, esto supone el 49,7 % de todo el presupuesto ministerial). Sin embargo, según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, SIPRI (acrónimo de su nombre en inglés) el gasto diario en Defensa del estado español es de 55 millones. Otros, como en este artículo del Salto diario, dan los datos ofrecidos al principio: 87 millones diarios en defensa. Y dado que si del presupuesto total del estado, la mitad va a la alcantarilla del ejército, parecería lógico pensar que esos datos aún se quedan cortos. Cuando se están escatimando derechos y materiales a los sanitarios, cuando a la España vaciada se le niega el derecho a la salud dejándoles sin médicos, nunca hay reparos en gastar presupuesto público en defensa. El viernes 30 de abril leíamos que el ejército español había enviado seis cazas al Báltico a “vigilar a Putin”. Trescientos sesenta millones de euros de coste de los cazas y 66.000 euros por hora de vuelo. Y luego cientos de pueblos sin médico en Castilla y León.

Como vengo repitiendo, y desgraciadamente el tiempo me está dando la razón, de esta saldremos peor de lo que entramos. Vivimos en un país de intransigentes, de gente inoculada con un virus del acerrismo. Un virus inculcado desde niños en los colegios y familias consistente en el concepto básico de mirarse continuamente el ombligo. Y he observando que los más indecentes de esta escoria que cuelga banderas en los balcones a media hasta o con crespón, haciéndose portavoces de sí mismos pero apropiándose de las víctimas del Covid19 como si fueran suyas, son las que más se saltan el confinamiento, las que, ignorando el peligro advertido de los expertos, llevan a sus nietos a comer a casa de los abuelos todos los domingos o a diario, como si no sucediera nada. He visto como algunos han vuelto a vivir a casa de los padres, dos semanas después de la declaración del primer estado de alarma. Les he oído conversar en la escalera o reunirse en la calle, sin mascarilla ni distancia de seguridad porque a ellos nadie les dice lo que pueden o no hacer. Son los que han convertido las residencias de ancianos en algo peor que lo que en el franquismo llamaban asilos, en granjas de mayores. Unos lugares tenebrosos en los que el único fin no es el bienestar de las personas ancianas, sino el negocio y a ser posible con ingresos trasladados desde lo público por algún amigo.

Como digo, desde pequeños les inoculan el virus de la competitividad malsana. Les repiten hasta la saciedad que hay que ser el mejor en todo (aunque sea haciendo trampas). Y mientras les envuelven en una dinámica individualista, en la que solo ellos importan, mientras les hablan de que el triunfo (consistente básicamente en tener poder y patrimonio) es la meta de toda vida, les imbuyen en la obscenidad de que hay que hacer amigos poderosos, que siempre hay que tener, por interés. Les infunden la importancia del enchufe para lograr un trabajo. Alimentan la admiración a quiénes han conseguido un puesto en la administración, no por logros propios, sino por la gracia de don fulano- Y para mayor cinismo, luego señalan a los que lo han conseguido a través del mérito y la capacidad denunciándoles como enchufados. Alaban a quiénes son capaces de salir de un atolladero judicial a causa de una sentencia judicial injusta y partidista y retuercen la misma injusticia judicial para reírse de sus oponentes. Proclaman ante el mundo el esfuerzo, el madrugón o el amor a la patria. Y si repasas su currículum te das cuenta de que no se han esforzado ni para sacar adelante los estudios. Jamás han cotizado a la Seguridad Social (ni un solo día en treinta y siete años de vida). Llevan viviendo del enchufe de alguien toda la vida. Primero de sus padres y después del amigo que les metió en el partido y les ha dado un puesto público. Se les llena la boca de España, del ejército y se escaquearon, a través de un enchufe, de nuevo, del servicio militar. Quieren convertir el catolicismo en obligatorio, pero están divorciados, se ponen los cuernos constantemente y sus fiestas de homenaje a los que les proveen de comisiones por obras adjudicadas consisten básicamente en contratar volquetes de putas. Y hasta son capaces de llamar comunista al Papa porque les afea su indecencia humana.

