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Cómo detectar la fibromialgia

Antonio González Aguayo
Antonio González Aguayo
Licenciado en Historia, Escenografía teatral y con estudios de periodismo. Escribo en diferentes medios digitales.
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análisis

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La fibromialgia es una dolencia reconocida por la OMS desde 1992. Está causada por una alteración en la percepción del dolor a nivel cerebral y afecta a casi millón y medio de españoles (un 95% de ellos, mujeres), según la Sociedad Española de Reumatología. Su diagnóstico es complicado, difícil, ya que suele durar de media unos siete años.

El síntoma principal es el dolor constante, de diferente evolución, según el paciente, y con fases de estabilidad y otras de empeoramiento. Un dolor generalizado en músculos, articulaciones y ligamentos acompañado de: cansancio severo y rigidez muscular, que aparecen por la mañana, y que empeoran con el reposo; alteraciones del sueño; pérdida de memoria y dificultad para concentrarse; dolor de cabeza; y ansiedad y tristeza, derivadas de la incapacidad para llevar una vida normal.

Si se piensa que ese dolor constante puede ser fibromialgia, se debe acudir al médico de cabecera. Allí el facultativo podría remitirnos a la unidad hospitalaria especializada en fibromialgia, que tendría como principal objetivo localizar los puntos corporales del dolor o “puntos gatillo”, mediante analíticas de sangre, tiroides e inmunológicas, radiografías óseas de las partes afectadas, de tórax y electrocardiograma.

Según el doctor Joaquim Fernández-Solà, experto en Fibromialgia, Sensibilidad Química Múltiple y Síndrome de Fatiga Crónica del Hospital Clínic de Barcelona, actualmente se siguen una serie de criterios clínicos del American College of Rheumatology para diagnosticar esta enfermedad. Estos criterios pasan por localizar los 18 puntos corporales que son más sensibles al dolor de quienes sufren fibromialgia. En concreto, 11 de ellos pueden darle la clave al especialista. También se aplica el Índice de Dolor generalizado, que agrupa estos “puntos gatillo” en áreas más generales.

Otros sistemas son: el control de los puntos dolorosos para comprobar si hay síntomas como la fatiga, el sueño no reparador y la falta de agilidad mental que no estén relacionados con una patología y que duren más de 3 meses. La revisión de los ojos, con el fin de observar si existe un adelgazamiento de la capa de fibras nerviosas del ojo, y con ello, una irregularidad en el sistema nervioso central, que es el que regula los cambios en las regiones del cerebro asociadas al dolor. El test del pulgar, basado en la aplicación de presión, calor, frío y pinzamiento sobre un pulgar durante un minuto. Y por último, el análisis de la manera de caminar (velocidad, longitud del paso, presión del pie), que es considerado un método de diagnóstico fiable por la Universidad de Granada.

La fibromialgia tiene tratamiento paliativo, pero no cura. Este tratamiento debe ser personalizado y abarcar pautas específicas de dieta, vida saludable, apoyo psicológico y fármacos para aliviar los síntomas.

Una dieta equilibrada protege del desgaste celular y de la acumulación de toxinas que causan dolor. Por tanto es muy aconsejable comer fruta para obtener vitaminas y fibra; verduras de hoja verde que te aporten minerales como calcio, hierro, magnesio y potasio; aceite de oliva virgen, pescado azul y nueces, que son grasas “buenas”; y una onza diaria de chocolate negro, porque contiene triptófano, que alivia el dolor y reduce el estrés. Evitar los aditivos y las toxinas. Procurar no freír ni comer productos procesados y lavar bien los alimentos y, si es posible, optar por los ecológicos.

También se recomienda hacer ejercicio físico suave: caminar, bailar o hacer aeróbico de bajo impacto (también en el agua, que debe estar a más de 28 grados). Lo ideal son 30 minutos al día en bloques de 10 minutos, de 3 a 5 días por semana. Y practicar actividad física respetando el ritmo de tu cuerpo. El yoga, el taichí o pilates (sin forzar los brazos ni estirar por mucho tiempo) 2 días por semana ayudan a cuidar la postura y el equilibrio, y a relajar la mente. La terapia psicológica es un recurso para saber afrontar el dolor y su impacto en la vida diaria.

Los fármacos que se pueden recetar actúan puntualmente sobre los síntomas. Son antidepresivos para mejorar el estado de ánimo y reducir la ansiedad, y anticonvulsivantes para rebajar el dolor.

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