sábado, 27abril, 2024
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Confesiones

“Dedicado a mí querido amigo J.M.”

Sol Paniagua
Sol Paniagua
Fotógrafa y escritora
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análisis

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Antonio

Cuando nos toca a mí hermana y a mí pasar el fin de semana con nuestro padre, me gusta venir un rato antes a casa de la abuela, que vive en las afueras de nuestro pueblo. Me mima como solo lo sabe hacer ella, y además necesito hablar, no puedo guardar por más tiempo lo que ocurre con Rosa, mi hermana, pero no sé por dónde empezar, solo tengo 5 años y las ideas que rondan en la cabeza están algo aturdidas, el miedo se apodera de mi.

Ella me observa, en su interior sabe que algo me pasa, pero no sabe qué, ni siquiera se lo puede imaginar. Aunque me pregunta constantemente con preocupación.

Ayer mientras salíamos del colegio le dijo a mamá que, antes de irnos a donde no queremos ir, me llevaría al médico, piensa que me faltan vitaminas.

Mamá

A veces, cuento sin querer los días. Cada dos semanas mis hijos se van con su padre, que vive en un pueblo cercano, a unos cuarenta kilómetros. Su casa es muy pequeña, solo dispone de una habitación de matrimonio con una cama grande, una cocina que comunica con un pequeño salón de estar y un cuarto de baño. Cuando los niños van, duermen los tres juntos en la cama, de momento son pequeños y caben bien.

Entonces es cuando aprovecho para salir con mis amigas. No hacemos nada en especial, cenamos en uno de los restaurantes del pueblo y después nos tomamos una copa. Hablamos de nuestra vida, nuestros hijos y nuestros ex.

La última vez que cené con ellas, el camarero nos sirvió unos chupitos de tequila y al no estar acostumbrada a beber, enseguida se subió a la cabeza, me sentí alegre y feliz. Eran las dos de la mañana del sábado, la cena se alargó más de lo acostumbrado. Sonó mi móvil, miré la pantalla y era el teléfono del padre de mis hijos.

-¿Hola? ¿Pasa algo?, -contesté.

-Mamá por favor, ¿puedes venir a recogernos ahora que papá se ha quedado dormido? No queremos estar más tiempo aquí.

-Haz el favor de irte ahora mismo a la cama, ya hablaremos mañana, y colgué.

Ahora me culpo de todo aquello que pasó, ella avisó a su manera en repetidas ocasiones y no lo entendí.

Rosa

Observo a mi madre preparar nuestra pequeña maleta, como todos los fines de semana alternos, que nos toca ir a mi hermano y a mí, para estar con nuestro padre, sabe que no queremos ir, pero no se imagina el por qué.

Aprovecha ese tiempo sin nosotros para salir con sus amigas, le viene muy bien porque así desconecta de su vida pasada que tanto la atormenta y aunque nunca lo dice, yo lo sé. Los domingos cuando volvemos a casa, tiene un brillo en los ojos que la delata y me gusta verla así, feliz, aunque ese brillo dure poco.

Me llamo Rosa y tengo diez años, el enano de mi hermano tiene cinco para seis.

Cuando estuvo en el vientre de mamá, se puso muy malito. Mi papá dice que sin querer, le dio un golpe a mamá en la tripa y por eso nació muy temprano y con algunos problemas, pero yo le veo muy bien.

– Mamá por favor, no quiero ir, no queremos ir.

– Pero ¿por qué? con lo que os quiere, os da todos los caprichos que yo no os puedo dar y te repito, os quiere con locura.

– No quiero que me quiera, ¡me da asco!

Y diciendo esto, salió corriendo a la calle, al principio, estuvo deambulando de un lado para otro, por las calles de ese pequeño pueblo situado en las serranías de algún lugar de España, hasta que casi inconscientemente llegó a casa de su abuela, porque al igual que su hermano, necesitaba confesar lo que ocurría, pero no había nadie, se sentó en el quicio de la puerta a esperar.

Recordó con rabia lo sucedido en tantas ocasiones, pizza para cenar, un ratito de televisión y enseguida a la cama. Cuando los hermanos se quedaban dormidos, el aprovechaba para salir al bar de la esquina y se emborrachaba.

Lo peor llegaba después, cuando la despertaba para acariciarla, siendo el único testigo de esas noches su hermano, “el enano”. Con tan sólo cinco años vio y vivió escenas muy duras para su edad, para cualquier edad…

Abuela

Me preocupa mi pequeño, por eso al recogerle del colegio esa tarde, quise llevarle al médico, le veo distraído, triste, preocupado, apenas habla y come, tampoco juega con sus amigos, está más delgado pero estoy segura que lo único que necesita son vitaminas.

Íbamos de camino, cuando empezó a llorar mientras hablaba. Noté como la   sangre se congelaba lentamente dentro de mí, un pequeño vahído se apoderó de mi consciencia por segundos, nuestra vida se derrumbaba a la vez que Antoñito me daba detalles escabrosos de esas terribles noches. Al entrar en el ambulatorio caí redonda sin querer ser la protagonista. Me tumbaron enseguida en una camilla, solo quiero hablar con el médico de familia, repetí una y otra vez; tengo que contarle muchas cosas.

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