Esta gentuza a los que nadie les puede decir lo que tienen o no que hacer, con la connivencia en muchos casos de las fuerzas de seguridad del estado y de las propias instituciones, no tienen reparo en culpar al gobierno de los 25.000 muertos, e incluso tienen la caradura de culpar al vicepresidente segundo de los muertos en las residencias cuando han sido consentidores y partícipes del depravado negocio de las granjas de ancianos, se saltan el confinamiento para acudir al Congreso cuando no han sido convocados, para ir a misa, cuando estos actos religiosos están prohibidos por el RD del estado de alarma o para ir a hacerse fotos a Mercamadrid o a Villamuriel de Cerrato con un rebaño de ovejas. En esta tendencia belicista y odiadora, de pin, pan, pum y acoso y derribo al gobierno a toda costa, aunque sea con la indecencia de los muertos de una pandemia que si tiene algún culpable, serían ellos por desmantelar el Estado de bienestar y la sanidad pública, se permiten el lujo hasta de pasar revista a sanitarios, policía y ejército formados en plena plaza de la Puerta del Sol de Madrid, como si, el niñato incapaz de sacar la carrera al que le regalaron el máster, fuera presidente de un gobierno en la sombra. Nuevamente con la connivencia de las FFSS del estado y de la propia Delegación del Gobierno de España.

Estamos en manos de indeseables, mancebos y testaferros de maleantes tramoyistas, cuya capacidad intelectual está notablemente por debajo de la normalidad que, en su estupidez supina cumplen con creces las instrucciones y la estrategia guerracivilista de esos personajes peligrosos que, desde la sombra, les manejan para salvaguardar lo que creen en peligro. Por eso llaman comunista a un gobierno con pinceladas escasas de socialdemocracia. Por eso odian hasta la enfermedad a Iglesias y a todo lo que tenga que ver con Podemos. Empezaron echando pestes del salario mínimo y ahora no pueden consentir que los pobres cobren del estado solo por ser ciudadanos. Tuvimos que rescatar sus bancos y sus grandes cagadas y sin embargo ahora no podemos ni invertir la mitad de lo que nos costó aquello en salvar a las personas. Porque, en este hijoputismo fascista, como en el Monopoly, su riqueza será mayor, cuanto más profunda sea la pobreza de los explotados.

Si la gente cobra por no trabajar, ¿cómo van a obligar a nadie a firmar un contrato cada día en el que se ofrecen 4 horas, se trabajan 10 y se cobran como dos? ¿Cómo van a obligar a nadie a recoger frutas y verduras a 40 grados por treinta euros al día?

Caminamos peligrosamente hacia una pandemia mucho más amenazadora que la del Covid, el fascismo. Estoy sufriendo porque el odio surgido en las redes a partir del encierro forzoso, se está mostrando también en el mundo “real”. El fascismo es una amenaza auténtica. Quizá muchos no lo vean porque lo vivieron con normalidad en los tiempos pretéritos del franquismo. Otros, estúpidos ignorantes, acuden a los cantos de sirena de la palabra España, como si eso les fuera a salvar la vida. Una España que se lleva la pasta a paraísos fiscales, que elude pagar impuestos aquí o que maneja el sentimiento para seguir viviendo de lo público y sin esfuerzo. No olvidemos que estos salvapatrias han conseguido títulos por la cara, han firmado proyectos arquitectónicos sin tener titulación y han construido en parcelas ilegalmente porque ellos hacen siempre lo que les sale de los cataplines.

Una España con un Poder Judicial al que le molestan las críticas del vicepresidente, pero no su alegalidad al haber traspasado todos los límites de vigencia en el mandato. No les importa que aquellos que les pusieron allí se nieguen a renovar el CGPJ porque ahora no tienen mayoría. Un poder judicial al que se le escapan los malos por dilatar los procesos hasta la prescripción, como ha ocurrido a principios de abril en Galicia con un mayorista del camelleo de cocaína. Un poder que tiene que ser constantemente obligado a la rectificación del alto tribunal europeo por su parcialidad. Sentencias infumables en las que son capaces de condenar desde a diputadas de podemos a chavales inocentes pasando por políticos catalanes, mientras que algunos casos de corrupción se eternizan hasta el hastío y la prescripción. Mientras los fascistas son exonerados como el nieto del dictador al que dejan libre después de atropellar a la Guardia Civil y de encañonarlos con una espeta.

Vivimos en un estado fallido, donde la sensación de impunidad para unos pocos es total y la de presión policial para otros es insufrible. El virus del fascismo está dentro de las instituciones y campa a sus anchas. Nuestra única tabla de salvación como dice Pedro Vallín, es que Portugal nos colonice. Ojalá, pero no caerá esa breva.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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