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Con la reina Leticia en el médico

Javier Puebla
Javier Pueblahttp://www.javierpuebla.com
Cineasta, escritor, columnista y viajero. Galardonado con diversos premios, tanto en prosa como en poesía. Es el primer escritor en la historia de la literatura en haber escrito un cuento al día durante un año, El año del cazador, 365 relatos que encierran una novela dentro.
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análisis

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¡Pero si es la Leti! -exclama sorprendido Panizo al verla en la sala de espera del médico.

La Leti, con las piernas desnudas y un vestido blanco de volantitos. Eso es lo que ha hecho que se fije en ella: las piernas desnudas; tampoco muy desnudas: un palmo por encima de la rodilla.

Sonríe ampliamente Panizo, Javier Panizo. ¡La Leti! Le cae bien. Y le divierte enormemente que sólo haya un grado de separación entre él y la reina. Es curiosa esa teoría de la separación según la cual dos individuos cualesquiera están conectados entre sí por no más de siete personas, que bastan apenas media docena de saltos para vincular a Hillary Clinton con un campesino analfabeto y desdentado, aunque al menos no está calvo, que vive en una isla remota del Pacífico. Nunca se ha parado a comprobar la teoría, pero probablemente sea cierta si la han estudiado tantos lumbreras y todos, cosa nada habitual, parecen estar de acuerdo. Pero él, Javier Panizo, no necesita dar seis saltos para llegar hasta Letizia Ortiz, Reina de España, le basta con un pequeño brinco. Y el brinco se llama Angélica, a quien conoció como profesora invitada en la Universidad de Alcalá años atrás y que fue amiga de Leticia cuando esta última era periodista y salvaje y plebeya.

-Hubo un día que tuve que cogerla del cuello en una discoteca y arrinconarla contra la pared. “Que no seas muermo, tía. Que hemos venido aquí a divertirnos y no queremos que nadie nos fastidie la velada”. Había aparecido Leticia casi a traición para controlar a Alonso, no al piloto de carreras, sino al suyo, al Guerrero, Alonso Guerrero, su marido, que estaba coqueteando con mi hermana, ya sabes que es muy guapa.

Asiente Javier Panizo al recordar la voz de Angélica contándole la anécdota, se la había contado muchas veces, disfrutaba haciéndolo; y sí, la hermana de Angélica era guapa, aunque tampoco nada espectacular, es exagerar calificarla como muy guapa, pero tampoco iba a llevarle la contraria a Angélica por algo tan nimio.

-Hola Leti -saluda Panizo sin desmontar la sonrisa que se le ha instalado en la cara al descubrir a la antigua amiga de Angélica, y se inclina hacia adelante para coger la revista abierta que está sobre la mesa-. Debe ser un poco raro eso de convertirse en princesa así, de sopetón, en mitad de la vida, bueno ¡qué digo un poco! Debe ser raro de cojones, si me permites la expresión. Todo el día, toda la vida, expuesta a la mirada del mundo, siendo juzgada y condenada o admirada cada vez que abres la boca o te agachas o te compras un vestido o te bebes un vaso de vino.

“La reina no bebe vino, sólo se moja los labios cuando es imprescindible participar en un brindis”

Lo dice en la revista que Javier Panizo tiene entre las manos. También dice que esas piernas desnudas que ha admirado el ensayista nada más verlas están tratadas con la técnica del contouring corporal y cremas con efecto photoshop.

-A mí no me merecería la pena, te lo digo de verdad. Y lo del contouring corporal y las cremas con efecto photoshop… sólo de imaginarlo me aterra. No es que no me guste llamar la atención, me divierte bastante que me reconozcan mis alumnos e incluso el público en general las escasas veces que sucede, pero de ahí a no poder ser anónimo jamás… Claro, que ese es uno de los precios de la gran fama en numerosas profesiones, le pasa a los actores, músicos y políticos… y a algunos periodistas; tú ya eras bastante célebre cuando conociste al príncipe que te haría reina, salías en la tele creo, y digo creo porque yo no recuerdo haberte visto nunca, aunque tampoco soy muy de ver la tele, prefiero los libros y los paseos.

Panizo se ajusta la mascarilla, un modelo de diseño que imita la piel de un tigre, y durante un instante se le borra la felicidad del alma. Qué agotador lo de la mascarilla, lo del virus, lo de no poder acercarse a más de dos metros a otra persona si no vive contigo en la misma casa. Aunque la situación también tiene sus ventajas, como que la sala del médico en la que ahora espera esté vacía y le hayan dado hora con una precisión tan ajustada.

-Se te ve contenta, un poco impostada en las fotos algunas veces, pero contenta. En nuestra generación había muchas niñas que soñaban con convertirse en princesas. Probablemente no habrás leído un cuento de mi colega León Salgado El Cazador de Cuentos, él también conoce a nuestra amiga Angélica; se lo escribió a Dulce, su mujer y es muy cortito, creo que me acuerdo de memoria. Se titula TU ÚNICO REINO, y dice: Princesa, mi princesa, me siento tan pequeño al pensar que soy tu único reino.

Panizo se baja la mascarilla y mira hacia la puerta tras la que trabaja el galeno. Ha oído un ruido de sillas moviéndose y la voz femenina de la paciente que está dentro ha subido de volumen. Deben estar a punto de llamarlo para que entre. Vuelve a subirse la mascarilla.

-No cualquiera logra hacer realidad un sueño tan grande, mi querida Leti. De hecho en España tú eras la única en la época moderna. También lo consiguió en su momento y en Inglaterra, Diana, la famosa Lady Di a quien inmortalizó la muerte, pero ella no lo tenía tan complicado que tú, ya pertenecía a la nobleza. Reina, rey…. a mí confieso que no me gustaría, me parecería un horror y una cárcel de oro, pero debe ser bonito que tus hijas hayan nacido ya princesas… pobrecitas. Perdona que sea tan sincero: la libertad, aunque nunca sea verdad del todo, es para mí la cosa más inmensa. Seguro que la echarás de menos alguna vez, que añorarás salir a la calle sin escolta, poder comprar el pan o el periódico sin que quien te lo vende te reconozca, ser una invisible más entre la multitud.

-Perdona la espera, Javier, pasa por favor.

Acaba de abrirse la puerta. Panizo sonríe al médico sin recordar que la mascarilla de tigre le tapa la boca y nadie puede ver su mueca.

-¿Puedo llevarme este ejemplar de Diez Minutos? Es antiguo, de veintidós de mayo de dos mil diecinueve.

-Caramba, qué viejo. Yo nunca me preocupo de esas cosas, tendré que decirle a la enfermera que renueve las revistas con más frecuencia. Puedes llevártelo, por supuesto. ¿Algo interesante?

-No. Sí. Un reportaje sobre la reina.

-¿Eres admirador suyo?

Panizo titubea un instante, antes de responder:

-Sí, un poco.

Y luego ya en el ascensor, cuando el médico le ha dicho que sus análisis son de libro, como casi siempre, se mira en el espejo, los ojos brillando burlones por encima de la mascarilla de piel de un tigre, y se imagina a sí mismo con un vestido corto blanco y unas bonitas piernas femeninas bronceadas debajo. La libertad y demás grandes palabras: sí, desde luego, pero también tiene que tener su punto que la gente se derrita al verte y te haga reverencias.

-¿Puedo hacer algo por usted, Alteza?

(Mecanofrafía: MDFM)

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